viernes, 3 de septiembre de 2010

El amor/ Dehesa




La damosidad

Para Gaby, porque siempre sí.

Hay palabras que se fosilizan. Lo mismo ocurre con las estructuras del lenguaje. Yo soy apasionado usuario y observador de un idioma llamado español, cada vez más desconocido en mi país. Yo conozco ese idioma y yo lo amo. Muy probablemente es más el amor que el conocimiento, pero me esmero en ambas tareas. Dicho esto, me siento en posición y disposición de informarles que, contemplado desde el horizonte femenino, el idioma español es una disfuncional porquería. Todo indica, y la historia lo comprueba, que la recia lengua castellana, se fue creando, palabra por palabra y oración por oración, para el exclusivo uso masculino. La organización del idioma parece dar por sentado que las mujeres no hablan, o que si hablan tienen que hacerlo como si fueran hombres.
Yo he asistido en Madrid a dos o tres sesiones de la Academia de la Lengua durante las cuales han ocurrido arrebatados pugilatos verbales que se trenzan entre los que opinan que se debe decir "la general" y no "la generala", o si se debe decir "la cirujana" o "el cirujano". Además, no necesito ir a Madrid para aprender que no se dice "la testiga", porque simplemente no era admisible, ni atendible, ni respetable que una mujer empeñara su palabra a favor o en contra de nadie; para esto era necesario tener testículos y, jurando por ellos (como si fueran tan maravillosos), testificar. De nada hubiera valido que se presentara una chica en un jurado y dijera "yo quiero ovariar" a favor de esto o aquello.
Conozco también que la palabra "virtud" proviene de la raíz vir-viris, es decir lo concerniente al desarrollo de las potestades y potencialidades de la masculinidad. En rigor, sólo el hombre puede ser virtuoso y certificar con sus hechos, sus hazañas, sus conquistas, su decencia y sus goles de chilena, su virtud. En el caso de que un hombre, movido especialmente por lástima, decidiera concederle a una mujer (normalmente la suya, aunque no era obligatorio) la condición de virtuosa, todos sabían que en tratándose de un ente femenino, de lo que se estaba hablando era de la inmovilidad casi estatuaria, la momificación en vida, el silencio, la heroica capacidad de aguante frente a las perrerías del marido, la condición multípara y la heroica resistencia frente a las tentaciones de la carne; en esto consistía la muy débil virtud femenina.
Lectora lector querido, todo esto que has leído es una suerte de acto preparatorio para comunicarte una congoja que hoy me ocupa. Resulta que, puesto a hacer un censo, descubro que son muchas más mis amigas que mis amigos y que, si bien todos ellos, mis amigos, son extremadamente caballerosos (y ésta es otra palabra fósil, puesto que este vocablo fue acuñado para distinguir a los pirrurris que tenían caballo de la perrada que andaba a pata); ellas, mis amigas, también son de un modo aromado y exquisito muy... aquí es donde entro en crisis. De qué o por qué voy a decir que una mujer es "caballerosa". No puedo decirlo. Es una idiotez que ni la computadora (que es bastante idiota) acepta; pero también es una inexactitud y un contrasentido. La versión femenina de la caballerosidad no se puede nombrar con la misma palabra. Aceptemos que la caballerosidad es la suprema elegancia del alma; el alma que ahí se está en el umbral de nuestra alma en espera de ser recibida para compartir los gozos, festejar los triunfos, pero sobre todo, para paliar los dolores y aliviar las derrotas. En esta capacidad de ser una leve, gentil, educada y dulce compañía consiste el arte de la caballerosidad. Algunos hombres, pocos, lo dominan.
Las mujeres están mucho mejor dotdas, me consta, para ser cercanas, respetuosas y curativas; pero esto no puede ser nombrado con la palabra caballerosidad. De lo que se trata es de una sutil perfección del alma que tendría que ser llamada "damosidad". No es en modo alguno un neologismo frívolo e inútil. En los últimos tiempos yo he recibido el invaluable auxilio de la damosidad. No intento pagar mi deuda que es de suyo impagable. Sólo quiero ponerle nombre y decirle a todas las mujeres cercanas y elegantemente compasivas: gracias por su damosidad.

- texto del libro Cuestión de amor, de Germán Dehesa, editorial Diana, 2006.

6 comentarios:

Unknown dijo...

¿Quièn me tiene hacièndo corajes con mis amigos del Face y sus estùpidos e insensibles comentarios hacia Germàn Dehesa, cuando existe este espacio? Gracias Manuel, ando chipi.

Gervaxio dijo...

El Premio Nobel, como todo cuentista, nos provoca ascender a la fantasía. El personaje de Fermina Dasa, seguro que no era ni la sombra de la belleza que fue en su juventud, ¿qué en ella mantenía fijado a su enamorado, entonces?, ¿era una erudita? ¿aun estaba en condicones de hacerle unos buenos frijolitos con café de olla? ¿le calentaba los pies durante las frías noches de invierno?,¿le frotaba la espalda a manera de masajito? ja, es provable que el amor tenga mucho de ilusorio, y más ja, ja, pues siempre, siempre, haré lo mismo "caeré en los mismos errores", me dejaré estar en los brazos de una bella mujer, aunque tenga que pagar, después, la factura. Buen espacio para el desahogo, pero es tiempo de volver a la realidad. Gervaxio

Anónimo dijo...

ah Pinche YERVAXIO;
prexta pa andar iguales...
...¡luego el mariguano es uno!

Anónimo dijo...

proBable, dear...los apapachos ya serán luego

Anónimo dijo...

qué le picó que anda tan copion del oscar athie?

Anónimo dijo...

yo creo que le picó la kundalina-Mazacuata
¿así se dice dra. Beatricita?