martes, 31 de agosto de 2010

Amantes

La pintora Leonora Carrington nació en el Reino Unido un 6 de abril de 1917 (tiene 93 años.) Fue novia de Max Ernst y formó parte del movimiento surrealista de Breton en Francia, pero como muchos artistas, tuvo que huir de los nazis. Quiso el azar que en Portugal conociera al representante diplomático de México, el poeta Renato Leduc -el de los famosos versos: "sabia virtud de conocer el tiempo, a tiempo amar y desatarse a tiempo..."-, con quien se casó en 1941. Se ignora si intervino el fuego del amor o más bien se trató de un gélido cálculo migratorio, porque se divorciaron en 1943, pero fue así como la Carrington llegó al DF donde aún vive. (No hay que confundirla como suele ocurrir, con Remedios Varo, 1908-1963, pintora que también emigró a nuestro país, nacida en España).
Los amantes, 1987
La Carrington nos muestra una ceremonia de amor. O mejor, un rito sexual. Ha llegado el momento de compartir el cuerpo y los amantes se encuentran cara a cara en la cama: se observan, se revisan, se cercioran de la identidad del otro (representado en azul masculino convencional), de la otra (en rosa femenino usual). Se han citado en una tienda de campaña, en el desierto, a la intemperie; es decir, fuera, lejos de sus respectivas casas. Y aunque es de noche, un sol negro que brilla sobre la cama, alumbra la escena. Cuatro figuras -sacerdotes y sacerdotisas- se encuentran alrededor del lecho; mientras que otras cuatro aguardan el relevo a la entrada de la carpa. Carrington nos señala la incapacidad de dichos sacerdotes mediante el hábito en blanco y negro, es decir, el maniqueísmo de lo que está bien y de lo que está mal; pero sobre todo, la ausencia de color que no permite percibir toda la rica gama de matices y colorido de una relación erótica. Al pecho llevan una cruz egipcia (el jeroglífico "ankh", símbolo de la vida), pero invertida. De ahí la rigidez mortecina, la tensión vertical de todos ellos, misma que han trasmitido ya a la tensa pareja. Esos monjes no están cumpliendo con su papel de facilitadores del proceso. Así, del lado de la amante se sitúa una figura con un jarrón en la cabeza y un ademán de saludo. Revela que la mujer es la fuente, quien tomó la iniciativa, la que ha propuesto el acto sexual. Sin embargo, la situación permanece rígida. Porque del lado del amante, se observa en cambio, a un monje de corta estatura. Significa que el hombre es inferior a la amante; es decir, es aún en su interior, un niño-adolescente que todavía requiere de alguien que lo guíe. Hay por tanto, un desnivel de experiencia y madurez entre los amantes. Al grado de que otro monje, al frente de la cama, busca afanosamente dentro de un saco, la solución: la fuerza del instinto animal, del cual ha extraído ya ejemplos: un hurón, un gato, una serpiente, una guacamaya... Pero la pareja permanece rígida en la cama sin sentir el llamado de lo salvaje, de lo espontáneo y natural.
Es entonces cuando aparece en escena otra figura: el nahual. A las claras se advierte que se trata de un hombre, de un chamán bajo el disfraz de coyote, apoyado en bastones. Finge debilidad, fragilidad, humildad: avisa que no es capaz de herir a nadie de los ahí presentes. Y sin embargo, ha venido a salvar la situación. La leyenda del nahual reconoce que una de las manifestaciones del dios Tezcatlipoca -el dios del sol negro, el del espejo de obsidiana, al que un monstruo devoró un pie- es el coyote. Astuto, veloz, maestro de la improvisación en el desierto, siempre excitado y dispuesto a no dejar escapar una presa, mucho menos de amor. ¡Fuera entonces todas las figuras blanquinegras, verticales, rígidas, descoloridas e incapaces! Porque llegó la ceremonia del nahual. Cada amante deberá reconocer y manifestar su parte animal, como hizo Tezcatlipoca al transmutarse en coyote. Arda ya el sol negro -luz interior- en la tienda de campaña ¡y pronto!, pues con el amanecer todo habrá terminado. Adelante pues, aconseja el coyote/nahual, explórense mutuamente, procedan al coito animal, sean amantes de una buena vez, es ahora o nunca, advierte el coyote, es decir, la Carrington. MFM.

2 comentarios:

Juan Robles dijo...

¡Eres admirable Falcón!
además de la rica interpretación de la composición pictórica de la pieza de esta genial artista, tienes una sensibilidad bastante fluida, que acomoda bastante bien a la inteligencia con que expones la concepción de esta obra

Anónimo dijo...

QIEN SEPA DE AMORES QUE CALLE Y COMPRENDA...