lunes, 31 de diciembre de 2018

domingo, 30 de diciembre de 2018

sábado, 29 de diciembre de 2018

jueves, 27 de diciembre de 2018

martes, 25 de diciembre de 2018

lunes, 24 de diciembre de 2018

jueves, 20 de diciembre de 2018

lunes, 17 de diciembre de 2018

Cocina minimalista


Cambios directivos

Personas e instituciones
-Juan Pardinas

Los seres humanos nos solemos cautivar con las leyendas y biografías de los liderazgos individuales. Personajes, en apariencia superdotados, que cambian el destino de países, industrias o deportes. En el beisbol se bautizó al viejo Yankee Stadium como la casa que Babe Ruth construyó, como si el robusto jonronero hubiera cargado por sí solo todos los bultos de cemento. En el mundo de la computación, Steve Jobs es venerado como si su empresa y sus inventos se hubieran forjado desde una isla desierta. En política, los grandes líderes son forjadores de grupos de trabajo que comparten y empujan su visión del mundo. Leo Messi y Cristiano Ronaldo, los dos mejores futbolistas del planeta, son unos portentos en la cancha que jamás han ganado un Mundial, porque su deporte es la metáfora perfecta del esfuerzo colectivo.
En su libro Good to Great, Jim Collins se puso a estudiar las cifras e historias de las empresas más sobresalientes del índice de Fortune 500. De las 1,435 empresas originales, Collins puso en un comal aparte a 11 compañías que eran verdaderos garbanzos de a libra. Al encontrar los perfiles de liderazgo en estas firmas, el resultado fue una gran sorpresa. Los líderes de las empresas más destacadas no eran grandes celebridades acostumbradas a llevarse los reflectores y todo el crédito, sino más bien perfiles discretos, casi tímidos, que pueden mezclar la humildad personal con una enorme motivación profesional. Su mayor mérito fue formar equipos con las personas correctas. 
Al igual que en el deporte o la industria, en el periodismo las cosas no son distintas; como decía Ryszard Kapuscinski: "... Sin la ayuda de los otros no se puede escribir un reportaje... El periodista es el redactor final, pero el material ha sido proporcionado por muchísimos individuos. Todo buen reportaje es un trabajo colectivo, y sin espíritu de colectividad, de cooperación, de buena voluntad, de comprensión recíproca, escribir es imposible". 
Kapuscinski también decía que "para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos". Esta semana se anunció el retiro profesional de dos buenos seres humanos que son arquitectos y fundadores del diario que ahora tienes frente a los ojos: Alejandro Junco de la Vega y Lázaro Ríos. El Reforma ha sido un periódico crítico con gobiernos de todos los colores y su modelo de sustentabilidad financiera no está basado en la publicidad oficial, sino en el apoyo de sus lectores y anunciantes. En una era donde la mentira es un insumo descarado del discurso político, en un sexenio donde nuestro orden constitucional enfrenta una prueba inédita de estrés, el periodismo libre e independiente se vuelve más necesario que nunca. Servir a la verdad es una forma de defender la democracia. En el proceso de cambios institucionales del diario Reforma, fui invitado a integrarme al destacado equipo de periodistas que día a día hace de la libertad de expresión una vocación cívica. Quedo agradecido y honrado con esta generosa invitación. 
Todo comienzo es un final visto con un ángulo distinto. Mi nueva responsabilidad implica dejar mi cargo en el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO). Formar parte de ese equipo fue un honor, pero también una alegría cotidiana. El arsenal de buena vibra y humanidad de las personas que ahí trabajan es una materia prima para el optimismo, aun en los días más aciagos. El apoyo del Consejo Directivo del IMCO permitió forjar un espacio de libertad intelectual para pensar y proponer soluciones a los problemas más dolorosos de México. La gratitud sincera no es un punto final, ni un estado de gracia, sino una semilla que se vuelve tronco, corteza, rama y follaje. El árbol hace todo eso para volver a ser semilla. Como dijo el científico de la manzana: "Si alcanzo a mirar más lejos, es porque estoy parado sobre los hombros de gigantes".

