lunes, 1 de agosto de 2011

De escritores en el exilio

Eliseo Diego y su hijo, Eliseo (el Lichi) Alberto
"Tengo la sospecha que sí, el exilio es una condena. Una bofetada. En Cuba, si un día regreso de manera más o menos permanente, extrañaré México, las quesadillas de flor de calabaza que tantísima hambre me han matado, los sones veracruzanos, los amigos de acá, siempre generosos y gentiles. Extrañaré su inmensidad, su diversidad, su generosidad. Su incipiente democracia, que yo puedo valorar desde un ángulo ilusionado, pues llegué a esta tierra de nopales en el mejor de los momentos posibles: el legendario año 1988, justo cuando el ingeniero Cárdenas se lanzaba en solitario contra los molinos de viento del gigantismo del Partido Revolucionario Institucional. Lo seguían unos pocos Sancho Panza leales y combativos. Desde Cuba, ignoraron su valor: se prefirió avalar el robo de las votaciones y el único país socialista del continente americano apoyó, y sigue aún haciéndolo, al solapado Carlos Salinas de Gortari. Suerte que nadie me impedirá volver para cumplir con mis deberes: soy ciudadano mexicano, a mucha honra. Tendré que aprender a vivir de naufragio en naufragio, entre huracanes y terremotos. Tengo la esperanza que algún día alguien abra en La Habana un excelente restaurante de comida mexicana. Así será más leve mi nostalgia por las aguas de Jamaica. Yo estoy rajado por la mitad."

- Eliseo Alberto (Cuba, 1951-DF, 2011) entrevistado por Lucila Navarrete


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Confieso mi pecado de omisión por no haber leído al recién fallecido Eliseo Alberto, caray; pero, aunque ahora se les puede leer y releer a ambos, admito en descargo haber leído a su padre: el poeta Eliseo Diego (Cuba, 1920-DF, 1994) del cual recomiendo, entre otros, Muestrario del mundo o libro de las maravillas de Boloña, Visor, Madrid, 1978; o bien, La sed de lo perdido-Antología, 1993, Ediciones del Equilibrista. A propósito de obituarios, de Eliseo Diego, quizá venga a cuento el siguiente:

DEL ALQUMISTA

Saben positivamente , los que de tales cosas entienden, que en la ciudad de Aquisgrán, y a fines de la Edad Media, un judío alquimista halló el secreto de no envejecerse. Fortalecido por su pócima, que le permitiría vivir en todo vigor ciento cincuenta años más que el común de los hombres, dedicó la plenitud de sus días a buscar el secreto de no morirse. Dicen que lo halló, y que desde entonces, oculto en su oscura covacha, tropezado de telarañas y surcado de grueso sudor, busca aquel veneno poderoso sobre todos que le permita, al desgraciado, morirse.

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