jueves, 31 de diciembre de 2020

365 días

Vuelta a empezar

El gran cuentista Horacio Quiroga nació el 31 de diciembre de 1878 en Uruguay

 El loro pelado

-Horacio Quiroga

Había una vez una banda de loros que vivía en el monte. De mañana temprano iban a comer choclos (*) a la chacra (**), y de tarde comían naranjas. Hacían gran barullo con sus gritos, y tenían siempre un loro de centinela en los árboles más altos, para ver si venía alguien.

Los loros son tan dañinos como la langosta, porque abren los choclos para picotearlos, los cuales, después, se pudren con la lluvia. Y como al mismo tiempo los loros son ricos para comer guisados, los peones los cazaban a tiros.

Un día un hombre bajó de un tiro a un loro centinela, el que cayó herido y peleó un buen rato antes de dejarse agarrar. El peón lo llevó a la casa, para los hijos del patrón, los chicos lo curaron porque no tenía más que un ala rota— El loro se curó bien, y se amansó completamente. Se llamaba Pedrito. Aprendió a dar la pata; le gustaba estar en el hombro de las personas y con el pico les hacía cosquillas en la oreja.

Vivía suelto, y pasaba casi todo el día en los naranjos y eucaliptos del jardín.

Le gustaba también burlarse de las gallinas. A las cuatro o cinco de la tarde, que era la hora en que tomaban el té en la casa, el loro entraba también al comedor, y se subía con el pico y las patas por el mantel, a comer pan mojado en leche. Tenía locura por el té con leche.

Tanto se daba Pedrito con los chicos, y tantas cosas le decían las criaturas, que el loro aprendió a hablar. Decía: "¡Buen día. Lorito!..." "¡Rica la papa!..." "¡Papa para Pedrito!..." Decía otras cosas más que no se pueden decir, porque los loros, como los chicos, aprenden con gran facilidad malas palabras.

Cuando llovía, Pedrito se encrespaba y se contaba a sí mismo una porción de cosas, muy bajito. Cuando el tiempo se componía, volaba entonces gritando como un loco.

Era, como se ve, un loro bien feliz, que además de ser libre, como lo desean todos los pájaros, tenía también, como las personas ricas, su five o'clock tea.

Ahora bien: en medio de esta felicidad, sucedió que una tarde de lluvia salió por fin el sol después de cinco días de temporal, y Pedrito se puso a volar gritando: —"¡Qué lindo día, lorito!..." ¡Rica papa!... ¡La pata, Pedrito!...—y volaba lejos, hasta que vio debajo de él, muy abajo, el río Paraná, que parecía una lejana y ancha cinta blanca. Y siguió volando hasta que se asentó por fin en un árbol a descansar.

Y he aquí que de pronto vio brillar en el suelo, a través de las ramas, dos luces verdes, como enormes bichos de luz.

—¿Qué será? —se dijo el loro—, "¡Rica, papa!..." ¿Qué será eso?... "¡Buen día, Pedrito!..."

El loro hablaba siempre así, como todos los loros, mezclando las palabras sin ton ni son, y a veces costaba entenderlo. Y como era muy curioso, fue bajando de rama en rama, hasta acercarse. Entonces vio que aquellas dos luces verdes eran los ojos de un tigre que estaba agachado, mirándolo fijamente.

Pero Pedrito estaba tan contento con el lindo día que no tuvo ningún miedo.

—¡Buen día, tigre! —le dijo—. "¡La pata, Pedrito!..."

El tigre, con esa voz terriblemente ronca que tiene, respondió:

—¡Bu—en—día!

—¡Buen día, tigre! —repitió el loro—, "¡Rica papa!... ¡rica papa!..."

Y decía tantas veces "¡rica papa!" porque ya eran las cuatro de la tarde, y tenía muchas ganas de tomar el té con leche, y por esto lo convidó al tigre.

—¡Rico té con leche! —le dijo—. "¡Buen día, Pedrito!..." ¿Quieres tomar té con leche conmigo, amigo tigre?.

Pero el tigre se puso furioso porque creyó que el loro se reía de él, y además, como tenía a su vez hambre se quiso comer al pájaro hablador, Así que le contestó: —¡Bue—no! ¡Acérca—te un po—co que estoy sordo!

El tigre que no era sordo; lo que quería era que Pedrito se acercara mucho para agarrarlo de un zarpazo. Pero el loro no pensaba sino en el gusto que tendrían en la casa cuando él se presentara a tomar el té con leche con aquel magnifico amigo. Y voló hasta otra rama más cerca del suelo.

—¡Rica papa, en casa! —repitió, gritando cuanto podía.

—¡Más cer—ca! ¡No te oi—go! —respondió el tigre con su voz ronca.

El loro se acercó un poco más y dijo:

—¡Rico té con leche!

—¡Más cer—ca toda—vía! — repitió el tigre.

