lunes, 13 de diciembre de 2010

Santa Lucía/ O de la santa visión

Santa Lucía, 1470, Francesco del CossaLos ojos florecen en la ramita que porta Santa Lucía. El aura solar detrás de la cabeza es alegoría de fuente de luz; la hoja de palma que Lucía sujeta con la mano derecha, reverdece en invierno: es decir, avisa del próximo regreso de la luz; y la semi-cofia denota pubertad o virginidad que, en el contexto religioso, es sinónimo de luminosidad.

La leyenda de la joven italiana Lucía, fechada en Sicilia en el 310 a.C., es una clara muestra de sincretismo (vulgo, coctel) religioso. Dicha leyenda cuenta en sentido literal, la historia de una mujer que mientras cuidaba a su madre enferma, un ángel se le apareció y la conminó a dedicarse a Dios; por tanto, Lucía se negó a cumplir con la promesa de matrimonio que le había hecho al ansioso novio que, alterado por el rechazo, acusó a Lucía ante el emperador Diocleciano (bestia peluda de los mártires cristianos). Los romanos forzaron a Lucía a que se casara, pero por negarse a perder la virginidad, fue martirizada de modo salvaje. Ya se sabe que a los hagiógrafos oficiales del cristianismo, poseedores de una singular alegría sádica, les fascinaba cargar la tinta en la descripción meticulosa de torturas corporales.
Existen así, dos versiones europeas que festejan el día de Santa Lucía: la original italiana y una versión muy popular en Suecia que luego se divulgaría en toda la península escandinava (Noruega, Finlandia, Dinamarca y hasta en Letonia, Estonia y Lituania).
El núcleo conceptual de la leyenda de Santa Lucía es la luz. Así, en 1250 escribía Santiago Vorágine, monje medieval, gran propagandista de hagiografías edificantes:

Lucía viene de luz. La luz es bella de por sí. Y bella resulta a los ojos que la contemplan. La luz por su misma naturaleza, está dirigida al deleite de la vista. La luz se refleja en los objetos sin que se le pegue nada de ellos. Y aunque se ponga en contacto con las cosas más inmundas no se contagia de su suciedad.

Por asociación, de la luz se pasa al sentido de la vista: a los ojos. Lucía se los arranca para no parecer bella a su pretendiente que la adoraba por su mirada, pero gracias a que conservó su virginidad, ¡oh, milagro!, aun sin ojos, Lucía puede ver. De nuevo por el mecanismo de asociación, de la luz que ilumina todas las cosas incluso las más inmundas, "no se contagia de su suciedad", se pasa así, al cuerpo intacto, puro, virginal, que no se contagia de la suciedad del sexo.
La mayoría de las leyendas religiosas antiguas surgieron entre pastores, en un contexto rural, tosco y elemental, muy atento a las estaciones propicias a las cosechas. En el caso del festejo de Santa Lucía, la temporada corresponde al invierno frío y oscuro, que añora la luz del sol. De ahí la elección del 13 de diciembre para la celebración, pues ese día ocurre el solsticio de invierno (cuando el Sol se encuentra más alejado del ecuador de la Tierra, de ahí la nostalgia por la luz solar que busca mitigarse con mitos y rituales que propicien su retorno, como el mito de Santa Lucía).
La Santa Lucía italiana, virgen y mártir, es protectora de los ciegos por aquello de que aun sin ellos, es posible ver con los ojos del alma.
La Santa Lucía sueca asemeja más a un ritual de pasaje: el de una doncella adolescente vestida de blanco (pura), con un listón rojo atado a la cintura (símbolo de la sangre de la menstruación), con una corona de velas (la leyenda nórdica habla de cabellera de luz -casi todas las suecas son rubias- que irradia calor en medio del frío invernal); así, Santa Lucía mitiga los rigores del invierno. Pero es también metáfora del calorcito del cariiiño que es anuncio del despertar del cuerpo al amor. La lucidez de Lucía es, por tanto, la visión de los ojos del corazón que reconoce a quienes aún no han hecho el amor y acude en su auxilio con su luz.

2 comentarios:

tuya dijo...

¿"acude en su auxilio", qué es eso?
Qué buena historia, me gustó

Anónimo dijo...

Tu mejor inspiración: tu hija,tu luz.
Baru