sábado, 18 de agosto de 2012

Guerrilla urbana con fondo musical punk más feminismo-machista-entrón/ la Rusia postsoviética

Nadezhda, Yekaterina y Maria
El escándalo como arma política o la estrategia de las Pussy Riot. Ya desde el nombre: la Puchita Amotinada o en Pie de Guerra o Sublevada (o el Motín de las Puchitas), el Coño Amotinado (o el Motín de los Coños), se derriba la puerta eufemística de la corrección política mediante el saqueo del lenguaje machista a favor de la provocación feminista, en la misma línea del sexismo exacerbado de las ucranianas Femen, las Topless Warriors. Así, las Pussy Riot emplean la estrategia de ser chocantes, excesivas, transgresoras para cobrar notoriedad mediática instantánea (en tiempo-real de redes sociales) sin necesidad de gastar en campañas publicitarias. Presentadas originalmente como banda musical punk, se trata en realidad de música que sonoriza estruendosamente la oposición política.
Y qué mejor escenario para la estrategia de las Pussy Riot de pícale-la cola-al-tabú, que la catedral metropolitana de la Iglesia Ortodoxa Rusa, en Moscú, que convirtieron en antro de escándalo inmediato por yuxtaposición de provocaciones: vestimentas aparte, profanación de un altar, máximo recinto sagrado de los creyentes, y consignas políticas de oposición mediante rezos a la Virgen contra Putin. Amén... digo coctel.
¿El enemigo de las Pussy Riot (o las caperucitas contra el Lobo y el Abuelito Feroz)? El presidente de Rusia, Vladimir Putin junto con el patriarca o Pope de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Kirill I; ambos poderosísimos, ultraconservadores, aliados (Kirill o Cirilo declaró a Putin "milagro de Dios") y excolaboradores de la KGB, exagencia del espionaje soviético.

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Pussy Retro

El motín de las chicas incide en dos planos: la política interna rusa y la política internacional occidental. En el primer plano, el motín se lo pusieron en bandeja de plata a Putin, ya que así, él no podrá ser acusado de reprimir la oposición política directamente sino a través de un asunto de orden administrativo: el vandalismo (en inglés hooliganism; en español ibérico: gamberrismo). En el plano internacional, a pesar de las protestas de estrellas del espectáculo, intelectuales y artistas del mundo occidental a favor de la libertad de expresión, Putin está tranquilo porque la mayoría de la población rusa (el 51% según encuesta del periódico The Guardian) desaprueba los actos escandalosos de las Pussy Riot y está de acuerdo en que se las castigue. Y lo que debió ser una multa administrativa se convirtió así, por la presión social conservadora más una juez implacable, en dos años de cárcel (los acusadores pedían siete). Visto el caso desde adentro, Putin incluso se puede dar el lujo de posar como perdonavidas más adelante, una vez que baje la marea mediática internacional, y concederles a las Pussy una rebaja sustancial de la pena. Con lo cual, Vladimir saldría, una vez más, ganando.



La fragilidad (y al tiempo, fuerza) de las Pussy Riot estriba en que no consituyen un movimiento social organizado ni un grupo político con el propósito de alcanzar el poder, sino más bien, en una especie de línea retro que retoma la contracultura hippie de los sesentas -la apuesta por el corte y tinte de pelo, la vestimenta, la música, el sexo, el reventón, la alergia al establishment y la traducción de la canción Back in the USSR, de los Beatles, como Back into Putin-, representan un síntoma de la sociedad civil, aislado, pero ruidoso (de otro modo, la pena hubiese sido más severa, pues se les habría acusado por ejemplo, de ser manipuladas por cabecillas o partidos políticos de oposición), adscrito a la corriente de indignación juvenil que recorre el mundo vía facebook, twitter y You-tube. ¿Por qué mujeres en vez de hombres? Se aventura una hipótesis: apenas se abre paso el feminismo en una sociedad machista política y religiosamente patriarcal. Las chicas, aun cuando algunas ya son madres, son estudiantes muy jóvenes, con acceso al pensamiento crítico, pero sin trabajo. Y en una sociedad que se recupera del colapso totalitario soviético mediante el capitalismo salvaje, los empleos los acaparan los hombres.



A fin de no incurrir en el lugar común de las caras bonitas que subyugan por su encanto, para no ser identificadas por la policía y, a la vez, para simbolizar la oposición anónima al régimen político ruso, las chicas de Pussy Riot han hecho famosa la balaclava o capucha de lana. Su nombre proviene de la población de Balaklava, en la Península de Crimea, donde los soldados británicos usaron la capucha o balaclava por primera vez, en la Guerra de Crimea (1853-1856) para protegerse el rostro de los cortantes vientos gélidos.

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