jueves, 30 de diciembre de 2010

Negocito de fin de año: un terrenito en La Mesilla

Si se observa detenidamente la frontera de México con EEUU, se advertirá que la línea que comienza en el Golfo de México, en Tamaulipas, sigue una trayectoria irregular, caprichosa como la mayoría de los elementos de la naturaleza... hasta que llega a Chihuahua; en específico, a Ciudad Juárez (o El Paso, al otro lado). A partir de allí, nótese, surge una línea que aunque se recorta a tramos, es fría y calculadamente recta hasta que alcanza el océano Pacífico. ¿Por qué, cuál es la razón del drástico cambio en la ruta irregular de la línea fronteriza? Porque un 30 de diciembre -la peor época del año para hacer un negocio a menos de que se vendan uvas, champaña o cohetes- de 1853, México vendió a EEUU dicha zona conocida como La Mesilla (de color púrpura en el mapa).
Vista desde EEUU (de color amarillo), la zona abarca el sur de dos estados: Arizona y Nuevo México. Son 78 mil kms2 que equivalen al tamaño de Escocia.

Todo se debió a que el embajador de EEUU en México en esa época, el senador por Carolina del Sur, James Gadsden (izq), era antes que nada, un hombre de negocios; en concreto, un empresario de ferrocarriles. En cuanto presentó sus cartas credenciales con el presidente de México, de inmediato hizo química con él; y más aún, Gadsden olfateó ipso facto la urgencia de billetes de Antonio López de Santa Anna.
Gadsden tenía sumo interés en el área de La Mesilla porque justo por allí -con inversión a bajo costo, por tanto, en línea recta- quería tender las vías del tren que conectaran el Atlántico con el Pacífico.
Así, ni tardo ni perezoso, el embajador envió un telegrama al entonces presidente de EEUU, solicitándole la suma de $15 millones de dólares, que era lo que pedía Santa Anna; el senado gringo aprobó sólo $10. Y en $10 millones de dólares se malbarató La Mesilla. Mal business para los mexicanos, porque para los estadounidenses, con James Gadsden y socios ferrocarrileros a la cabeza, fue negocio redondo.
Y tal como sucede ahora cuando se anuncia la construcción de una gran carretera y todos los terrenos aledaños suben de precio, así ocurrió entonces con el anuncio de la South Carolina Canal and Rail Road Company de que por ahí pasarían las locomotoras sureñas: todos los aventureros y cowboys se lanzaron a la adquisición -a balazos o con papeles-, de tierras, ranchos y pueblitos que correrían al lado de las nuevas vías del ferrocarril. Por cierto, ese es el contexto histórico y centro del argumento de la película Once Upon a Time in the West o 'Había una vez en el Oeste', de 1968, de Sergio Leone (director de El Bueno, el Malo y el Feo, de 1966), con música de Ennio Morricone, que recién acabo de ver completa en DVD y por supuesto, recomiendo fervorosamente. Actúa el feo Charles Bronson, pero se recupera uno con la sola presencia de la bellísima Claudia Cardinale.

1 comentario:

Carlos dijo...

Ah, mi buen Falcon.
¿Por qué tuviste que poner el final de la película? Ya me la echaste a perder.
En fin, un abrazo y feliz año nuevo.