sábado, 25 de septiembre de 2010

Arboricidio

La tormenta derribó ayer un árbol que conocí muy bien. Plantado frente a la terraza del entonces Café Martinique (donde descubrí mi dosis diaria y tipo de café), con sus ramas apuntando hacia la entada del Centro Magno, fue un punto de vista frondoso, vigoroso, alentador: verdadero triunfo de la raíces sobre el concreto. ¿Por qué después de todo, se dejó caer semejante árbol? El abandono paulatino del entorno influyó tal vez en su estado de ánimo. En efecto, el desalojo violento (con policía, abogados y notario) de la casa donde se encontraba el Café mencionado, cuyas animadas, politizadas y románticas conversaciones el árbol archivaba en sus hojas verdes; el abandono de la punzocortante torre de vidrio donde se encontraban las temibles oficinas de impuestos o Servicio de Administración Tributaria (a cada rato por cierto, oficinistas y funcionarios salían en tropel a la calle de López Cotilla porque una voz misteriosa al teléfono se refería a una bomba colocada en el edificio); el abandono siempre el abandono le fueron haciendo vacío al árbol que ayer aprovechó el ventarrón de la tormenta para abandonar de golpe su soledad involuntaria y ese espacio donde, con seguridad, se habilitará una rampa más de estacionamiento. MFM.

3 comentarios:

Gervaxio dijo...

Cierto,supongo que en sus verdes hojas iba tomando nota de tan sesudas discusiones, al mismo tiempo que circulaba en su savía, todo un cúmulo de rencor, por la falta de prevención, y de planeación urbana, en donde se privilegia el pavimento, o el concreto cuyos hoyos causados por el agua, que aunque tarde y mal, por lo general son atendidos. No es de extrañarnos, que semejante coloso, arremetiera contra aquello que simboliza su propio exterminio y el de las demás especies arbolíferas.

Anónimo dijo...

oye yerbacio, es savia, no savía, ¿no sabías?... ¡burro!

Anónimo dijo...

me duele...