El pobre loro se acercó aún más, y en ese momento el tigre dio un terrible salto, tan alto como una casa, y alcanzó con la punta de las uñas a Pedrito. No alcanzó a matarlo, pero le arrancó todas las plumas del lomo y la cola entera.

No le quedó una sola pluma en la cola.

—¡Tomá! —Rugió el tigre—. Andá a tomar té con leche...

El loro, gritando de dolor y de miedo, se fue volando, pero no podía volar bien, porque le faltaba la cola que es como el timón de los pájaros. Volaba cayéndose en el aire de un lado para otro, y todos los pájaros que lo encontraban se alejaban asustados de aquel bicho raro.

Por fin pudo llegar a la casa, y lo primero que hizo fue mirarse en el espejo de la cocinera. ¡Pobre Pedrito!

Era el pájaro más raro y más feo que pueda darse, todo pelado todo rabón y temblando de frío. ¿Cómo iba presentarse en el comedor, con esa figura?. Voló entonces hasta el hueco que había en un tronco de un eucalipto y que era como una cueva, y se escondió en el fondo tiritando de frío y de vergüenza.

Pero entretanto, en el comedor todos extrañaban su ausencia: —¿Dónde está Pedrito? —decían. Y llamaban — ¡Pedrito! ¡Rica papa, Pedrito! ¡Té con leche, Pedrito!

Pero Pedrito no se movía de su cueva, ni respondía nada, mudo y quieto. Lo buscaron por todas partes, pero el loro no apareció. Todos creyeron que Pedrito había muerto, y los chicos se echaron a llorar.

Todas las tardes, a la hora del té, se acordaban siempre del loro, y recordaban también cuánto le gustaba comer pan mojado en té con leche. ¡Pobre Pedrito!.

Nunca más lo verían porque había muerto.

Pero Pedrito no había muerto, sino que continuaba en su cueva sin dejarse ver por nadie, porque sentía mucha vergüenza de verse pelado como un ratón. De noche bajaba a comer y subía enseguida. De madrugada descendía de nuevo, muy ligero, e iba a mirarse en el espejo de la cocinera, siempre muy triste porque las plumas tardaban mucho en crecer.

Hasta que por fin un día, o una tarde, la familia sentada a la mesa a la hora del té vio entrar a Pedrito muy tranquilo, balanceándose como si nada hubiera pasado. Todos se querían morir, morir de gusto cuando lo vieron bien vivo y con lindísimas plumas.

—¡Pedrito, Lorito! —le decían—. ¡Qué te pasó, Pedrito! ¡Qué plumas brillantes que tiene el lorito!.

Pero no sabían que eran plumas nuevas, y Pedrito, muy serio, no decía tampoco una palabra. No hacía sino comer pan mojado en té con leche Pero lo que es hablar, ni una sola palabra.

Por eso, el dueño de casa se sorprendió mucho cuando a la mañana siguiente el loro fue volando a pararse en su hombro, charlando como un loco. En dos minutos le contó lo que había lo que le había pasado: Un paseo al Paraguay, su encuentro con el tigre, y lo demás; concluida cada cuento cantando:

—¡Ni una pluma en la cola de Pedrito! ¡Ni una pluma ¡ ¡Ni una pluma! Y lo invitó a cazar al tigre entre los dos.

El dueño de casa, que precisamente iba en ese momento a comprar una piel de tigre que le hacía falta para la estufa, quedó muy contento de poderla tener gratis. Y volviendo a entrar a la casa para tomar la escopeta, emprendió junto con Pedrito el viaje al Paraguay. Convinieron en que cuando Pedrito viera al tigre, lo distraería charlando, para que el hombre pudiera acercarse despacito con la escopeta.

Y así pasó. El loro, sentado en una rama del árbol, charlaba y charlaba, mirando al mismo tiempo a todos lados, para ver si veía al tigre. Y por fin sintió un ruido de ramas partidas, y vio de repente debajo del árbol dos luces verdes fijas en él; eran los ojos del tigre.

Entonces el loro se puso a gritar:

—¡Lindo día!... ¡Rica papa!... ¡Rico té con leche!... ¿Querés té con leche?...

El tigre enojadísimo al reconocer a aquel loro pelado que él creía muerto, y que tenía otra vez lindísimas plumas, juró que esa vez no se le escaparía, y de sus ojos brotaron dos rayos de ira cuando respondió con su voz ronca:

—¡Hacer—ca—te más! ¡Soy sor—do!

El loro voló a otra rama más próxima, siempre charlando:

—¡Rico, pan con leche!...¡ESTÁ AL PIE DE ESTE ÁRBOL!...

Al oír estas últimas palabras, el tigre lanzó un rugido y se levantó de un salto.

—¿con quién estás hablando? —bramó—. ¿A quién le has dicho que estoy al pie de este árbol?

—¡A nadie, a nadie! —gritó el loro—. "¡Buen día, Pedrito!... ¡La pata, lorito!..."

