lunes, 17 de octubre de 2016

Editorial de Sanlunes/ O de la justicia clown

¿Al payaso se lo cargó el payaso?

-Manuel Falcón

En curioso fenómeno social de psicosis colectiva cuyas raíces pueden rastrearse hasta la novela It (“Eso”, 1986) de Stephen King, ahora resulta que los payasos ya no causan risa sino pavor. Ante dicha amenaza, por tanto, en ese tribunal sin fronteras en que se han autoerigido las redes sociales ya se invita incluso a la “cacería de payasos”. De ahí que ahora los mismos payasos profesionales, con la sonrisa congelada,  exijan protección a las autoridades de seguridad pública ante posibles casos de linchamiento. Pero, más de algún ciudadano advirtió ya sobre el riesgo de que se incurra en un gran pleonasmo. En efecto, ¿payasos solicitando auxilio a los payasos? El terror a los payasos, por cierto, se denomina coulrofobia. Quizá convendría realizar una encuesta nacional con sólo dos preguntas: ¿le tiene usted miedo a la policía? O bien, ¿desconfía usted de los funcionarios encargados de la seguridad pública? Y segunda cuestión: ¿confunde usted a menudo a los payasos con los encargados de la justicia? Antes de que Vega Pámanes convoque a rueda de prensa para explicar por qué intercede a favor de cualquier payaso armado, se sobreentiende que en dicho cuestionario, al referirse a los responsables de la justicia se estaría aludiendo a tooodos los implicados del área gubernamental: desde el cuico de a pie pasando por agentes del ministerio público hasta el presidente del Supremo Tribunal.
La coulrofobia sería así, el miedo a los payasos encargados de la justicia que nadie sabe si algún día lograrán alcanzar al payasote Javier Duarte que corre-huye-vuela junto con Guillermo Padrés, el extraordinario payaso de mostacho azul. En suma: la imagen de la justicia, tanto en Jalisco como en todo México, requiere con urgencia de un nuevo look, un nuevo make-up (para decirlo en términos de maquillaje clown). Porque no basta con ser magistrado: también hay que parecerlo. Sobre todo ahora que se ha creado una vasta confusión con las reformas constitucionales que por ejemplo, buscan desaparecer la figura clownesca del agente del ministerio público así como implementar los llamados “juicios orales” (atiéndase la boca roja de Bozo -¿o de Brozo?- sin olvidar las coloradas comisuras del Guasón interpretado por el fallecido actor Heather Ledger). A propósito: ¿cuántas corporaciones policíacas existen hoy en día? ¿Alguien censó ya cuántas son las agencias, fiscalías, servicios secretos, clubes de guaruras (que suelen limpiar el cañón de sus pistolas afuera de sucursales bancarias), uniformados o “elementos” privados, municipales, estatales, federales e internacionales? (Según se rumora, el mismísimo James Bond cobra 007 cheques en alguna corporación de Jalisco, además de hacerlo en el Reino Unido al Servicio de Su Majestad. Como hacen muchos cuicos que ejercen -dobletean- tanto en el área privada como en la pública).
¿Qué hacer entonces frente a la pertinaz coulrofobia? O ¿cómo evitar el miedo a la policía, a los magistrados, a los agentes del ‘misterio’ público? La respuesta parece apuntar hacia la formación de una estructura previa a la de impartición de justicia (o repartición de pastelazos): el Sistema Nacional Anticorrupción (SNA). Siempre y cuando no se designe como director o presidente del consejo, al payaso de payasos: Virgilio Andrade (resulta muy difícil olvidar y no temer su genética mueca de clown), aquel Secretario de la Función (Estelar) Pública que mediante un juego de manos maravilloso y encantador, comprobó que la Casa Blanca había que buscarla en Washington. De manera que se constata que la única manera de evitar el linchamiento de payasos entre sí, es instaurando un eficaz filtro anticorrupción que impida que se deslave el maquillaje y se destiñan las pelucas de los émulos de Ronald McDonald, el agente secreto que cuida las instalaciones de conocida franquicia de hamburguesas McDonald’s. Porque no basta con ser payaso: hay que (desa)parecerlo.

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