domingo, 30 de septiembre de 2012

Cafecito con bella a propósito de monstruo

La palabra monstruo proviene del latín monstrum, de monere: 'avisar, recordar, presagiar', pues las formas monstruosas -según los antiguos- son advertencias de los dioses. No obstante, dicha advertencia no es tan obvia a simple vista "¿Qué consideras que es un monstruo?", me inquiere una amiga bióloga en el café. Esbozo respuesta: es un ser que se aleja de la condición humana, de sus formas y movimientos corporales, de su conducta social. "Muy bien, pero entonces dime: ¿consideras monstruo al Nautilus?", me examina mi amiga. "Primero explícame -solicito a la bella- a qué bicho te refieres". El Nautilus (palaba griega que significa 'marinero'), es un ser de las profundidades submarinas clasificado como cefalópodo porque de la cabeza salen los tentáculos con los que camina y cuyo esqueleto es una concha externa. "Si un Nautilus del tamaño de un hombre apareciese en el umbral de la puerta de tu habitación", pregunto a mi amiga que prefiere beber té en vez de café, "¿te asustarías?". Fija su mirada en la mía y responde muy oronda: "No, porque conozco al Nautilus, lo he estudiado, pero tal vez tú sí te espantarías, ja". Le concedo la razón, porque el Nautilus no posee características antropomórficas. En efecto, ¿dónde tiene la cabeza (cefalo-), los pies (podo), los ojos, los brazos... ? "Verías un monstruo", advierte mi amiga. Pero si recordamos que la raíz etimológica de monstruo es 'una advertencia de los dioses'...
En el caso del Nautilus, a poco de observar con calma y sin temor su anatomía, descubrimos que la forma de su concha contiene la proporción áurea, así denominada por el rigor y la elegancia matemática de su configuración, presente en todas las formas bellas de la naturaleza. Los dioses nos advierten, nos invitan entonces a que vayamos más allá de  la apariencia monstruosa del Nautilus y contemplemos su antiquísima belleza. "¿Sabías que camina en reversa? ¿Y podrías indicar dónde tiene los ojos el Nautilus?" Redobla el interrogatorio la bióloga que deja que se ahoguen en la taza las bolsitas de té de hierbabuena.
Sé - le respondo poniendo la punta de mi dedo índice en su frente- que están en tu memoria.


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