Y seguía charlando y saltando de rama en rama, y acercándose. Pero él había dicho: está al pie de este árbol para avisarle al hombre, que se iba arrimando bien agachado, y con la escopeta al hombro.

Y llegó un momento en que el loro no pudo acercarse más, porque sino, caía en la boca del tigre, y entonces gritó:

—"¡Rica papa!..." ¡ATENCIÓN!

—¡Más cer—ca aún! —rugió el tigre, agachándose para saltar.

—¡Rico, té con leche!... ¡CUIDADO VA A SALTAR!

Y el tigre saltó, en efecto. Dio un enorme salto, que el loro evitó lanzándose al mismo tiempo como una flecha en el aire. Pero también en ese mismo instante el hombre que tenía el cañón de la escopeta recostado contra un tronco para hacer bien la puntería, apretó el gatillo, y nueve balines del tamaño de un garbanzo cada uno entraron como un rayo en el corazón del tigre, que lanzando un bramido que hizo temblar el monte entero, cayó muerto.

Pero el loro, ¡qué gritos de alegría daba! ¡Estaba loco de contento, porque se había vengado —¡y bien vengado! —del feísimo animal que le había sacado las plumas.

El hombre estaba también muy contento, porque matar a un tigre es cosa difícil, y, además, tenía la piel para la estufa del comedor.

Cuando llegaron a la casa, todos supieron porque Pedrito había estado tanto tiempo oculto en el hueco del árbol, y todos lo felicitaron por la hazaña que había hecho.

Vivieron en adelante muy contentos. Pero el loro no se olvidaba de lo que le había hecho el tigre, y todas las tardes, cuando entraba en el comedor para tomar el té se acercaba siempre a la piel del tigre, tendida delante de la estufa, y lo invitaba a tomar té con leche.

—¡Rica papa!... —le decía—. ¿Querés té con leche?...¡La papa para el tigre!... 

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(*) choclo-mazorca de maíz

(**) chacra-granja

miércoles, 30 de diciembre de 2020

El cuento del origen del zodiaco chino

El Emperador de Jade organizó una carrera entre todos los animales para decidir cuáles de ellos formarían parte del zodiaco y en qué orden, y esto es lo que sucedió…

Se dice que una vez la rata y el gato fueron muy buenos amigos. Estos dos animales eran los peores nadadores del reino animal , aunque ambos eran muy inteligentes. Decidieron que la mejor forma y la más rápida de cruzar a través del río era en la espalda de un buey.

El buey, siendo un animal bueno, estuvo de acuerdo en cargarlos a través del río. Sin embargo, al haber un premio de por medio, la rata decidió que para ganar debía hacer algo, y entonces lanzó al gato al agua.

Es por eso que el gato se convirtió en el enemigo natural del ratón y del agua. Tras esto, la rata llegó a la orilla y reclamó el primer lugar en la carrera. Seguido de cerca por el fuerte buey, que fue nombrado el segundo animal del zodiaco. Después del buey, vino el tigre, que explicó jadeando cómo luchó contra las corrientes pero su gran fuerza le hizo llegar a la orilla.

El cuarto puesto del zodiaco fue para el conejo, que gracias a su habilidad para saltar, pudo brincar de una orilla a la otra. El conejo explicó al Emperador que estuvo a punto de caer al río si no hubiera sido por un tronco que flotaba en el agua.

Tras ello, el dragón llegó volando. Este explicó al Emperador de Jade que no pudo llegar primero porque se detuvo a crear lluvia para ayudar a la gente y a las criaturas de la tierra. Además, en la línea final se encontró a un conejo que se aferraba a un tronco y le ayudó a cruzar dándole un empujón con su aliento para que pudiera llegar a la orilla. El Emperador de Jade, sorprendido por su generosidad, le otorgó el quinto lugar del zodiaco.

Poco después se oyó al caballo relinchar, ya que la serpiente le dio un susto que le hizo caer en la línea de meta, de forma que la serpiente llegó en sexto lugar y el caballo en el séptimo.

A poca distancia del lugar, se encontraban la cabra, el mono y el gallo, que se acercaban a la orilla del río. Las tres criaturas se ayudaron entre sí para cruzar: el gallo construyó una balsa de madera para los tres animales, la cabra y el mono despejaron la maleza y, finalmente, remando y remando consiguieron llegar a la orilla contraria. El Emperador, muy complacido por el trabajo en equipo de los animales nombró a la cabra el octavo animal, al mono el noveno y al gallo el décimo.

El undécimo animal fue el perro. Aunque el perro debería haber obtenido un buen puesto, ya que era el mejor nadador de todos los animales, se retrasó porque necesitaba un baño después de la larga carrera y, al ver el agua fresca del río,  no puedo resistirse y se zambulló en ella. Justo cuando el Emperador de Jade iba a dar por finalizada la carrera, escuchó el gruñido de un pequeño cerdo.

