lunes, 16 de enero de 2017

Editorial de Sanlunes/ O del vacío político relleno con gasolinazo(y Trump)

La toma de ¡protesta mundial!
 La reversa
 también 
es cambio
 
-Manuel Falcón
Ante la pavorosa e inminente toma de protesta como presidente de Trump en Washington, capital digital internacional junto con Nueva York (¡hackers del mundo, uníos!), permanece el pasmo y el marasmo ante lo increíble: un plutócrata junior,  megalomaníaco conspiranoico contagioso, adicto a las torres fálicas con su apellido en la punta, se metió a las elecciones gringas como intruso, bajo su cuenta y riesgo, sin partido ni formación ni experiencia política alguna, más bien, un lone wolf killer políticamente incorrecto en todo los rubros de la coexistencia humana, y obtuvo (llanto y crujir de dientes) el puesto de piloto (con empujoncito de Putin por detrás) de la nave más potente del planeta: los Estados Unidos. Aparte del resto del mundo, ¿cómo reacciona México? Con un chorro de incontinencia: con un gasolinazo histérico, concebido por quien después se auto-propondría (cuesta trabajo ver ya a Peña Quieto tomando decisiones, pues él toma más bien, indecisiones tajantes) como el remedio para contener al megalópata estadounidense: Luis Videgaray.
Mientras la población mexicana se desvive en marchas (visión aérea de caminantes de la clase media, en círculos concéntricos) contra el gasolinazo; mientras gobiernos de nivel federal, estatal y municipal se desviven dizque explicando la teoría y práctica del gasolinazo, mediante argumentos propios de un cientificismo esotérico (¿o alguien ha visto de frente, tan siquiera una sola vez, a la mentada Macroeconomía desnuda?); mientras la aborrecida clase política nacional discute por primera vez en su opípara vida, sobre medidas de austeridad y ahorro (con cara de contrita hipocresía), el mundo se encuentra al borde de gigantescos cambios históricos a partir del país que lidera toda la cultura occidental (imagen del efecto dominó); a partir de la concreción de la fase del capitalismo monstruoso, en el ingreso del monstruo que tuitea, a la cabina de mando de la nave madre, en escena de vértigo con gran salto al vacío, gracias al vacío de poder generado por la clase política profesional.
"Todos esto, que es sistémico" –escribe Peter Sloterdijk en su libro En el mismo barco, ensayo sobre la hiperpolítica- "puede interpretarse como un efecto que aparece necesariamente cuando el espíritu postmoderno de la ausencia de fundamento alcanza el ámbito de lo político: el Estado se convierte en un castillo de arena". Y encima se escuchan las feroces exigencias y demandas a los políticos de parte de los ciudadanos que se autodenominan con ingenuidad inaudita: "patrones" (olvidando lo obvio: que el Estado público no funciona como empresa privada donde sí cabe hablar de lucro, patrones y empleados) porque -se desgañita la romería de quejosos-  "para eso le pagamos impuestos al gobierno: para que nos sirva". Y el gobierno sirve el gasolinazo. ¿Es que no se ha entendido aún que al Estado público se la acabaron las barajas ("¿a nadie le quedó por ahí algún as de diamantes?", interroga ansioso Peña Miento a su gabinete) ; que el vetusto ogro filantrópico ("si no fuera porque el sistema occidental del Estado del bienestar" –apunta Sloterdijk- "como útero de ayuda social ha tenido cierta capacidad de funcionamiento, la ausencia de una tarea común evidente hubiera triturado ya las sociedades democráticas") carece ya de respuestas y liderazgos para la nueva era digital del poder. Salvo que Videgaray de veras adivine cómo despojar al monstruo de garras y colmillos, ya podemos irnos acomodando en nuestras butacas para presenciar el más grande espectáculo de regresión histórica jamás antes visto.

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