sábado, 19 de octubre de 2013

Re-cuento sabatino

El profesor de dibujo se proveía de materiales en las viejas papelerías del centro cada vez más deteriorado de la ciudad. Caminaba sobre baches y cruzaba banquetas desportilladas, bajo el humo de camiones y autos cual fantasma entre vapor de hielo seco, para dirigirse a una las cafeterías más antiguas donde nada más ingresar, una mesera, compañera de generación de Madam Mim, le servía un café americano espeso en cuanto solicitaba un espresso. En pleno 2013, los parroquianos de las mesas contiguas leían periódicos del día, pero no del año (alcanzó a ver ejemplares de 1976). Salía luego el profesor a paso rítmico a buscar librerías de viejo o, mejor dicho, de libros usados. La de Los Rollos del Mar Tuerto era su preferida. La estrecha puerta prinicipal era la única fuente de luz de aquel túnel. En la penumbra, entre partículas flotantes de polvo, se vislumbraban en las paredes encontradas del largo pasillo sin fin, estantes repletos de libros que asomaban sus lomos como narices apretadas de hombres emparedados vivos; a la altura de las rodillas estorbaban el paso mesas con textos de todos tamaños apilados con criterio de caos entre cajas de postales y fotos en blanco y negro. Al fondo, un gigante prieto de brillante panza ombliguera y lentes negros roncaba con los pies cruzados sobre la enciclopedia de México a través de los Siglos. El profesor de dibujo, experto en lectura diagonal de revisión exhaustiva, detectó de inmediato, junto a ¿Quién se ha llevado mi queso?, un título significativo: "Sátira, el libro ca..." de Salvador Novo (una maltratada y rara edición de octubre de 1978, de editorial Diana) que entre otros versos dedica uno a la famosa -en su época- revista tapatía Bandera de Provincias:

Plegad vuestra Bandera provinciana,
imprimidla en papel de clase fina,
que pueda aprovecharse en la letrina
en premio a vuestra musa soberana.

Yáñez, Ulloa, Franco, Vidrio, Arana,
polluelos de parvada clandestina,
id a que condimente Valentina
vuestra cresta prolífica y temprana.

Salid, pero salid en quince días,
gaceta literil; váyanse lejos
vuestras inteligencias tapatías.

Y no nos chinguéis más, niños pendejos,
que son vuestras bucólicas poesías,
reflejos de reflejos de reflejos.

"Si lo va a leer aquí -gruñó una rasposa tos más que voz- paga el libro de todos modos". El profesor de dibujo, nervioso al saberse reconvenido, extrajo de la cartera un billete de veinte pesos (que era el precio escrito con lápiz en la portadilla del libro) que intentó entregar al gigante prieto de pelo ralo y bigote pintado que sin bajar los zapatos de la enciclopedia, le corrigió presto: "¿Es el de Novo?", rugió viendo al techo con las gafas negras. Antes de que el profesor de dibujo pudiese responder, el gigante prosiguió: "El precio anotado está equivocado; ese libro cuesta ciento cincuenta pesos, pero si me da cien se lo lleva". El profesor extrajo ahora un billete de cien pesos y alargó la mano. "Déselo a mi sobrina", carraspeó el gigante con zapatos bostonianos. Una montaña de escombros de libros se desmoronó al surgir debajo una joven chaparrita pero de carnosos muslos, en shorts y botitas negras, semicamiseta -se le veía el ombligo- con calavera pirata estampada, condecorada con piercings, mapeada con tatuajes multicolores, el cráneo semirrapado y anillos y pulseras en la mano que se cerró de inmediato con los cien pesos. El profesor de dibujo dio las gracias a la chica de mirada inescrutable tras sus lentes negros que desapareció de nuevo bajo otra montaña ¿o era mesa? de libros. Ya mejor no preguntó por el precio del libro que cayó a sus pies ("Relatos ardientes" de Nicolás Fernández de Moratín, de Fapa Ediciones); tan sólo leyó el epígrafe:

... mandarle
a un joven bueno y sano continencia
es lo mismo que darle sentencia
de que no coma o de que descoma,
dos cosas necesarias igualmente

Al salir a la luz por la puerta estrecha, tropezando entre libros y best-sellers, el profesor alcanzó a ver en el letrero de Los Rollos del Mar Tuerto, el logotipo que antes no había advertido: un cráneo pirata con lentes negros. El bramido de un camión urbanosaurio hizo volver al profesor a la realidad, pero sobre todo, a la banqueta plagada de cicatrices. 

Urbes con centros decadentes
mezcla de abandono y de miseria
cuando el rico se largó a la periferia
dejó -ambulantes- supervivientes


(MFM)

2 comentarios:

Carlos Jesús Corona Villaseñor dijo...

...muy bueno.

ross dijo...

Hermoso tu cuento.....aunque el centro no tiene cicatrices, esta como bombardeado , que nadie más se da cuenta?