El cerdo comenzó la carrera hambriento, por lo que al poco de empezar se dio un banquete y se echó una siesta. Cuando despertó, continuó con la carrera y llegó justo a tiempo para ser nombrado duodécimo animal del zodiaco. El gato llegó demasiado tarde, en décimo tercer lugar, por lo que no pudo ganar ningún puesto en el zodiaco, convirtiéndose en enemigo de la rata para siempre.

FIN

domingo, 27 de diciembre de 2020

sábado, 26 de diciembre de 2020

viernes, 25 de diciembre de 2020

miércoles, 23 de diciembre de 2020

martes, 22 de diciembre de 2020

Abran paso

El 22 de diciembre de 1859 nació el poeta Manuel Gutiérrez Nájera/ Se interpreta poema

 "La Duquesa Job" es el poema más conocido de mi amigo don Manuel Gutiérrez Nájera. Es posible que con el tiempo algunas de sus partes resulten incomprensibles, de ahí que requiera una hermenéutica; es decir, de una interpretación del texto. También vale la penar contar algo de historia íntima. 
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Un día de 1884 invité -comenta don Susanito/Joaquín Pardavé en "México de mis amores"- a Gutiérrez Nájera y a don Manuel Puga a comer. Yo recién había dejado la casa de huéspedes en la que viví varios años y estaba estrenando alojamiento. Yo tenía 22 años; él, 25. Tras la comida, don Manuel nos dijo que estaba muy enamorado de una muchacha llamada Marie. Le pedimos que nos la describiera. Fue haciendo un retrato de la que ella no era, de lo que sí era, de lo que hacían juntos. También, casi sin darse cuenta, retrató cambios sociales. Y todo, en maravillosos versos decasílabos.  

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En dulce charla de sobremesa,
mientras devoro fresa tras fresa
y abajo ronca tu perro Bob,
te haré el retrato de la duquesa
que adora a veces el duque Job.

'

 
Don Manuel Gutiérrez Nájera, quien ya para entonces escribía en varios periódicos, tenía, entre sus muchos seudónimos, uno favorito: "El Duque Job". Por extensión, su mujer era "la duquesa". Bob era el inseparable perro de Puga y las fresas estaban buenísimas. 

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 No es la condesa que Villasana
caricatura, ni la poblana
de enagua roja que Prieto amó;
no es la criadita de pies nudosos,
ni la que sueña con los gomosos
y con los gallos de Micoló.(*)

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 Gutiérrez Nájera inicia el retrato describiendo lo que no era Marie. No era una falsa condesa presumida, como las que dibujaba el gran caricaturista José María Villasana. Tampoco una vulgar china poblana. Tampoco una sirvienta de pies descalzos o una arribista a la caza de juniors de pelo engominado (“los gomosos”). Mucho menos era alguien que se atreviera a las peleas de gallos que organizaba el diputado Micoló, donde sólo iban nuevos ricos vulgarísimos. En otras palabras, la duquesa no era poser, ni naca,  ni gata, ni fresa, ni chaka, como se diría hoy.

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Mi duquesita, la que me adora,
no tiene humos de gran señora;
es la griseta de Paul de Kock.
No baila "boston", y desconoce
de las carreras el alto goce,
y los placeres del "five o'clock".

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 "Griseta" es un término sociológico de la época. Las grisettes originales eran costureras y obreras que vestían de gris. Estas mujeres, por tener ingresos propios, podían darse libertades que otras no podían, como escoger abiertamente su pareja. Una griseta es, por definición, coqueta y ligadora, pero no es una prostituta, sino una mujer independiente, que frecuenta los ambientes bohemios. Marie no era costurera u obrera, sino empleada en una gran tienda de lujo. Paul de Kock era un novelista francés, muy popular en la época y hoy olvidado, que escribía precisamente sobre las grisetas.
Boston Waltz es el nombre que se le daba al vals americano, mucho más lento que el aceleradísimo vals vienés. Las carreras que se refiere son a las de caballos, en los hipódromos de Peralvillo y de la Condesa. El five 0’clock es, por supuesto, la hora del té.
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Pero ni el sueño de algún poeta,
ni los querubes que vio Jacob,
fueron tan bellos cual la coqueta
de ojitos verdes, rubia griseta
que adora a veces el duque Job.

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 La referencia bíblica está en el Génesis. El patriarca Jacob vio una escalera por la que ascendían y descendían los ángeles. También vemos algo de descripción física, la reiteración del carácter de griseta y un principio de confesión de la fragilidad del amor: que adora "a veces" el duque Job.
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Si pisa alfombra no es en su casa,
si por Plateros alegre pasa
y la saluda Madame Marnat,
no es, sin disputa, porque la vista,
sí porque a casa de otra modista
desde temprano rápida va.

