jueves, 26 de agosto de 2010

Regalo

Lady Godiva,1897, de John Collier
La leyenda ¿o hecho histórico? de Lady Godiva acaeció en el año de 1057, es decir, en el siglo XI en Londres. El conde Leofric que a la sazón gobernaba en Coventry, decretó de manera desmesurada nuevos impuestos, sobre todo los relacionados con la posesión y uso de caballos ( equivalente al injusto impuesto actual sobre la tenencia de autos). La gente protestó presta, pero las nuevas disposiciones se impusieron mediante la fuerza de los soldados reales. Entonces el pueblo varió la estrategia. Era un secreto a voces que la bellísima esposa del conde, Lady Godiva ( nombre derivado de God-gift o "regalo de Dios"), era en realidad la única persona que le hablaba al oído al temperamental conde Leofric, sobre el que influía así, en sus decisiones oficiales. Los pobladores de Coventry hicieron llegar a Lady Godiva la queja por la carga injusta y excesiva de impuestos que había promulgado su esposo. La bella dama decidió a partir de ese momento, de manera sutil, pero insistente -a la hora del desayuno, a la hora de la comida, a la hora de la cena, a la hora de la cama- sugerir a su marido que suprimiera tales impuestos producto del capricho. Hasta que logró su cometido: hartó al conde . Pero colérico y arrebatado como era Leofric, reviró a su esposa con otra demanda que consistía en un reto o condición. "Derogaré los impuestos", dijo con sorna, "solamente si tú, querida esposa, te paseas desnuda a caballo, por la calle principal de Coventry". La dama comprendió al punto el desplante de machismo fanfarrón que buscaba atemorizarla o peor, avergonzarla ante el pueblo que la había buscado como interlocutora. Sin embargo, sopesó lo que estaba en juego y no se arredró: aceptó el desafío, pero a condición de que el mismo conde Leofric anunciara a todos los súbditos que ella, Lady Godiva, pasearía desnuda por la avenida central, montada a caballo. Asimismo, que ordenase que durante el recorrido, todos los habitantes se recluyeran en sus casas y cerraran todas las ventanas. El conde Leofric, sin salir de su asombro y tragándose sus celos , procedió a emitir la orden.
Así, llegó el día señalado. Al alba, se pudo escuchar con toda claridad, primero, el crujido de madera y chirriar de goznes de los altos portones del castillo que se abrieron de par en par; y después, un retumbar de cascos: Lady Godiva, con su larga cabellera ondulando sobre sus pechos, apareció totalmente desnuda y a horcajadas sobre un caballo pura sangre, bajo el arco de entrada. Cubierta por un silencio expectante, condujo así su cabalgadura hasta dejar atrás el castillo, se dirigió luego a la estrecha avenida de Coventry, pasó frente al mercado, cabalgó lentamente ante las ventanas cerradas de casas y fondas. Una coqueta ráfaga de viento despejó por un instante los cabellos de Lady Godiva. Rosados y erectos por el frío, quedaron al descubierto los pezones que se volvieron a ocultar en fracción de segundos, pero los suficientes para que el paje Tom que observaba por una rendija, quedara conmocionado ante la formidable escena que se fue de bruces contra los postigos de su ventana que abrió de golpe. Cuenta la leyenda que Tom quedó ciego al instante de manera fulminante. O al menos, eso fue lo que a gritos, confesó el mismo paje fisgón ( desde entonces, en inglés se denomina Peeping Tom al voyeur o fisgón o mirón morboso ). Lady Godiva no se inmutó, antes bien, esbozó una leve sonrisa. Al final del recorrido aguardaban sus damas de compañía quienes nerviosas, la cubrieron de inmediato y rápidamente la ayudaron a bajar del equino.
La estrategia del pueblo había triunfado, así que la noche de ese día decidieron celebrar con una gran fiesta. Lady Godiva saludó por la noche desde el balcón de palacio a una multitud frenética que le agradecía con toda clase de gritos, exclamaciones, silbidos y aplausos su intervención que finalmente obligó al esposo a suprimir los impuestos. Aunque también se le agradecía por supuesto, haber exhibido a los cuatro vientos su formidable belleza montada ¡a pelo! sobre brioso corcel. Ya de madrugada, el conde Leofric, insomne, no tuvo más remedio que salir a emborracharse junto con sus súbditos al grito de ¡Viva la Godiva!
Gisele Bündchen como Lady Godiva

1 comentario:

Juan dijo...

excelente historia Falcón
Buena sensibilidad para dilusidar y narrar la secuencia de circunstancias
Hay que encontrar unas bellísimas mujeres con la inteligencia, preparación y congruencia, que estén dispuestas a sacrificarse como amantes de los estúpidos gobernantes que tenemso, para que tomen decisiones racionales. Mujeres de esas hay bastantes, solo hay que lanzar la convocatoria