sábado, 15 de diciembre de 2018

jueves, 13 de diciembre de 2018

lunes, 10 de diciembre de 2018

La morenización del país/la uniformidad del poder hegemónico: "no hay más ruta que la nuestra"

Nuestras instituciones
-Jesús Silva-Herzog Márquez
Muy generoso fue el Presidente con su antecesor. Destrozó en su discurso todas y cada una de sus políticas, pero le agradeció su comportamiento durante el proceso electoral. Ni una palabra al órgano que organizó ejemplarmente la elección. Ni una mención al instituto que dio cauce a la competencia y contó los votos que le dieron la victoria. El silencio es significativo. Andrés Manuel López Obrador mantiene viva su desconfianza del orden institucional. Aun teniendo mayoría en el Congreso, busca respaldos y legitimaciones por fuera de la legislatura. Está convencido de que la democracia está en otro lado y que las instituciones necesitan refundarse si es que quieren ser confiables. 
Lo que le incomoda, en realidad, es la disonancia del pluralismo. Para él, la democracia no es un régimen de separaciones, sino la afirmación de la única voz legítima. Existiendo una voluntad auténtica del pueblo, todo lo que se aparte de ella, toda duda, toda sospecha, todo freno es un obstáculo maligno. Su ilusión es que los órganos del Estado se alineen con el gobierno mayoritario. Los procedimientos son, para él, frivolidades, los derechos coartadas de quienes pretenden defender privilegios. Esos son los reflejos del político que ocupa la Presidencia. La victoria no ha transformado sus convicciones profundas. Si los jueces detienen una decisión, es porque son incapaces de entender el cambio que vivimos en julio. 
Desde la perspectiva épica, las instituciones no pueden ser nunca plataformas de la neutralidad, jamás un patrimonio común. No deben siquiera aspirar a serlo. Si ellos tuvieron sus instituciones, ahora serán nuestras. Si antes sirvieron al neoliberalismo, ahora serán instrumentos de la Cuarta Transformación. Si fueron instrumento de ataque en contra nuestra, ahora estarán puestas a nuestro servicio. 
En la ocupación morenista de las instituciones no se advierte, si quiera, la intención de guardar las apariencias. Debe ser, para ellos, consecuencia natural de haber conquistado la mayoría. Puede ser, tal vez, su entendimiento del "mandato": los electores quisieron que lo cambiáramos todo, que barriéramos con todos, que refundáramos todo. Es la lógica de la aplanadora: si tenemos los votos, pasaremos por encima de quien nos venga en gana. El mensaje es claro: no se pretende afirmar a la judicatura como asiento de una imparcialidad deseable sino como respaldo del poder. Así lo muestra la terna que el Presidente ha enviado al Senado para cubrir la vacante en la Suprema Corte de Justicia. Las elegidas por el Presidente serían impresentables en cualquier país democrático. En cualquier lado se reconocería, por supuesto, su trayectoria académica y profesional, pero su activa militancia en un partido político, su participación reciente en contiendas electorales, su cercanía con el jefe de gobierno las invalidaría definitivamente para ocupar un asiento en el último tribunal de la república. Es a todas luces aberrante brincar de una actividad que llama a la parcialidad vehemente a las tareas de la justicia constitucional. 
La denuncia de esta ocupación no es, en modo alguno, nostalgia de lo que tuvimos y que estaríamos a punto de perder. Los gobiernos recientes se encargaron de pervertir estos espacios de neutralidad. En los últimos años fuimos testigos de la captura de los órganos regulatorios, la partidización de instituciones que debían estar por encima de las parcialidades, la distribución por cuotas de los asientos de arbitraje. Pero eran, con todo, posiciones sujetas a negociación. El deseo de uno tenía que vencer el veto del otro. El gobierno no contaba con los votos necesarios para imponer, por sí solo su voluntad. Había que cruzar el puente para lograr los votos del consenso. Eso es lo que ha cambiado. La voluntad de los afines basta. Con ello han desaparecido los recatos. El presidente López Obrador se atreve a lo que ninguno de sus antecesores: proponer a militantes activos de su partido para ocupar el sitio que exigiría la suprema imparcialidad. Ningún Presidente, desde la reforma del 95, se había atrevido a tal cosa. Controlando dos poderes del Estado, el nuevo gobierno busca el control directo del tercero para eliminar de ese modo, uno de los pocos espacios institucionales de independencia.

