jueves, 14 de noviembre de 2013

Postre doble

Intentaba concentrarse en la lectura del párrafo de un ensayo mientras aguardaba a que le
sirvieran una taza de café, colofón de una gran comida, en el restaurante casi vacío. Compartía el enorme salón con una parejita sentada en la esquina opuesta, que se cuchicheaba palabras altisonantes, los rostros muy cerca el uno del otro, inclinados sobre la mesa; ella lo señalaba con el dedo índice sosteniendo una copa en la mano: "eres -fingía gritar bajo la forma de susurro- un mentiroso"; él hacía la señal de persignarse en la boca gesticulando como actor de cine mudo: "te lo juro, te lo juro"; ella le ofrecía un brindis sonriendo socarronamente en voz baja: "mentiroso".
 Había dejado el separador en una página crucial. Abrió el libro y enfocó el texto forzando la vista por la baja luz crepuscular que entraba por los ventanales:

"el pasado no es canjeable, pero sí la posición subjetiva frente a él; lo que puede variar y mudar es la versión histórica que de ese pasado se construya" (...)

Ella acaba de arrojar el contenido de la copa de vino en la cara de él que golpea la mesa con las manos. Brincan los cubiertos. Dándose por aludido, acude el mesero presto a interrumpir sonoramente la cadena de susurros: 
-A sus órdenes ¿Gusta la señorita otra copa de vino?
-Por favor -sonríe ella en voz alta-, si fuera tan amable. 
Él usa la servilleta de tela como toalla para limpiarse la cara.
-¿Le sirvo igual, caballero?
-Sólo otra servilleta, por favor
Sin dejar de experimentarse como voyeur doble, dos lecturas a la vista, sigue leyendo al tiempo que cae en cuenta de que ella toca al novio mentiroso por debajo de la mesa. La mancha de vino tinto en la camisa blanca del caballero forma un mapamundi pectoral. Continúa la lectura: 

 "La cura de un trauma, por ejemplo, implica la posibilidad de producir mutaciones en la distribución de los significantes cuyo des-enlace produce una re-visión" (...)

El mesero lo sorprende por la espalda:
-Su café, señor ¿Le traigo la carta de postres?
-Algo dulce
-Así son todos los postres, señor
El reproche del mesero lo hace sentirse culpable al saberse sorprendido con la mirada estática en los movimientos manuales bajo la mesa de la parejita.
-Un pay de limón
-¿Como el de la señorita?
Baja la vista en doble gesto: asintiendo y para no hacerse cómplice de algún posible chiste. Ve la página: 
"la normalidad psíquica contiene una gran dosis de rebelión frente a la realidad. Una de esas formas de insurrección es, precisamente, el humor. Si bien es cierto que éste no altera la realidad objetiva, posee, por lo menos, el atributo de poner en evidencia su carácter paradojal. Todo chiste es, en este sentido, transgresivo, violenta el idioma, porque se sostiene sobre las torsiones que imperan en los significantes"

Sin dejar de tocar al caballero por debajo de la mesa, ella le dice algo al oído. Acto seguido, ambos voltean  a ver al comensal lector como si lo hubiesen descubierto. Éste se tapa con el libro para fingir que lee más de cerca el contendio por la escasa luz.


-¡Ya sé lo que hubo entre ustedes!- habla en voz alta el novio dirigiéndose al lector comensal, voyeur doble, bebedor de café, solicitante de pay de limón. Intenta hacer todas las actividades anteriores a la vez. -Pero, de todos modos me voy a casar con ella ¿Te queda claro?

Con el separador perdido momentáneamente entre las páginas que se abren como abanico, con la taza de café en la otra mano, el lector comensal piensa rápido y está a punto de formular una respuesta coherente, cuando a sus espaldas se escucha una voz estentórea:

 -¡Entre ella y yo no hubo más que una relación de trabajo!- exclama con voz de declamador con maestro, un señor ya mayor, de corbata y pocos pelos anaranjados pero esponjados, que seguramente debió de permanecer escondido en el baño de caballeros durante todo este tiempo. Desafiaba al novio desde una distancia que al lector comensal, que había quedado en medio de los interlocutores, se le antojó de duelo de pistoleros del Antiguo Oeste.

-¿La cuenta, señor?- salva el mesero al comensal lector que toma la carpetita negra con la nota que paga enseguida, entrega propina y se pone de pie para abandonar el restaurante. El señor declamador se mantenía en silencio a sus espaldas con la mirada fija en la parejita que lo ve asombrado. El lector comensal aprovecha el congelamiento de la escena para hacer mutis. A punto de alcanzar la puerta de salida, se despide de los novios:
-Provecho
Ella al instante aúlla: 
-¡Exacto, él se aprovechó de mí!- y le lanza el contenido de su copa que salpica también al lector en fuga.

El comensal lector ya ha ganado la calle y camina presuroso sin hacer caso de la mancha de vino tinto en su entrepierna al pedir un taxi. Ya a bordo, el taxista viéndolo por el espejo retrovisor, y aludiendo a la mancha del pantalón, comenta en tono zumbón:

-¿Le ganó, amigo?

Irritado, abre de nuevo el libro para desconectarse de la broma; brincan las líneas junto con el auto:

"Si el signo es inconmovible, el significante, por su desvinculación con los objetos y por su ligadura con otros significantes, es plurivalente, tolera significados variados"

(MFM)

1 comentario:

Luna Onofre dijo...

A la postre, se casaron y vivieron, mejor dicho sobrevivieron, pensando que pusieron ser felices... no lo fueron, no lo fueron, porque entre ellos, al menos uno mintió, no dijo la verdad, y se ganó el título de mentiroso.