Tu perro surgió hace 33, 000 años a partir de lobos del sur de China
Un estudio genético revela por primera vez "el viaje extraordinario" de los canes por el mundo
-Manuel Ansede, 15 DIC 2015
Una combatiente cristiana juega con dos perros en Al-Qahtaniyah (Siria).AFP
Los perros surgieron a partir de lobos salvajes hace unos
33, 000 años en el sureste asiático, según el último parte de una guerra
científica que no para de cambiar de fecha y lugar el nacimiento del
primer animal domesticado por el ser humano. "Nuestro estudio, por
primera vez, revela el viaje extraordinario que el perro doméstico ha
realizado por el planeta", presumen los autores, encabezados por el
genetista sueco Peter Savolainen.
El
análisis de los genomas completos de 58 perros y lobos de todo el mundo
sitúa el origen de la domesticación hace 33, 000 años en el sureste
asiático. Tras miles de años de evolución en la misma región, exponen
los autores, una población de perros migró hace 15, 000 años hacia
Oriente Medio, África y Europa, continente al que habrían llegado hace
10, 000 años. Y uno de aquellos linajes emigrados regresó a Asia, al
norte de la actual China, para remezclarse con las poblaciones
existentes antes de viajar a América, hace menos de 10, 500 años, a
través del estrecho de Bering, que une Siberia con el noreste americano.
Los resultados del nuevo estudio, publicado hoy en la revista científica Cell Research, contradicen los de algunos análisis anteriores. Otro trabajo publicado en la revista Science
en 2013 sugería que los perros procedían de lobos que los humanos
cazadores-recolectores de Europa comenzaron a domesticar hace entre
32.100 y 18.800 años. "Un gran problema de aquel estudio es que no
incluía muestras procedentes del sureste asiático. Esto significa que en
el caso de que los perros se originaran en esta región, no podrían
detectarlo", explica Savolainen, del Real Instituto de Tecnología, en
Estocolmo.
El equipo del genetista sueco ha analizado los genomas
completos de 58 cánidos, incluyendo 12 lobos de Europa y Asia, cuatro
perros de razas indígenas de Nigeria, canes de zonas remotas de China,
el perro sin pelo del Perú y ejemplares árticos y siberianos, de las
razas alaskan malamute y husky. Los científicos también contaron con
muestras de mastín tibetano, chihuahua mexicano, lebrel afgano y nueve
razas europeas.
Otro estudio publicado hace un mes situaba el origen en Nepal o Mongolia, pero no utilizaba muestras del sureste asiático
"La toma de muestras, sin incluir ninguna del sureste
asiático, ha sido un problema importante en varios estudios previos.
Nuestro estudio es el primero con ADN nuclear de todo el mundo,
incluyendo el sureste asiático. Por eso hemos podido llegar a estos
hallazgos", celebra Savolainen, que ha colaborado con el investigador
Ya-Ping Zhang, de la Academia China de Ciencias.
"Es un conjunto de datos fantástico y realmente es una
aportación al creciente catálogo de perros con el genoma completo
secuenciado", aplaude el genetista Adam Boyko, de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Cornell (EE UU). Boyko publicó hace apenas un mes otro estudio, en la revista PNAS,
en el que sugería un origen en Asia Central, “quizá cerca de los
actuales Nepal y Mongolia”. Aquel estudio utilizó datos genéticos
parciales de 5.400 perros, pero tampoco incluyó ejemplares del sur de
China. Boyko, a su vez, lamenta que el nuevo estudio de Savolainen
utilice "muy pocas muestras de Asia Central".
El genetista de la Universidad de Cornell cree que humanos y
lobos cazaban grandes mamíferos, como el alce, en Asia Central. A su
juicio, el número de presas debió de reducirse, a causa de cambios
climáticos o del aumento de cazadores humanos, y los lobos se vieron
obligados a carroñear para sobrevivir. Se acercaron a los campamentos
humanos, cogieron confianza y, en algún momento, ocurrió uno de los
momentos más mágicos de la evolución: una mano humana acarició el pelo
de un lobo.