Amenaza


Rango de universidades

(amplíese)

domingo, 9 de diciembre de 2018

La grilla -dentro y fuera- de la Suprema Corte

Atrás ya dejó el presidente Andrés Manuel López Obrador la etiqueta de "la mafia del poder" para referirse a sus adversarios y a quienes discrepan de su proyecto de nación. Ahora los llama conservadores, al evocar la República Restaurada de Benito Juárez, que es donde a él le gusta ubicarse, y que acabó con el imperio de Maximiliano. El discurso juega en las antípodas y difícilmente existen áreas grises entre sus dos polos. No es fácil ubicar la confrontación cotidiana entre liberales y conservadores salvo en un solo lugar, en este momento, de alta relevancia para el equilibrio del poder y la definición de México en los próximos años, que es la Suprema Corte de Justicia de la Nación, donde a principios de 2019, en la primera decisión de gran calado, los ministros elegirán a su presidente por los próximos cuatro años.
Los punteros son dos ministros que no tienen una carrera judicial, Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena y Arturo Zaldívar. El primero, respaldado por el actual presidente de la Corte, Luis María Aguilar, se encuentra en el bloque de los conservadores. El segundo, Arturo Zaldívar, tan cercano a López Obrador que ha tenido muestras de gran afecto en público hacia él, está en el lado de los liberales. Las definiciones vendrán en los próximos días, al cerrarse el 13 de diciembre el ciclo de Aguilar, quien rendirá su último informe como presidente de la Corte y se irán de vacaciones. Sin embargo, la decisión sobre a quién elegirán en enero, terminará de cocinarse mientras oficialmente están fuera del trabajo. 
Las diferencias entre conservadores y liberales en una institución como la Suprema Corte, en México o en otras democracias occidentales, son notables. Un ministro conservador siempre se apega al texto del estatuto, sin márgenes para determinar con una visión amplia y creativa, por ejemplo una inconstitucionalidad, bajo la premisa de que quienes cambian las leyes son las legislaturas, no las cortes. Los liberales, en cambio, utilizan la historia y el propósito del estatuto como una herramienta para interpretar la ley, por lo cual tienden a darle a la gente una mayor libertad. Uno de los fallos donde más se aprecia esta división –que ocurre en diversas cortes del mundo–, es sobre la despenalización del aborto que, así como parte a la sociedad, separa a los ministros de las cortes.
En estos momentos, si se diera la votación hoy, la probabilidad de que Gutiérrez Ortiz Mena ganara la presidencia es muy alta. Esto obedece, de acuerdo con observadores de la Corte, a que el bloque conservador es amplio, compuesto por Javier Láynez, Eduardo Medina Mora, Mario Pardo y Aguilar. En el lado liberal respaldan a Zaldívar Fernando Franco y Norma Lucía Piña, que perdieron un aliado al retirarse José Ramón Cosío. Dos ministros pueden inclinar hacia cualquier lado la balanza, pero no se sabe cómo van a comportarse. Una es Margarita Luna Ramos, y el otro es Alberto Pérez Dayán, con tinte conservador, pero que se han aproximado a posiciones liberales en el pasado. Dos factores adicionales juegan para colocarlos actualmente, ligeramente más hacia el lado de Zaldívar. La ministra Luna Ramos quiere mejorar su posición dentro de la Corte, mientras que Pérez Dayán le debe parte del apoyo que tuvo para ser ministro al equipo de la ex-ministra y actual secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero.
Si ellos dos votaran por Zaldívar, habría un empate y tendrían que ir a rondas subsecuentes, como sucedió hace tres años, cuando Aguilar, quien en tres rondas derrotó finalmente a Zaldívar. Debido a este equilibrio en los bloques, el presidente López Obrador jugó sus cartas y anunció la terna que enviará al Senado para el remplazo de Cosío, con lo cual podrían cambiar los números en apoyo a Zaldívar. López Obrador nominó a Loretta Ortiz, Celia Maya y Juan Luis González Alcántara, lo que parece ser un trío donde las dos abogadas podrían ser descartadas por su vinculación directa con Morena. Ortiz fue asesora en el equipo de transición en materia de seguridad y la organizadora de los foros sobre reconciliación y paz, mientras que Maya fue candidata del partido a la gubernatura en Querétaro y al Senado. González Alcántara, un liberal independiente, tiene además el mejor palmarés de la terna. 
Con esta acción presidencial, el equilibrio en la Suprema Corte de Justicia se romperá, lo que de cualquier forma, de acuerdo con los observadores, no sería suficiente, y en la segunda quincena de diciembre tendría que darse un intenso cabildeo para conseguir el voto. La Corte, sin embargo, es una institución que mantiene dos posiciones. La externa es la que se expresa en los dictámenes y las votaciones, donde hay consensos y disensos, y la otra tiene que ver con la política interna, donde lo que se busca es unidad entre los ministros y compromiso con los principios constitucionales. Certidumbre en el actuar de los ministros, sin sorpresas, es lo que más aprecian a nivel interno. Por ser un ministro que generaba incertidumbres y no se sabía cómo iba a reaccionar, Cosío nunca pudo ser presidente de la Corte, pese a que técnicamente, su capacidad era impecable.
Gutiérrez Ortiz Mena y Zaldívar no son vistos bajo la misma óptica dentro de la Corte, donde nadie tiene duda tampoco que la inclinación de López Obrador es por el segundo. En el lado de los conservadores, en caso de que fuera muy cerrada la lucha entre los dos punteros, existe un caballo negro que respalda el actual presidente: Mario Pardo, a quien no hay que descartar en este choque entre conservadores y liberales, abierto en la Suprema Corte de Justicia. 