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 Tras la descripción, Gutiérrez Nájera saca de paseo a Marie. Ya la vemos caminando por Plateros y saludando a Madame Marnat, que dueña de la casa de vestidos más famosa de la época (recordemos que la mayor parte de los ajuares eran hechos a mano y a la medida). Aquí el uso del "sin disputa" es para jugar con las confusiones. Don Manuel juega a que Mme. Marnat quisiera vestir a Marie, pero en realidad "sin disputa" quiere decir "sin duda". En realidad la duquesa Job va a casa de otra modista más modesta. 

'

 No tiene alhajas mi duquesita,
pero es tan guapa y tan bonita,
y tiene un cuerpo tan "v" lan ", tan "pschutt",
de tal manera trasciende a Francia,
que no le igualan en elegancia
ni las clientes de Hélene Kossut.

'

 V’lan y pschutt son dos palabras que eran usadísimas en Francia a principios de los años ochenta del siglo XIX. Guy de Maupassant en algún texto se queja de que estos dos vocablos estaban asesinando la lengua francesa, porque se usaban para todo. Serían hoy el equivalente de “chido”, aunque un Gutiérrez Nájera contemporáneo sería agringado y utilizaría el vocablo "cool". Hèlene Kossut era la modista más renombrada en el México de entonces: ni en sueños una griseta hubiera podido comprar alguna de sus prendas.

'

 Desde las puertas de la Sorpresa
hasta la esquina del Jockey Club,
no hay española, yankee o francesa,
ni más bonita, ni más traviesa
que la duquesa del duque Job.

'

 Esta es la frase clave del poema, porque se trata de un paseo por Plateros, de la recuperación del espacio urbano, antes hosco y hostil, por una mujer normal y por un hombre que espera su salida del trabajo. La Sorpresa era un almacén casi esquina con el Zócalo, espacio femenino, y el Jockey Club, un masculino restaurante de postín en la Casa de los Azulejos. Es como si dijéramos "de Perisur a Mazaryk".  
'

 Cómo resuena su taconeo
en las baldosas! ¡Con qué meneo
luce su talle de tentación!
¡Con qué airecito de aristocracia
mira a los hombres, y con qué gracia
frunce los labios! ¡Mimí Pinson!

'

 Las baldosas, el meneo, el coqueteo, todos símbolos de modernidad mundana en una ciudad que va dejando el luto. El paso del botín de Marie guía el ritmo del poema. Y Mimí Pinsón, como definición final: la quintaesencia de la griseta de la belle epoque.

'

 Si alguien al alcanza, si la requiebra,
ella, ligera como una cebra,
sigue camino del almacén;
pero, ¡ay del tuno si alarga el brazo!
Nadie lo salva del sombrillazo
que le descarga sobre la sien.

'

 Es un elogio del tránsito de esta muchacha trabajadora en un mundo de hombres. Coqueta, pero honesta, se ensaña con quien piensa que su caminar es equívoco. La duquesa Job va camino del almacén, pero no va de compras. En realidad Marie era dependienta del almacén de Madame Anciaux, sito en la calle 2ª de Plateros.

'

 ¡No hay en el mundo mujer más linda!
¡Pie de andaluza, boca de guinda,
"esprit" rociado de Veuve Clicot;
talle de avispa, cutis de ala,
ojos traviesos de colegiala
como los ojos de Louise Theo!

'

 De nuevo la descripción física: pie pequeño, labios rojos, perfume intoxicante, belleza juvenil y unos ojos como las de una famosa cantante de ópera ligera, que se había presentado en México, en el Teatro Nacional, dos años atrás.

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 Ágil, nerviosa, blanca, delgada,
media de seda bien estirada,
gola de encaje, corsé de ¡crac!,
nariz pequeña, garbosa, cuca,
y palpitantes sobre la nuca
rizos tan rubios como el coñac.

'

 Continuamos la descripción, con énfasis en la blancura de la mujer (aunque he de decir que los rizos de Marie eran tan rubios como un coñac bastante oscuro; hoy los calificaríamos de castaños). La gola era un adorno en el cuello, al estilo del que le conocemos a Miguel de Cervantes. "Crac”"es el sonido del corsé de costillas de ballena al cerrarse. En esa época era fundamental tener una cinturita: 20 pulgadas (51 cm) era lo ideal para una joven. ¡Imagínense qué apreturas para llegar a esa marca!
'

Sus ojos verdes bailan el tango;
nada hay más bello que el arremango
provocativo de su nariz.
Por ser tan joven y tan bonita
cual mi sedosa blanca gatita,
diera sus pajes la emperatriz.

¡Ah! Tú no has visto, cuando se peina,
sobre sus hombros de rosa reina
caer los rizos en profusión.
¡Tú no has oído qué alegre canta,
mientras sus brazos y su garganta
de fresca espuma cubre el jabón!

'

 De repente, Gutiérrez Nájera nos invita a hacerla de voyeurs con su duquesa. Nos introduce en sus momentos íntimos. El súmmum de la modernidad.