La primera gran migración perruna pudo llevarse a
cabo sin seres humanos, con los perros espoleados por el retroceso de
los glaciares
"Lo que está claro es que los perros y los lobos se
separaron hace unos 33, 000 años. Y que hubo una migración fuera del
sureste asiático hace 15, 000 años. No tenemos claro qué ocurrió en ese
lapso de tiempo, ni cómo de rápida fue la domesticación, ni cuándo los
perros estuvieron completamente domesticados", reconoce Savolainen.
Su estudio deja abierta una puerta sorprendente: que la
primera gran migración perruna no ocurriera de la mano del ser humano,
sino que los canes decidieran abandonar el sureste asiático debido a
factores ambientales, como el retroceso de los glaciares que comenzó
hace 19, 000 años y duró unos cuantos milenios. "No sabemos si la primera
migración fue con o sin humanos. Si fue sin humanos, los perros
debieron de seguir en cualquier caso los asentamientos humanos
existentes y extenderse como carroñeros viviendo alrededor de las
personas", especula Savolainen. El equipo del genetista sueco señala que los ancestros de
los perros son los lobos del sur de China, al sur del río Yangtsé, donde
hoy en día "quedan muy pocos ejemplares, si es que queda alguno, y esos
pocos posiblemente proceden del norte". El investigador cree que
aquella población de lobos, madre de los perros, se extinguió hace entre
50 y 100 años. "Apenas existe información de estos perros del sur de
China", admite.
Ese es uno de los principales obstáculos para definir con
seguridad la fecha y el lugar de origen de los perros domésticos. Los
actuales canes han sufrido tantas mezclas en los últimos siglos —los
humanos los han cruzado para obtener razas tan distintas como el San
Bernardo y el caniche— que es muy difícil descifrar su rompecabezas
genético. "Para conseguir un relato realmente detallado necesitaríamos
muestras antiguas, de aquella época. Nosotros y otros grupos ya estamos
trabajando en ello", adelanta Savolainen.
Ilustración de Rebecca Yanovskaya(amplíese) Ah, la llave
que permite develar el secreto que todas las mujeres conocen y, sin
embargo, no conocen. La llave representa el permiso para conocer los más
profundos y oscuros secretos de la psique, en este caso, eso que
degrada y destruye estúpidamente el potencial de una Mujer. Barba Azul
prohíbe a su joven esposa utilizar la única llave capaz de conducirla a
la conciencia. Prohibir a una mujer la utilización de la llave del
conocimiento que le permitirá ser plenamente consciente de sí misma, equivale a despojarla de su
naturaleza intuitiva, de la innata curiosidad, de la inteligencia que la llevaría a
descubrir "lo que está oculto" bajo la superficie engañosa de una barba azul celestial. Sin este
conocimiento, la mujer carece de la debida protección. Si decide
obedecer la orden de Barba Azul de no utilizar la llave, opta por su
muerte espiritual, su personalidad será asesinada. Si decide abrir la puerta de la estancia
secreta, optará por la vida.
Barba Azul entrega a su nueva esposa las llaves del castillo/ Ilustración de Rebecca Yanovskaya(amplíese) La barba la
llevaba hace tiempo uno que, según dicen, era un mago frustrado, un
gigante muy aficionado a las mujeres, un hombre llamado Barba Azul. Se cuenta que cortejó a tres hermanas al mismo tiempo. A las dos mayores no acabó por convencerlas, por lo que éstas decidieron no volver a
ver a Barba Azul. En cambio, la hermana menor pensó que un hombre tan
encantador no podía ser malo. Y mientras más se familiarizaba con él tanto menos azul le parecía su
barba. Por consiguiente, cuando Barba Azul pidió su mano, ella
aceptó. Así pues, se casaron y se fueron a vivir al
majestuoso y laberíntico castillo que el marido tenía en el bosque.
