martes, 3 de abril de 2012

El mito cristiano en el arte

Al leer La antorcha al oído de Elías Canetti, me salió al paso el siguiente párrafo que menciona una obra maestra del arte de la cual -ahora me doy cuenta- sólo conocía escenas por separado. Cito:

"En Colmar me pasé el día entero ante el Retablo de Isenheim, de Matthias Grünewald; ignoro a qué hora llegué y a qué hora me fui. Cuando el museo cerró,
deseé ser invisible para quedarme en él toda la noche.

Contemplé el cuerpo de Cristo sin sentimientos de pesar, el aterrador estado de aquel
cuerpo me pareció verdadero, y a la luz de esa verdad tomé conciencia de lo que me había desconcertado en las crucifixiones:
su belleza,
su transfiguración.
Esta última
era más bien
propia
del concierto
angélico,
no de la cruz.
Aquello
que en
la realidad
nos hubiera
hecho
retroceder
aterrados
aún era
perceptible
en ese
cuadro:
una reminiscencia
del horror
que los seres
humanos
suelen infligirse
unos a otros.
Por
entonces -primavera
de 1927- la
guerra química
practicada
en el conlicto
mundial
estaba aún lo
suficientemente
cerca
como para
resaltar
la veracidad
del cuadro.
Acaso
la tarea
más indispensable
del arte se haya
olvidado con
demasiada
frecuencia:
no la catarsis,
ni el consuelo,
ni un disponer
de todo
como si las
cosas acabaran bien.
Pestes, pústulas,
tortura,
espanto -y en vez
de la peste,
ya superada, inventamos
monstruosidades
peores.
¿Qué puede
importar aún
el consuelo
de las ilusiones
frente a
esta verdad,
siempre idéntica a sí misma
y eternamente presente?
Todo el horror
que nos amenaza está
prefigurado allí.
El dedo
de san Juan,
desmesurado,
apunta
hacia él:
así es,
así
volverá
a ser."



El llamado retablo de Isenheim, del alemán Matthias Grünewald, se encuentra en el convento de la orden de los antoninos, dedicado entonces a la curación de enfermedades de la piel (lo cual se resaltó de manera intensa en los personajes del cuadro), situado en Isenheim, en Colmar, Francia. La pieza de arte, un maravilloso cofre de sorpresas realizado entre 1512 y 1516, pasaría ahora por instalación de arte contemporáneo, pues combina escultura, artesanía y pintura. Se trata de la obra maestra de Grünewald, si no es que de todos los tiempos, en cuanto a la representación del sufrimiento humano que se trasmuta en éxtasis, enseñanza fundamental de la creencia cristiana.

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