Amar a ciber-Prometeo en tierra de indios
-Manuel Falcón
Ahora que se comenta sobre hackers rusos que asaltan como
horda de cosacos el proceso electoral de Estados Unidos; ahora que se informa acerca de la fusión de monstruosas
compañías gringas de telecomunicaciones como AT&T (American Telephone and Telegraph company ¡fundada en 1885 por el
inventor del teléfono, Alexander Graham Bell!) y la empresa Time Warner
(propietaria, entre otros medios, de los televisivos HBO y CNN más el emporio
cinematográfico Warner Brothers); ahora
que no hay nadie en México desconectado ya sea de su iPhone, ya de su tableta, ya de su computadora; ahora que ingentes muchedumbres,
cual tumulto de elefantes, se balancean sobre la tela de una araña (es decir,
sobre arácnidas redes sociales) ya en Facebook ya en Twitter; ahora que cunde
el pasmo ante la nueva puesta en escena o reactivación del mito de ciber-Prometeo
robando la memoria USB (universal serial
bus) al fogoso Zeus para entregársela a los seres humanos e iniciar así, la
revolución digital, cabe preguntarse si México se encuentra de veras preparado,
no sólo para consumir, devorar y atragantarse con tecnología digital, sino para
enfrentarse a los cambios psicológicos, sociales y políticos que dicha tecno-era
conlleva.
Porque tratándose de un hito histórico en materia de
comunicación humana –la era digital o el resurgimiento de ciber-Prometeo que
promete again progreso ininterrumpido
para toda la humanidad-, conviene reiterarlo: con toda su carga de espectacularidad,
innovación y furor de prótesis histérica, en rigor, los medios nunca serán fines.
Se piden entonces disculpas al gurú canadiense Marshall McLuhan, profeta de la
aldea global (equivalente, para nosotros, al Área Metropolitana de Guadalajara),
pero su axioma del “medio es el mensaje” que en principio, parece democratizar
la comunicación, no resulta muy preciso si se considera a los propietarios (o para
decirlo en términos de computadoras: a los dueños de los “servidores”): todos
son de Estados Unidos. Al parecer, la única aportación mexicana a la era
digital es la palabra “celular” (pero, ¿acaso tiene células un teléfono
digital?). Somos en México meros consumidores de ciber-tecnología y por ende, changos
con la destreza para pelar plátanos y manipular toda clase de gadgets. Sin embargo, ¿eso nos convierte en dueños de nuestro
mensaje nacional? Dicha sea la pregunta en tono patriótico, con el águila y la serpiente como
wallpaper en la pantalla del monitor.
Así, a la luz de la mencionada ciberrevolución, considérense
proyectos como la creación de la Secretaría de Innovación, Ciencia y Tecnología
del gobierno de Jalisco; reflexiónese sobre los traspiés del proyecto de la Ciudad
Creativa Digital; medítese sobre el sentido del reventón de millenials denominado Campus Party en Expo-Guadalajara. ¿De
veras se aporta algo a la revolución tecnológica en curso; de veras nos deja un
aprendizaje, un contenido sustancioso, creativo, más allá de la manipulación de
video-games… o somos meros
repetidores, eco, resonancia, imitación de los verdaderos grandes procesos de
comunicación extranjera? Ahora que se aproximan cambios de sexenio y de trienios,
¿qué tanto estamos preparados para aprovechar semejantes cambios tecnológicos y
empatarlos con los cambios sociales y políticos más urgentes? La transparencia,
la eficacia del sistema electoral, el Sistema Nacional Anticorrupción, las
labores de “inteligencia” militar y policíaca, ¿de veras resultarán capaces de
ponerse a la par, de mejorarse y crecerse, de ponerse al día junto con el nuevo
fuego de ciber-Prometeo? ¿O la revolución tecnológica no pasará de ser mera
manipulación lúdica de instrumentos de comunicación y el conjunto de problemas
sociales (por mencionar uno: la corrupción- cómo olvidar los hoyuelos en las
mejillas del gobernador con licencia-para-robar-y-huir Javier Duarte que en
estos precisos momentos bordea Nueva Zelanda con su lancha de 10 millones de
pesos) se mantendrá inalterable y dominado por la grilla eterna? ¿Forma (medios) es fondo (mensaje)?
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