Ladies first
Hamlet, el dandy epigramático y enlutado de la corte de Dinamarca, que,
lento en las antesalas de su venganza, prodiga concurridos monólogos o
juega tristemente con la calavera mortal, ha interesado más a la
crítica, ya que estaban en él, de modo profético, tantos insignes
caracteres del siglo XIX:
Byron y Edgar Allan Poe y Baudelaire y aquellos personajes de
Dostoievski, que exacerbadamente se complacen en el moroso análisis de
sus actos. (Esas y muchas otras cosas, naturalmente: por ejemplo, la
duda —que es uno de los nombres de la inteligencia—, y que en el caso
del danés no se limita a la veracidad del espectro sino a su realidad y a
lo que nos espera después de la disolución de la carne.) El rey Macbeth
siempre me ha parecido más verdadero, más entregado a su despiadado
destino que a las exigencias escénicas. Creo en Hamlet, pero no en las
circunstancias de Hamlet; creo en Macbeth y creo también en su historia.
Art happens (El arte ocurre), declaró
Whistler, pero la conciencia de que no acabaremos nunca de descifrar el
misterio estético no se opone al examen de los hechos que lo hicieron
posible. Éstos, ya se sabe, son infinitos; en buena lógica, para que
cualquier cosa ocurra, ha sido necesaria la conjunción de todos los
efectos y causas que la han precedido y urdido. Consideremos unas pocas,
las más visibles.
Suele olvidarse que Macbeth, ahora un sueño del arte, fue alguna vez un
hombre en el tiempo. Pese a las brujas y al espectro de Banquo y a la
selva que avanza contra el castillo, la tragedia es de orden histórico.
En aquel artículo de la Crónica anglosajona que
enumera lo acontecido en el año 1054 —unos doce años antes de la
derrota de los noruegos en el puente de Stamford y de la conquista
normanda— leemos que Siward, conde de Nortumbria, invadió por tierra y
por mar el reino de Escocia y puso en fuga a Macbeth, su rey. Éste, por
lo demás, tenía algún derecho al poder y no fue un tirano. Ganó renombre
de piadoso en ambos sentidos de la palabra; fue generoso con los pobres
y ferviente cristiano. Mató a Duncan en buena ley, en una batalla. Se
opuso victoriosamente a los vikings. Su reinado fue largo y justo. La
memoria humana, que es inventiva, le tejería una leyenda.
Pasan por centenares los años y nos permiten entrever otro personaje
esencial, el cronista Holinshed. Poco sabemos de él, ni siquiera la
fecha y la localidad de su nacimiento. Dicen que fue "ministro de la
palabra de Dios". Llegó a Londres hacia 1560 y colaboró con
perseverancia en la redacción de cierta vasta y ambiciosa historia
universal, que se redujo al fin a esas Crónicas de
Inglaterra, Escocia e Irlanda, que llevan hoy su nombre. Sus páginas
incluyen la leyenda que inspiraría a Shakespeare y más de una vez las
mismas palabras. Murió hacia 1580. Se conjetura que la edición póstuma
de 1586 fue la que manejó el poeta.
Y ahora a William Shakespeare. En aquella época decisiva de la Armada
Invencible, de la liberación de los Países Bajos, de la decadencia de
España y de la conversión de Inglaterra, isla desgarrada y lateral, en
uno de los grandes reinos del orbe, el destino de Shakespeare
(1564-1616) corre el albur de parecernos de una mediocridad misteriosa.
Fue sonetista, actor, empresario, hombre de negocios y de litigios.
Cinco años antes de su muerte se retiró a su pueblo natal,
Stratford-upon-Avon, y no escribió una línea, salvo un testamento en el
cual no se menciona un solo libro, y un epitafio tan ramplón que más
vale tomarlo como una broma. No reunió en un volumen su obra dramática;
la primera edición que poseemos, el infolio 1623, se debe a la
iniciativa de unos actores. Jonson ha declarado que poseía poco latín y
menos griego. Tales hechos han inspirado la conjetura de que sólo fue un
testaferro. Miss Delia Bacon, que halló asilo final en un manicomio y
cuyo libro mereció un prólogo de Hawthorne, que no lo había leído,
atribuyó la paternidad de sus dramas a Francis Bacon, profeta y mártir
de la ciencia experimental y hombre de una imaginación del todo
distinta; Mark Twain ha vindicado esa hipótesis. Luther Hofman propone
la candidatura, harto menos inverosímil, del poeta Christopher Marlowe, "amado de las musas", que no habría muerto apuñalado, en una taberna de
Depford, en 1593. La primera de estas atribuciones data del siglo XIX;
la segunda del nuestro. En el curso de más de doscientos años a nadie
se le había ocurrido pensar que Shakespeare no fuera el autor de su
obra.