¡Y los domingos!... iCon qué alegría
oye en su lecho bullir el día
y hasta las nueve quieta se está!
¡Cuál se acurruca la perezosa,
bajo la colcha color de rosa,
mientras a misa la criada va!


Me encanta esa distinción entre la griseta y la criada.


La breve cofia de blanco encaje
cubre sus rizos, el limpio traje
aguarda encima del canapé;
altas, lustrosas y pequeñitas
sus puntas muestran las dos botitas,
abandonadas del catre al pie.



La cofia de encaje es el gorrito típico de la ropa de dormir de las abuelitas. Marie lo usaba desde joven, así era la moda. De nuevo la insistencia del pie pequeño y del botín repicador. En la época lo normal era decirle catre a las camas.
'


Después, ligera, del lecho brinca;
¡oh, quién la viera cuando se hinca
blanca y esbelta sobre el colchón!
¿Qué vale junto de tanta gracia
las niñas ricas, la aristocracia,
ni mis amigas de cotillón?

El cotillón es un sarao, una gran fiesta. Las amigas de cotillón de don Manuel son precisamente las niñas ricas y la aristocracia.


Toco; se viste; me abre; almorzamos;
con apetito los dos tomamos
un par de huevos y un buen "beefsteak",
media botella de rico vino,
y en coche, juntos, vamos camino
del pintoresco Chapultepec.


Nótese la existencia de cuartos separados de la pareja. Era la costumbre de la clase media para arriba, y señal de ser pudientes. También es de destacarse el tremendo almuerzo, rociado en vino rojo, nada comparable con los de hoy –y mucho menos con los "modernos", que pecan de frugales-. El poema se resuelve en fuga y diversión hacia Chapultepec (que era entonces como ir hoy a La Marquesa), con el infaltable coche –tirado por caballos, por supuesto.

Desde las puertas de la Sorpresa
hasta la esquina del Jockey Club,
no hay española, yankee o francesa,
ni más bonita ni más traviesa
que la duquesa del duque Job.

'

 No puedo sino quitarme el sombrero ante el poeta que hizo esta descripción de mujer en tránsito. Del modernista capaz de rimar, en un precioso poema en castellano, "crac" con "coñac", "Pshutt" con "Kossut", "beefsteak" con "Chapultepec" y "club" con "Job".

Termino esta historia con un chisme íntimo. Gutiérrez Nájera abandonó a Marie. La griseta se puso tan deprimida, que intentó suicidarse al disolver cerillos en una taza de té. Lo único que logró fue una tremenda intoxicación. Don Manuel casó después con doña Cecilia Maillefert, y José Martí le dedicó a la primogénita de ese matrimonio uno de sus poemas más celebrados: "clavellín de nieve". De la efímera Duquesa Job no supimos más. Pero su caminar por las calles de la ciudad de México resultó ser inmortal.

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 Gutiérrez Nájera, por su parte, está eternizado en el mural "Sueño de una tarde dominical en la Alameda", de Diego Rivera. Es el señor elegante, debajo de los globos, que se quita el sombrero ante dos damas que pasean por el parque: mujeres que -como Marie, su duquesita- empezaban a adueñarse de la calle y de la ciudad. 

'

 
(*) Comenta don Héctor de Mauleón que existe la versión -sostenida, entre otros, por José Emilio Pacheco- de que los gallos de Micoló eran unos que estaban amarrados frente a una peluquería homónima. Es posible que don Manuel Gutiérrez Nájera se haya referido a ellos, pero no me imagino a mujer alguna soñándolos, y sí a algunas yendo al palenque. Igual, puede que el poeta haya jugado con los gomosos y los peluqueros.


lunes, 21 de diciembre de 2020

The joys of frivolous sex

The Joys of Frivolous Sex

The pandemic has brought out a nasty puritanism.

Ms. Nolan is a writer and critic. She is a columnist for New Statesman, where she writes about culture and politics, and the author of the forthcoming novel “Acts of Desperation.”

 

LONDON — In early lockdown, I spent most evenings in the front room of my mother’s house, drunk, staring at a computer, reeling at the prospect of my body being deprived indefinitely of touch. In those days, there was a sense that all the things that make up life really might be permanently destroyed. My father, who is a playwright, speculated with sanguine acceptance that he might never see or work on another theater production. Leaving Ireland, where I grew up and where my parents live, seemed like a remote possibility, even just to return to Britain, where I am a resident.

Only weeks earlier, I was in New York for an extended visit, recently single and pleasantly crazy with the desire to date far and wide. My romantic and sexual value seemed higher then and there than it had ever been anywhere else. I thought it would suffer by comparison to all the extra special and extra beautiful people, but it turned out that mildly manic exuberance and a complete lack of interest in anything resembling commitment made up for my physical shortcomings, and I imagine my Irish accent didn’t hurt either.

I felt almost nauseated by the overwhelming knowledge of how many attractive people were out there. Even when my dates were with guys I would never see again, I usually found something in them or the evening that I would remember happily, like the one who looked fondly down at me in a hotel room and inexplicably exclaimed, “I love New York!” at the sight of my body.

