¿Al payaso se lo cargó el payaso?
-Manuel Falcón
En curioso fenómeno social de psicosis colectiva cuyas
raíces pueden rastrearse hasta la novela It
(“Eso”, 1986) de Stephen King, ahora resulta que los payasos ya no
causan
risa sino pavor. Ante dicha amenaza, por tanto, en ese tribunal sin
fronteras
en que se han autoerigido las redes sociales ya se invita incluso a la
“cacería
de payasos”. De ahí que ahora los mismos payasos profesionales, con la
sonrisa
congelada, exijan protección a las autoridades
de seguridad pública ante posibles casos de linchamiento. Pero, más de
algún ciudadano advirtió ya sobre el riesgo de que se incurra en un gran
pleonasmo.
En efecto, ¿payasos solicitando auxilio a los payasos? El terror a los
payasos,
por cierto, se denomina coulrofobia. Quizá convendría realizar una
encuesta
nacional con sólo dos preguntas: ¿le tiene usted miedo a la policía? O
bien, ¿desconfía
usted de los funcionarios encargados de la seguridad pública? Y segunda
cuestión: ¿confunde usted a menudo a los payasos con los encargados de
la
justicia? Antes de que Vega Pámanes convoque a rueda de prensa para
explicar por qué intercede a favor de cualquier payaso armado, se
sobreentiende
que en dicho cuestionario, al referirse a los responsables de la
justicia se
estaría aludiendo a tooodos los implicados del área gubernamental: desde
el cuico
de a pie pasando por agentes del ministerio público hasta el presidente
del
Supremo Tribunal.
La coulrofobia sería así, el miedo a los payasos encargados
de la justicia que nadie sabe si algún día lograrán alcanzar al payasote Javier
Duarte que corre-huye-vuela junto con Guillermo Padrés, el extraordinario
payaso de mostacho azul. En suma: la imagen de la justicia, tanto en Jalisco
como en todo México, requiere con urgencia de un nuevo look, un nuevo make-up
(para decirlo en términos de maquillaje clown).
Porque no basta con ser magistrado: también hay que parecerlo. Sobre
todo ahora
que se ha creado una vasta confusión con las reformas constitucionales
que por ejemplo, buscan desaparecer la figura clownesca del agente del
ministerio público así como implementar los llamados “juicios orales”
(atiéndase la boca roja de
Bozo -¿o de Brozo?- sin olvidar las coloradas comisuras del Guasón
interpretado
por el fallecido actor Heather Ledger). A propósito: ¿cuántas
corporaciones
policíacas existen hoy en día? ¿Alguien censó ya cuántas son las
agencias,
fiscalías, servicios secretos, clubes de guaruras (que suelen limpiar el
cañón
de sus pistolas afuera de sucursales bancarias), uniformados o
“elementos”
privados, municipales, estatales, federales e internacionales? (Según se
rumora, el mismísimo James Bond cobra 007 cheques en alguna corporación
de Jalisco,
además de hacerlo en el Reino Unido al Servicio de Su Majestad. Como
hacen muchos cuicos que ejercen -dobletean- tanto en el área privada como en la pública).
¿Qué hacer entonces frente a la pertinaz coulrofobia? O ¿cómo
evitar el miedo a la policía, a los magistrados, a los agentes del ‘misterio’
público? La respuesta parece apuntar hacia la formación de una estructura
previa a la de impartición de justicia (o repartición de pastelazos): el
Sistema Nacional Anticorrupción (SNA). Siempre y cuando no se designe como
director o presidente del consejo, al payaso de payasos: Virgilio Andrade (resulta
muy difícil olvidar y no temer su genética mueca de clown), aquel Secretario de
la Función (Estelar) Pública que mediante un juego de manos maravilloso y
encantador, comprobó que la Casa Blanca había que buscarla en Washington. De
manera que se constata que la única manera de evitar el linchamiento de payasos
entre sí, es instaurando un eficaz filtro anticorrupción que impida que se
deslave el maquillaje y se destiñan las pelucas de los émulos de Ronald
McDonald, el agente secreto que cuida las instalaciones
de conocida franquicia de hamburguesas McDonald’s. Porque no basta con ser payaso: hay que (desa)parecerlo.
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