Los jóvenes iracundos de 1830, que habían hecho de Thomas Chatterton,
que se dio muerte en una bohardilla a los diecisiete años, el arquetipo
del poeta, nunca se resignaron del todo al modesto currículum de
Shakespeare. Lo hubieran preferido desventurado; Hugo, con elocuencia
espléndida, hizo lo posible y lo imposible para demostrar que sus
contemporáneos lo ignoraron o lo menospreciaron. La melancólica verdad
es que Shakespeare, pese a algún altibajo inicial, fue siempre un buen
burgués, respetado y próspero. (También fue Shylock, Goneril, Iago,
Laertes, Coriolano y las parcas.)
Anotados los hechos que anteceden, recordemos determinadas
circunstancias de orden histórico que pueden mitigar nuestro asombro.
Shakespeare no dio sus obras a la imprenta (con alguna que otra
excepción) porque las escribió para la escena, no para la lectura. De
Quincey observa que las representaciones teatrales no suministran menos
publicidad que las letras de molde. A principios del siglo XVII escribir
para el teatro era un menester literario tan subalterno como lo es
ahora el de escribir para la televisión o el cinematógrafo. Cuando Ben
Jonson publicó sus tragedias, comedias y mascaradas bajo el título de Obras,
la gente se rió de él. Me atrevo a aventurar otra conjetura:
Shakespeare, para escribir, precisaba el estímulo de las tablas, la
urgencia del estreno y de los actores. De ahí que una vez vendido su
teatro, el Globo, dejó caer la pluma. Las piezas, por lo demás, eran
propiedad de las compañías, no de los autores o adaptadores.
Menos escrupulosa y crédula que la nuestra, la época de Shakespeare veía
en la historia un arte, el arte de la fábula deleitable y del apólogo
moral, no una ciencia de estériles precisiones. No creía que la historia
fuera capaz de recuperar el pasado, pero sí de acuñarlo en gratas
leyendas. Shakespeare, lector frecuente de Montaigne, de Plutarco y de
Holinshed, halló en las páginas de este último el argumento de Macbeth.
Según se sabe, los tres primeros personajes que vemos son las tres
brujas en el páramo, entre los truenos, los relámpagos y la lluvia.
Shakespeare las llama las weird sisters; en la mitología de los sajones, la Wyrd es la divinidad que preside la suerte de los hombres y de los dioses, de modo que weird sisters no significa las hermanas extrañas sino las hermanas fatales, las nornas del
escandinavo, las parcas. Más que el protagonista son ellas las que
rigen la acción. Saludan a Macbeth con el título de señor de Cavdor y
con el otro, que le parece inaccesible, de rey; el inmediato
cumplimiento de la primera de las dos profecías confiere a la segunda un
carácter inevitable y lo conduce, urgido por Lady Macbeth, al asesinato
de Duncan. Banquo, su compañero, no les da mayor importancia. "La
tierra tiene burbujas como las tiene el agua", dice para explicar esas
apariciones fantásticas.
A diferencia de nuestros ingenuos realistas, Shakespeare no ignoraba que
el arte es siempre una ficción. La tragedia ocurre a la vez en dos
lugares y en dos tiempos: en la lejana Escocia del siglo XI y en un tablado de los arrabales de Londres, a principios del XVI. Una de las barbadas brujas menciona al capitán del Tyger;
al cabo de una larga travesía desde el puerto de Alepo, el barco había
regresado a Inglaterra y alguno de sus marineros pudo haber asistido al
estreno.
El inglés es un idioma germánico; a partir del siglo XIV, es también latino. Shakespeare deliberadamente alterna los dos registros, que nunca son del todo sinónimos. Así:
The multitudinous seas incarnadine,
Making the green, one red.
