sábado, 18 de agosto de 2012

Anécdota sobre Vladímir y las ambigüedades propias de su apellido

En un programa radiofónico del género llamado de espectáculos, el locutor gay que alterna con una chica, comentó a propósito del escándalo del grupo Pussy Riot, que sus integrantes habían sido encarceladas "por órdenes de Rasputín (sic)". Lo dijo con toda seriedad sin asomo de ironía ni sin que la jovencita que lo auxilia en la conducción del programa, demostrara ninguna reacción de extrañeza. Es obvio que el locutor se refería a Putin, el presidente de Rusia. El lapsus línguae en un primer momento, causa risa; pues, es posible mofarse de la desinformación o ignorancia del locutor. Pero, a poco de reconsiderar con cautela dicha equivocación, y recordando la condición homosexual del locutor, se descubre que más que error hay horror a pronunciar la palabra que de seguro él ha escuchado como insulto en más de una ocasión. En efecto, Putin es homónima de putín, el diminutivo de puto: putito.
La sociedad machista homofóbica en la que el locutor gay de seguro ha aprendido a sobrevivir (de hecho, en los programas que versan sobre el mundo de la farándula, se ve como natural que sea un gay junto con señoras, quien comente los últimos chismes de las estrellitas) es la razón que lo impulsa de manera inconsciente a disfrazar, ocultar, disimular, despojar de su carga peyorativa el nombre de Putin mediante el eufemismo de Rasputín. Así, lo que para el oyente es una torpeza que causa risa, para el locutor es una forma de defensa mágica, un proceso similar al que ejecuta el mago que desaparece una carta y en su lugar muestra otra, inesperada; en este caso, la carta del insulto: Putin, putín, se esfuma y reaparece Rasputín. Es un caso defensivo semejante al de las mujeres que pronuncian mostro en vez de monstruo dada la proximidad fonética con menstruo.

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