Un fantasma recorre el mundo
-Manuel Falcón
En el área política, tanto a nivel internacional como a
nivel nacional (de una vez, local y estatal, para no dejar fuera la zacapela
entre tricolores y naranjas) un fantasma recorre el mundo: el del vulgarismo (o
política tóxica). Se trata de un fenómeno social ocasionado por tal hartazgo
ante la clase política convencional que arroja con gran virulencia a los ciudadanos
a los extremos (así de derecha como de izquierda), pues ya nadie quiere estar
en el centro del espectro político so pena de ser considerado cómplice. Surgen
de ese modo los líderes adictos al vulgarismo de poder que además de rebajar el
pasado histórico de cada país, pretenden reinventar el hilo negro que dizque
conducirá a la salida del laberinto tóxico en que se ha convertido, por
ejemplo, la Rusia del neo-zar Putin; la Siria del tiranuelo Bashar Al-Assad; el Brexit del nazi ebrio Nigel Farage o del locuaz Boris Johnson (émulo capilar del marido de la serbia Melania) del Reino des-Unido; el
Donaldiatiro-nuevo-ricorriente Trump en Estados Unidos; Nicolás Maduro y podrido en Venezuela; el ex-Uribe-venganza en
Colombia; Correa anti-prensa en Ecuador; hu-Evo Morales en Bolivia; Mariano Raj(h)oy-ayer-y-mañana junto con la adolescencia radical chic de Pablito Iglesias(ortodoxas) en España, etcétera. ¿Cuál es el
común denominador de dichos líderes y sus circunstancias políticas? El vulgarismo
de las soluciones extremistas que van desde el racismo, la xenofobia, la ortodoxia dogmática, pasando
por la tiranía hasta llegar a la ingenuidad (por no decir tontería) del
candidato libérrimo o independiente como una especie de Robinson Crusoe del
poder.
Según algunos analistas internacionales, en la base del
vulgarismo del discurso político decadente, se encuentra el fenómeno
comunicativo de internet donde todo contenido basura se torna basura con contenido. Esto es, la 'aldea global' ha hecho proliferar el aldeanismo o vulgarismo a través de redes que se
columpian con masiva autocomplacencia, rebajando el discurso político al nivel de video-juego entre hackers (Snowden, Assange y Putin con un mismo control y consola de video-play): da lo mismo divulgar chismes sobre Hillary –como ha
hecho de manera tendenciosa e imprudente, el FBI que dirige un republicano mañoso- que recetas para fabricar bombas caseras con ollas de frijoles de los yihadistas del
Estado Islámico; da lo mismo informar sobre los Panama Papers (o los documentos y papeles comprometedores de la firma de abogados-tipo-magistrados-del-Supremo-Tribunal-de-Jalisco: Mossack-Fonseca) que leyendas sobre la amenaza maquillada de los payasos asesinos. Todo se
trivializa, todo se generaliza, todo se vuelve materia de rumor (esto es, información
ambigua azuzada por extremismos), todos son iguales ergo todos son corruptos salvo los que dicen: "todos-son-iguales-todos-son-corruptos"… En suma: la histeria política avisa que el mundo
se va acabar, que el apocalipsis tercera-llamada-tercera-comenzamos-con-o-sin-usted, se ha instalado ya en todas las sociedades y no hay clase política digna a la altura o de la
estatura de dicho desafío del abismo. Sólo los líderes del vulgarismo no-políticos de profesión -con
Trump a la cabeza de estropajo naranja- y los millenials de rabieta aplaudiendo a rabiar.
El fantasma que recorre el mundo, el fantasma del vulgarismo, también se pasea
a sus anchas en México cuyo gobierno invita a todos los ciudadanos y funcionarios disfuncionales-a-estas-alturas-del-partido (que evitan
sentarse en primera fila para no salir salpicados) a la enredada, laberíntica y tóxica
transición sexenal: ¿el Pejeterno, el chino o la Zavala... más Jorge Castañuela y Broncos prestos a relinchar?
Lo que tenía la alta política, configurada por estadistas de
gran nivel de realismo (Realpolitik), sentido histórico y gran especialidad técnica, junto con la experiencia de una larga
carrera política profesional e incluso cultura y erudición universal (Winston Churchill, Franlin D. Roosevelt o Jesús Reyes Heroles -para los nativos), se ha perdido con los discursos
extremistas del vulgarismo que proponen (es un decir) recetas ramplonas,
anti-intelectuales, populacheras y sobre todo, peligrosísimas para la
coexistencia pacífica en las democracias modernas. Se acata el vulgarismo como
corriente de no-pensamiento a condición de que quien decida participar en política se aleje de la clase política. Es decir, se trata en realidad, de la aplicación de la máxima del
tertium non datur o principio del
tercero excluido, pues el vulgarismo nunca podrá ser contemplado como una
tercera vía entre políticos de izquierda (o liberales) y políticos de derecha
(neoliberales o conservadores). La emergencia de perfiles de líderes
populacheros a la alza junto con los perfiles de las redes sociales (que ya supimos que Mark Zuckerberg y su camarilla de nerds 'empoderados' no sólo votarán sin que aportan ya millones de dólares a Trumporky). Ojalá todo se redujera
a una guerra entre trolls, hackers, memes y websites, pero si
se considera a fondo, lo que está en juego, en peligro, es la mismísima existencia de la democracia
occidental, dicho sea sin exagerar como ladraría cualquier líder retro dem-a-Go-Go.
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