lunes, 10 de octubre de 2016

Editorial de Sanlunes/ O del tiempo para meditar el voto

Por una segunda vuelta electoral (y más tiempo para razonar un voto razonable)
-Manuel Falcón
Mientras el mundo observa atónito el segundo debate por la presidencia de Estados Unidos, entre Hillary y el Donaldrástico, en el auditorio de la Universidad de Washington, en Saint Louis, Missouri, a más de un espectador (con el libro en el regazo de La historia interminable de Michael Ende) le debió de brincar la pregunta: ¿cuánto tiempo dura la eterna campaña electoral gringa? ¡Y aún falta un debate más entre el bofo oso pelirrojo y la señora Clinton! Si se aplicara una encuesta nacional, casi con toda seguridad podría afirmarse que la mayoría de los mexicanos desconoce el funcionamiento no sólo del sistema electoral estadunidense sino la manera de practicar la grilla entre los poderosos de Norteamérica. Pero lo que sí es evidente es que la primer democracia del planeta le dedica todo el tiempo necesario –por muy largo que se antoje- a la elección presidencial; lo cual significa que de veras (no obstante el acosador payaso millonario de hocico desbocado que ahora compite), se toman el voto muy en serio. México camina hacia un escenario parecido en el próximo cambio de sexenio. La figura (el figurín) de Peña Nieto ya no garantiza el clima de tranquilidad para acudir a las urnas, ni para su partido ni para los institutos políticos opositores, ni mucho menos para los independientes, ya no se diga para la crispada sociedad en general, curada de escándalos y sobresaltos. Lo cual permite apuntar una reflexión ya planteada en múltiples ocasiones anteriores por analistas del poder: ¿por qué no tomarnos los mexicanos la elección presidencial (y la cultura del debate) muy en serio y le dedicamos más tiempo a la decisión del voto? Esto es, ¿por qué no una segunda vuelta electoral?

Acudir a las elecciones sexenales con el voto fragmentado se traducirá en una representatividad política fragmentada de los candidatos, con el resultado previsible de gobiernos electos en pugna interinstitucional (lo estamos viviendo ahora entre el alcalde tapatío naranja y el gobernador tricolor de Jalisco: en el renglón de seguridad se culpan mutuamente; en el renglón de cultura, funcionan por separado con La Fura dels Baus uno y la Furia del Magistraus el otro; uno ostenta copetito con gel y el otro nomás cráneo, etcétera). Una segunda vuelta impediría fragmentar el voto y pulverizar la representatividad, amén de que posibilitaría la realización de múltiples debates que transparentarían las cualidades y capacidades de cada candidato para ejercer el cargo. Una segunda vuelta electoral permitiría razonar más el voto. En vez de acudir a las urnas con un anti-voto (“vengo a votar por fulano nomás para que no gane mengano”) o peor, no acudir -o hacerlo en calidad de anulista-, se presentarían mejor los votantes con ideas claras sobre quiénes son sus candidatos realmente. Incluso, la segunda vuelta impediría la proliferación de enanitos toreros o micropartidos paleros (verbigracia, ¿a quién representa el PANAL si ya entambaron a la maestra Elbastar?), así como la ridícula participación de la liga de super-héroes independientes (“venimos a salvar el planeta Tierra”).

Los mexicanos, se ha repetido aquí el apotegma en varias ocasiones, somos sexenales. Nuestra total forma de vida junto con el presupuesto, se renueva cada seis años porque cada seis años se releva al Presidente. Pero al votar por el candidato presidencial deberíamos votar no sólo porque obtenga la legitimidad de la mayoría de los votos sino porque asegurara la gobernabilidad de su mandato. Así, alguien que gane la presidencia con el 30% de la votación, se verá obligado a hacer Pacto en lo oscurito, prometiéndoles el cielo y las estrellas,  con los demás partidos opositores para sacar adelante su agenda de Reformas Estructurales con lo cual se garantiza un desenlace que ya conocemos fatalmente: fragilidad, descomposición progresiva de la investidura presidencial (que sustituirá la banda con el pendón tricolor cruzada en el pecho, por unas cuentas de chaquira en los pezones), desestructuración de las Reformas, manifestaciones anti-gobierno un día sí y un día también; o mejor dicho, protestas anti-Presidente cada quince minutos. En suma, convendría que los mexicanos emuláramos a los gringos en la manera en que se toman tooodo el tiempo del mundo para elegir a su presidente, considerando implementar una segunda vuelta electoral, con múltiples debates y exposiciones de los vicios privados y las virtudes públicas de los competidores (el copete de Donharto Trump está confeccionado con vello púbico de orangután según trascendió entre los vicios privados.)

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