And then in March came the shutdown. Because there was no way to tell if my newfound isolation was going to last five weeks or five years, I was urgently trying to recast the concept of pleasure as something that could occur without other people. I failed completely, and was even somewhat glad of this failure, the better to confirm my long-held conviction that the point of life is simply to be with other people as abundantly as possible.

 I made the mistake in this period of suggesting in a Facebook post that single people, especially those living alone, could not be expected to go an unlimited amount of time without socializing or close contact. Some people reacted to this as though I had proposed an orgy on every street corner, pandemic be damned, but that wasn’t what I meant. What I meant was that human beings can’t be expected to endure the sudden and total loss of social comfort. For some people, that social comfort comes from dating or from having sex with strangers.

 In Holland, officials advised coming to an arrangement with a sex buddy. Denmark’s health chief said: “Sex is good, sex is healthy. As with any other human contact, there is a risk of infection. But of course one must be able to have sex.” Whether you agree or disagree, at least these countries were capable of addressing what was a serious concern for many of their citizens.

 

But these countries seem to be exceptional. Mostly, the government here in Britain — as in many other places — pretended that sex doesn’t take place except between cohabiting couples. When public health advocates have brought themselves to allude to the existence of sex, the advice is usually unrealistic and inadequate, instructing couples who don’t live together to meet up outside and not touch. News releases from sex toy companies began filling my email inbox, advertising remote-controlled vibrators, as though the loss of physical connection was purely about missing an orgasm.

There has been no serious effort to confront the particular challenges of what it is to be single — to be alone — in 2020. There have been no major harm-reduction initiatives, just the deluded implication that all of us who failed to partner up by March 2020 should live without meaningful connection until there is a vaccine.

The coronavirus pandemic has brought out a nasty puritanism in some people, who luxuriate in the ability to police the way others live. One doesn’t even need to actually break a rule to earn their disgust, only to express dismay over things they consider unimportant or, worse, hedonistic. To even complain about what it feels like to live alone and not be able to date right now is regarded as unseemly, dismissed as trivial. After all, some haven’t been able to visit vulnerable elderly relatives all year. Couples have it hard too, with many working from home in cramped quarters — not to mention those living with small children.

 

The complaints of a single person don’t begrudge or contradict the pain of the harangued parent or the anguished daughter missing her sick father. Our struggles are not undermined if society also concedes that there are people who once got substantial meaning from interacting in ways that are now impossible — through dating or casual sex. We are also going through something painful, without even the socially approved validity of the nuclear unit to back us up.

Most of society does not really believe that casual, nonmonogamous encounters can actually hold meaning, rather than simply serve as crude ways to blow off steam. I know that they can. Living as a purposefully single and promiscuous person was one way to know others, one way to find joy in the world, and it’s gone for now. Single people have lost something important, and should be allowed to bemoan it. I don’t have to want children to sympathize with families; you don’t have to share my priority to accept its validity in my life. There are not a finite number of ways to have felt pain this year.

A friend asked me a few months ago whether I didn’t perhaps regret having ended a long-term relationship in early 2020, at such a particularly bad time in history to choose to be alone. I won’t pretend it didn’t cross my mind that life would have most likely been far more pleasant if I had been with my ex during the worst of lockdown. Not only would it have been good to have company in general, but I also missed him, specifically. I loved him; I still love him, which does not mean that it made me happy to be in our relationship.

I left because I identified that my desires and needs were not being best served by monogamy. This would have been impossible in my earlier life, when I was crippled by need, leaking out of me onto every passing man who looked like he could fill a boyfriend-shaped gap in my life. Back then, I could no more have turned down the offer of companionship and love than I could water and air.

Now, I need differently. I need very little from individuals, but I am greedy for the world. And why not? Why shouldn’t I be? It’s a reasonable and good-natured greed, one fueled not by desperation but by a tremendous love of the world and the people in it. How could I be ashamed of that? That this impulse was thwarted in 2020 does not make it a malign one.

Some single people are not living in constant wait for the relief of a marriage to put them out of their misery. The restrictions of this year happened to suit couples and families best, but that doesn’t mean that the rest of us were getting life wrong.

As we move into 2021, I know now more than ever that I was right to do what was best for me. I won’t be pretending that I want things that I don’t for the sake of temporary comfort. I’ll be waiting until the life I do want — trashy, frivolous and shallow as it might seem to some — is possible again.

Let’s Start Over
Vaccines are coming. Donald Trump is going. Sometime in 2021, life will look a lot more normal. But it won’t be the same.