En el primer verso resuenan las resplandecientes voces latinas; en el último, las breves y directas sajonas.
Shakespeare parece haber sentido que la ambición, el apetito de mandar,
no es menos propio de la mujer que del hombre; Macbeth es un sumiso y
despiadado puñal de las parcas y de la reina. Así lo entendió Schlegel,
pero no Bradley.
Mucho he leído, y olvidado, sobre Macbeth;los estudios de Coleridge y de Bradley (Shakespearean Tragedy,1904)
siguen pareciéndome insuperados. Bradley declara que la obra nos causa,
infatigable y vívida, una impresión continua de rapidez, no de
brevedad. Anota que la oscuridad la domina, casi la negrura: la tiniebla
rayada de brusco fuego, la obsesión de la sangre. Todo ocurre de noche,
salvo la escena irónica y patética del rey Duncan, que al mirar los
torreones del castillo del que nunca saldrá, observa que en los sitios
que las golondrinas prefieren, el aire es delicado. Lady Macbeth, que ha
premeditado su muerte, ve cuervos y oye su graznido. La tempestad y el
crimen se han conjurado, la tierra se estremece, los caballos de Duncan
se devoran con frenesí.
Lo vivido siempre corre el albur de incurrir en lo pintoresco; Macbeth
está muy lejos de ese peligro. La obra es la más intensa que la
literatura puede ofrecernos y esa intensidad no decae. Desde las
palabras enigmáticas de las brujas (Fair is foul and foul is fair)
que, de manera bestial o demoníaca, trascienden la razón de los
hombres, hasta la escena en que Macbeth muere acorralado y peleando, el
drama nos arrebata como una pasión o una música. No importa que creamos
en la demonología, como el rey Jacobo I, o que le neguemos nuestra fe,
no importa que la aparición de Banquo sea para nosotros un desvarío de
su atormentado asesino o el espectro de un muerto; la tragedia se impone
a quienes la ven, la recorren o la recuerdan, con la atroz convicción
de una pesadilla. Coleridge escribió que la fe poética es una
complaciente o voluntaria suspensión de la incredulidad; Macbeth,como
toda genuina obra de arte, ilustra y justifica ese parecer. En el
decurso de este prólogo he dicho que la acción ocurre a la vez en los
siglos medievales de Escocia y en aquella Inglaterra de los corsarios y
de las letras que ya disputaba a los españoles el imperio del mar; la
verdad es que el drama que soñó Shakespeare, y que ahora soñamos, está
fuera del tiempo de la historia o, mejor dicho, crea su propio tiempo.
Con toda impunidad el rey puede hablar del armado rinoceronte, del que
no habrá tenido nunca noticia. A diferencia de Hamlet, que es la tragedia de un pensativo en un mundo violento, el sonido y la furia de Macbeth parecen eludir el análisis.
Todo es elemental en Macbeth,salvo
el lenguaje, que es barroco y de una exacerbada complejidad. Semejante
lenguaje está justificado por la pasión, no por la pasión técnica de
Quevedo, de Mallarmé, de Lugones o del mayor de todos ellos, James
Joyce, sino por la pasión de las almas. Las entretejidas metáforas y las
exaltaciones y desesperaciones del héroe sugerirían a Shaw su famosa
definición de Macbeth:la tragedia del hombre de letras moderno como asesino y cliente de brujas.
El carnicero muerto y su demoníaca reina (repito las palabras de
Malcolm, que corresponden a su odio, no a la intrincada realidad de dos
seres humanos) no se han arrepentido de los crímenes que los enrojecen
de sangre, pero éstos los persiguen extrañamente, los enloquecen y los
pierden.
Shakespeare es el menos inglés de los poetas de Inglaterra. Comparado
con Robert Frost (de New England), con Wordsworth, con Samuel Johnson,
con Chaucer y con los desconocidos que escribieron, o cantaron, las
elegías, es casi un extranjero. Inglaterra es la patria del understatement,de
la reticencia bien educada; la hipérbole, el exceso y el esplendor son
típicos de Shakespeare. Tampoco el indulgente Cervantes parece un
español de los tribunales de fuego y de la vanagloria sonora.