-Raymundo Riva Palacio

Ser


Estrategia mecanso


viernes, 7 de diciembre de 2018

Findesemanía (post)sexenal

Es viernes y don Venus lo sabe


¿"Cuarta" transformación? ¿Por qué cuarta, contando cómo?

El presidente López Obrador ha hecho en su discurso de toma de posesión un retrato rotundo de los males de la "era neoliberal" (1982 a 2018). No le ha concedido a esos años ni siquiera el mérito de haber creado las reglas de competencia democrática que lo trajeron a él a la Presidencia.
La verdad es que podrían intentarse aguafuertes de similar saldo negativo con los momentos de nuestra historia que el Presidente admira: la Independencia, la Reforma y la Revolución. Basta cargar los dados en la elección de los daños y no en los beneficios. La Independencia puede verse como un proceso de destrucción que dio paso a la época de mayor inestabilidad política de nuestra historia y, con ella, a la pérdida de la mitad del territorio a manos de una nación que crecía y se expandía territorialmente con un propósito claro, en lugar de achicarse y dividirse como la nuestra.
Pocas experiencias más tristes hay que la lectura de historias de aquellos años tontos, disparatados y mezquinos de México: los años del México independiente. La reforma liberal triunfó sobre la intervención y restauró la República, pero solo para descubrir que tampoco podía gobernar cabalmente el país, abriendo paso así a las revueltas que llevaron al poder a Porfirio Díaz, , y a las tres décadas de gobierno porfirista que el presidente López Obrador cita como antecedente oprobioso de la presente "era neoliberal". 
La mirada del historiador no es nunca neutra, pero puesta a tomar partido puede llegar a ser sólo una caricatura
Medida con la parcialidad y la pasión política con que López Obrador mide la era neoliberal, toda la historia de la nación podría verse como un solo, continuo, gigantesco desatino. 