De una vez

Conjunción

sábado, 19 de diciembre de 2020

Comercio informal

El pintor de la luz

Keelmen heaving in coals by moonlight, 1935, Turner

viernes, 18 de diciembre de 2020

jueves, 17 de diciembre de 2020

martes, 15 de diciembre de 2020

lunes, 14 de diciembre de 2020

domingo, 13 de diciembre de 2020

sábado, 12 de diciembre de 2020

jueves, 10 de diciembre de 2020

miércoles, 9 de diciembre de 2020

martes, 8 de diciembre de 2020

lunes, 7 de diciembre de 2020

Estamos con AMLO porque sí: no necesitamos la realidad

El efecto y el encanto 

-Jesús Silva-Herzog Márquez, 7 dic 2020, REF 

Los encuestados por Reforma no leen Reforma. Esa podría ser la primera conclusión que se extrae de la encuesta publicada la semana pasada por nuestro diario. El cuadro que, en noticias y comentarios, ofrecemos todos los días a los lectores sobre la catástrofe del gobierno de López Obrador no es compartido por la población. El estudio que ha coordinado Lorena Becerra exige reflexión. La percepción de la mayoría no penetra el reportaje ni la crítica. Por eso valdría la pena tomarse unos minutos para examinar el sentido y proporción del respaldo que el Presidente mantiene. 

La popularidad del Presidente repunta. De agosto a diciembre ha ganado cinco puntos. El 61% de los encuestados aprueba al Presidente, pero también toma distancia de sus políticas. Difícilmente puede decirse que se le perciba como un Presidente eficaz. El 51% de los encuestados piensa, de hecho, que el país se le sale de las manos. Un Presidente con buenas notas y un gobierno reprobado. Se reprueba su estrategia de seguridad; se rechaza su conducción económica y se desconfía, incluso, de su política contra la corrupción. La ciudadanía no recoge las críticas que hacemos con mayor insistencia: solamente el 34% lo considera un gobernante autoritario. Si decimos todo el tiempo que su discurso y su política son polarizantes, los encuestados ven otra cosa. El 47% cree que une al país y el 40% piensa que lo divide. 

Estos datos no son solamente una prueba del divorcio entre la opinión pública y la publicada, sino pista de una política que se nos escurre de la comprensión. El presidente López Obrador no entrega buenas cuentas en materia económica, sanitaria o de seguridad pública. Cualquier registro objetivo lo documenta claramente. Más allá de las intenciones y del discurso, el país no ha caminado a la tranquilidad, no ha cuidado la salud de su gente y no ha alentado la prosperidad económica. Pero los encuestados, al aprobar la gestión presidencial están haciendo una evaluación distinta a la que solemos hacer. Más que calificar los efectos de la política respaldan su fuente. Se ve al Presidente como un hombre que se preocupa por los que menos tienen. Así lo afirma el 65% de quienes respondieron al cuestionario de Reforma. La forma en que se plantea la pregunta es relevante: los medidores registran una inclinación, un afecto. No un resultado sino un apego. Tengo la impresión de que ahí está la clave de esta popularidad que, hasta el momento, parece a prueba de incompetencia. Una cosa es el efecto de la política, otra su encanto

El Presidente es uno de los nuestros, responden los encuestados. Más que un juicio sobre la administración, expresan una identificación. Sabemos que las cosas no marchan bien, que el Presidente no ha dado resultados, pero a fin de cuentas estamos de este lado. Estamos con López Obrador porque no estamos con quienes mandaban antes y no sentimos cerca a quienes lo critican hoy. No tengo duda de que el contraste sigue siendo el basamento de su apoyo. Si el 61% está con él, es porque no extraña a Peña Nieto ni a Calderón ni a Fox. Si ese porcentaje lo respalda es porque no tiene oídos para sus opositores. Por eso resulta tan significativo que no sea visto como un agente de división, sino de unidad. 

Nos ha salido caro el plomero y no ha reparado las goteras del lavabo. Lo contratamos para arreglar una tubería que terminó destrozando y no asume ninguna responsabilidad por los estropicios. Y, sin embargo, es nuestro plomero. Así entiendo la contradicción en el juicio de los encuestados que reprueban al gobierno apoyando al gobernante. La política no es solo un instrumento de poder. Es también símbolo, ceremonia, emoción. Se impuso entre muchos de nosotros una fórmula utilitaria para entender el mecanismo democrático. El gobierno procesa intereses en conflicto y produce decisiones cuyos efectos son evaluados racionalmente por los ciudadanos. De ahí surgen los premios y los castigos. Pero la política no se agota ahí. No solamente es qué obtengo del poder, es cómo me siento frente a él. Entender eso que Pierre Ronsanvallon llama "el régimen de las emociones" es fundamental en nuestro tiempo.                                                                          ' 'Tarde o temprano caerá la popularidad de un gobierno incompetente dicen los ilusos que no advierten que en este gobierno se ve, más que una máquina, un espejo.

Reacomodadas

domingo, 6 de diciembre de 2020

sábado, 5 de diciembre de 2020

jueves, 3 de diciembre de 2020

miércoles, 2 de diciembre de 2020

martes, 1 de diciembre de 2020