Sacerdotisa del oráculo de Delfos, 1891, John Collier
La Pitonisa, antes de dar las respuestas adecuadas a cuantos iban a consultarla, ayunaba durante tres días consecutivos, se bañaba en las aguas inspiradoras de la fuente de Castalia y mascaba hojas de laurel. Después se sentaba sobre un trípode colocado sobre una cavidad de la que se desprendía un vapor embriagador, de fuerte olor. A medida que, a intervalos, comenzaba a proferir palabras, su cabellera ondulante se erizaba, su mirada apuntaba fija a los ojos del consultante, de su boca brotaba espuma y un violento temblor se apoderaba de su cuerpo. Las sacerdotisas asistentes la retenían sobre el trípode mediante la fuerza, mientras la pitonisa emitía aullidos, gemidos y gruñidos que crispaban los nervios de los presentes en medio de la penumbra.
Al acabar de anunciar los oráculos, la Pitonisa era retirada del trípode y conducida a sus aposentos, donde pasaba muchos días restableciéndose del trance.
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