viernes, 12 de agosto de 2011

Don Étimo, Cantinflas y Monsiváis

En el Pequeño salón Rojo de Santa María la Redonda, Shilinsky (autor de la rutina) inicia el diálogo y ve con preocupación que Mario no responde. Insiste:
'Esos segundos fueron amargos. Quise hacerlo reaccionar y de pronto Mario comenzó a hablar y a decir cosas, muchas cosas sin principio ni fin. Parecía que su pensamiento se adelantaba a las palabras. Quise ayudarlo a salir del atolladero. Él, simplemente por su nerviosismo no sabía lo que decía. De pronto el público empezó a reír. Las risas sonaron más y más fuertes; después un caluroso aplauso. Azorados los dos, nos miramos interrogativamente. Poco a poco Mario se me fue acercando y de plano preguntó: "¿Qué está pasando?" Le dije: "Se están riendo de que dices mucho y al mismo tiempo no dices nada. ¡Sigue así!"
 
"Mario Moreno se convierte en Cantinflas, y complace desde la insensatez del apodo, de origen tan incierto como el porvenir de su público. Quizás el sobrenombre derive del grito, abreviado por la mala dicción, que le atribuye a la embriaguez el disparate: "¡Cuánto inflas!" (C 'ant' inflas).
(...)
¿Cuál es, de acuerdo a los testimonios de la época, la renovación humorística y lingüística de Cantinflas que dio origen a la ideología estrictamente verbal llamda cantinflismo? Aventuro una hipótesis: él transparenta la vocación del absurdo del paria, en parte desdén y fastidio ante una lógica que lo condena y lo rechaza, y encuentra su materia prima en el disparadero de palabras, donde los complementos se extravían antes de llegar al verbo. Cada noche, en feroz competencia con charros cantores y títeres y tenores que no salen al escenario porque siguen borrachos, los movimientos ordenan el caos de los vocablos, y el cantinflismo es el doble idioma de lo que se quiere expresar y de lo que no se tiene ganas de pensar. (Por eso, cuando Cantinflas renuncia a la mímica, se deshace de la esencia de su sentido cómico.)
Un cuerpo acelerado traduce temas urgentes: lo caro que está todo en el mercado, la chusquería involuntaria de gringos y gachupines, las bribonerías de la política, la incomprensión del acusado ante el juez, la estafa que acecha en todo diálogo entre desconocidos. Con trazos coreográficos, el cuerpo rescata sustantivos y adjetivos en pleno naufragio, y al acatar esta pedagogía, los campesinos recién emigrados, los obreros y los parias aprenden las nuevas reglas urbanas y se distancian cono pueden del hecho estricto de la supervivencia. No somos nadie, pero ya seremos, y ¿cómo te quedó el ojo? Sometida a la censura, la carpa es la mejor escuela del doble sentido en la vida sexual, en el aprendizaje del no dejarse, en el llanto sin sentimiento, y la compenetración entre artistas y público, es la dialéctica de la pobreza que se inicia en el diálogo ininteligible para extraños. No hagas caso de lo que te digo sino de lo que te quiero decir, si desatiendes mi próxima frase te autocalificas de cornudo o maricón, tu amigo te va a engañar, tu enemigo es tu hermano, cualquier conversación es una trampa, el mayor bien es un coito gratis, y éste es el peor desastre: tu mujer no te engaña porque tú le sigues siendo fiel. En este elogio de la confusión, el mérito no radica en el chiste sino en la imposibilidad de manejarse con fluidez dentro del humor memorizado. (El mayor chiste es no saberse ningún chiste.)
¿Qué podría memorizar Cantinflas, por otra parte? Son pocos y muy solicitados los autores de sketches y es imposible renovar a diario en las carpas el repertorio de ingeniosidades. A Cantinflas no lo apuntalan sus guionistas sino su don para improvisar las cosas que no se le ocurren. A falta de recursos, Cantinflas le opone la feliz combinación de incoherencia verbal y coherencia corporal. Él libera a la palabra de sus ataduras lógicas, y ejemplifica la alianza precisa de frases que nada significan (ni pueden significar) con desplazamientos musculares que rectifican lo dicho por nadie. La lógica noquea al silogismo, la acumulación verbal es el arreglo (la simbiosis) entre un cuerpo en tensión boxística y un habla en busca de las tensiones que aclaren el sentido.
Examínese la técnica. La cabeza emprende un movimiento pendular y esquiva un enemigo invisible, los brazos se disponen a un encuentro con el aire, la expresión sardónica se ríe del mundo, las cejas se levantan como guillotinas, el choteo es igual y es distinto, no me diga, cómo no, ay qué dijo, ya se le hizo, a poco... La acústica se desliza de onomatopeya en onomatopeya y las frases detentan la coherencia interna del explícame-porque-ora-sí-ya-te-entendí. En el rompe y rasga verbal de la barriada, el Nonsense dispone de un significado contundente: uno dice nada para comunicar algo, uno enreda vocablos para desentrañar movimientos, uno confunde gestos con tal de expresar virtudes. Órale, arráncate con desde el momento en que no fui/ quién era/ nomás/ interprete mi silencio. "

- Escenas de pudor y liviandad (capítlo II-Instituciones: Cantinflas. Ahí estuvo el detalle), Carlos Monsiváis, 1988, editorial Grijalbo

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