-Héctor Aguilar Camín

martes, 4 de diciembre de 2018

lunes, 3 de diciembre de 2018

Lecturas en tiempos del AM(L)O

 Queen y el populismo

-Rafael Gumucio

El inesperado éxito de taquilla de la película Bohemian Rhapsody, de Bryan Singer, resulta algo así como una buena noticia. Ante este invierno de los descontentos, la película se ha convertido en un lugar en que padres e hijos y hasta abuelos pueden cantar unas canciones que, mezclando rock progresivo, ópera y guitarras afiladas, han logrado vencer en la aplicación Spotify, por primera vez en años, al reguetón como lo más escuchado. 

¿Qué puede haber más provocador en la era del Brexit que un biopic que retrata la gloria eterna de Farrokh Bulsara (alias Freddie Mercury), un rockero inglés hasta la médula que nació en África, se educó en Asia y triunfó en Latinoamérica? Es al menos el Queen que la película intenta retratar, un mundo mejor en el que el rock permitía la convivencia de un astrofísico obsesionado con su guitarra (Brian May), un técnico electrónico callado (John Deacon), un chico rubio que está enamorado de su auto (Roger Taylor) y un joven parsi * (Freddie Mercury) que, a pesar de su homosexualidad, ama de manera intensa y definitiva a su novia. Un grupo que da cabida en sus discos a los gustos de sus integrantes, hasta que, tras una serie de malentendidos promovidos por la escena gay en que Freddie se pierde, parece a punto de romperse. Un breve malentendido que termina con una reconciliación espectacular en el Live Aid del estadio de Wembley —el 13 de junio de 1985—, quizás el acto fundacional del buenismo musical: ese momento en que creímos que el rock podía derrotar al hambre. 

Mirado en retrospectiva, el triunfo de Queen en este concierto es quizás uno de los hitos fundacionales del populismo moderno. Es al menos de lo que siempre la crítica musical más refinada acusó a Queen, de usar un talento, que nadie nunca le negó, para acariciar en el sentido del pelo la multitud de los estadios, despreciando la soledad del que escucha el LP en casa. No por nada, Dave Marsh, de la revista Rolling Stone, la llamó en época tan temprano como el año 1978 como la "única banda de rock realmente fascista". Crítica a la que el grupo contestó exagerando aún más la pompa de sus himnos innegables, al mismo tiempo que crecía el número de asistentes de sus conciertos en países en plena dictaduras (Argentina y Brasil), donde hacían gala de la marcialidad innegable de su líder único, que pasó del pelo largo habitual del rockero, al bigote de los macho man de discoteca gays, pero también de los interrogadores de la policía política. 

Queen, reformado por el dolor, se convirtió al mismo tiempo en grupo tolerante y tolerable. Eso no quita que quizás sea el que mejor ayude a explicar el populismo actual. Un populismo que es, como Queen mismo, una mezcla dispar de elementos contradictorios. Evangelistas puritanos que votan por un presidente que no esconde su lujuria. Huérfanos y millonarios, racistas de muchos colores, obreros desubicados y sus patrones desubicadores, todos cantando de pronto la misma canción, el himno perfecto del populismo que es ‘We Are the Champions, un piano de balada donde Freddie sufre los golpes de una vida que no ha sido justa con él para, en el coro, descubrir que, por eso mismo:

 "Nosotros somos los campeones. / No hay tiempo para los perdedores / porque nosotros somos los campeones del mundo" 
We are the champions / We are the champions / No time for losers / 'Cause we are the champions of the world

En el mismo álbum (News of the World, de 1977), el guitarrista Brian May intenta en ‘We Will Rock You’ la otra variación del mismo truco: una canción escrita para el estadio que con sus pies y sus manos acompaña las amenazas de Freddie Mercury, que le dice al joven que siente una desgracia solitaria que un día nos hará temblar a todos, porque es: 

"un hombre joven, un hombre duro / Gritando en la calle, algún día te enfrentarás al mundo / Tienes lodo en tu cara. / Eres una gran desgracia / agitando tu bandera por todo el lugar"
Buddy, you’re a young man, hard man / Shouting in the street, gonna take on the world some day / You got mud on your face, / you big disgrace/ Waving your banner all over the place

Esa bandera, americana, inglesa, brasileña, es la que los jóvenes de entonces y sus hijos y sus nietos agitan hoy. Que Freddie sea el producto más acabado de la multiculturalidad inglesa, que sea el primer rockero que hiciera visible el drama del sida, que su música sea sofisticada y compleja, es una prueba más de que el populismo teme a cualquier cosa menos a las contradicciones. Porque ¿qué explica que la ciudad más gay friendly de Sudamérica, Río de Janeiro, haya votado en masa por un candidato que declaraba que prefería tener un hijo muerto que gay? La misma Río de Janeiro que, primero que nadie, reconoció a estadio lleno la grandeza de Queen cuando Europa y Estados Unidos se reían de su decadencia. 

Se pierde el tiempo combatiendo al populismo como idea si no se sabe que es ante todo esa sensación, frágil pero necesaria, de unanimidad en la derrota finalmente victoriosa, que más testarudamente que nadie cantaron estos cuatros chicos de Londres.

 *parsi: perteneciente a una comunidad (creyente en Zoroastro) de la antigua Persia que, huyendo del Islam, emigró a la India
**caricatura de Bruno Tesse

Umbral


domingo, 2 de diciembre de 2018

sábado, 1 de diciembre de 2018

jueves, 29 de noviembre de 2018

Pesadilla erótica


me-les-voy, me-les-voy, me-les-voy

Imagen relacionada



¿(Am)lo real? (Am)lo simbólico

La fuga de López Obrador al universo simbólico cobra, por lo pronto, una víctima: la eficacia. Fascinada por la alegoría, la política se desentiende de la consecuencia. Si el deseo presidencial lo puede todo, no tiene por qué perder el tiempo con cálculos de presupuestos, fastidios administrativos, restricciones legales. La mecánica es sencilla: proclámese el deseo y hágase ratificar por el Pueblo bueno. El único esmero es escénico. Hay que romper la estatua del pasado sin calcular el efecto del destrozo. Reducida a gesto, la política engendra lo contrario a lo que desea. El ahorro termina siendo dispendioso; la ruptura resulta una victoria del pasado, la inclusión, una farsa. No niego la importancia de ese lenguaje simbólico porque sé que no hay política sin relato, sin imaginación, sin fantasía. El problema es que termina siendo muy mala política aquella que se queda en pura teatralidad, aquella que se desentiende de las restricciones, la que se somete al imperio de las apariencias, la que, por contar cuentos, deja de hacer las cuentas. Esa parece ser la trampa a la que quiere entregarse el nuevo Gobierno mexicano. Su intención de inaugurar una nueva era de la historia topa con el desprecio a los instrumentos concretos de la acción política. Así se acerca Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México, como cirujano con machete. 

-Jesús Silva-Herzog Márquez

miércoles, 28 de noviembre de 2018

lunes, 26 de noviembre de 2018

António Antunes, caricaturista portugués

Fernando Pessoa
 Eca de Queirós

José Saramago
 António Lobo Antunes

(Sa)poder legislativo