La toma de ¡protesta mundial!
La reversa
también
es cambio
La reversa
también
es cambio
-Manuel Falcón
Ante la pavorosa e inminente toma de protesta como
presidente de Trump en Washington, capital digital internacional junto con Nueva
York (¡hackers del mundo, uníos!),
permanece el pasmo y el marasmo ante lo increíble: un plutócrata junior, megalomaníaco
conspiranoico contagioso, adicto a las torres fálicas con su apellido en la punta,
se metió a las elecciones gringas como intruso, bajo su cuenta y riesgo, sin
partido ni formación ni experiencia política alguna, más bien, un lone wolf killer políticamente
incorrecto en todo los rubros de la coexistencia humana, y obtuvo (llanto y
crujir de dientes) el puesto de piloto (con empujoncito de Putin por detrás) de
la nave más potente del planeta: los Estados Unidos. Aparte del resto del
mundo, ¿cómo reacciona México? Con un chorro de incontinencia: con un
gasolinazo histérico, concebido por quien después se auto-propondría (cuesta
trabajo ver ya a Peña Quieto tomando decisiones, pues él toma más bien,
indecisiones tajantes) como el remedio para contener al megalópata
estadounidense: Luis Videgaray.
Mientras la población mexicana se desvive en marchas (visión
aérea de caminantes de la clase media, en círculos concéntricos) contra el
gasolinazo; mientras gobiernos de nivel federal, estatal y municipal se desviven
dizque explicando la teoría y práctica del gasolinazo, mediante argumentos
propios de un cientificismo esotérico (¿o alguien ha visto de frente, tan siquiera
una sola vez, a la mentada Macroeconomía desnuda?); mientras la aborrecida
clase política nacional discute por primera vez en su opípara vida, sobre medidas
de austeridad y ahorro (con cara de contrita hipocresía), el mundo se encuentra
al borde de gigantescos cambios históricos a partir del país que lidera toda la
cultura occidental (imagen del efecto dominó); a partir de la concreción de la
fase del capitalismo monstruoso, en el ingreso del monstruo que tuitea, a la
cabina de mando de la nave madre, en escena de vértigo con gran salto al vacío,
gracias al vacío de poder generado por la clase política profesional.
"Todos esto, que es sistémico" –escribe Peter Sloterdijk en
su libro En el mismo barco, ensayo sobre la hiperpolítica-
"puede
interpretarse como un efecto que aparece necesariamente cuando el
espíritu postmoderno
de la ausencia de fundamento alcanza el ámbito de lo político: el Estado
se
convierte en un castillo de arena". Y encima se escuchan las feroces
exigencias
y demandas a los políticos de parte de los ciudadanos que se
autodenominan con
ingenuidad inaudita: "patrones" (olvidando lo obvio: que el Estado
público no funciona como empresa privada donde sí cabe hablar de lucro,
patrones y empleados) porque -se desgañita la romería de quejosos-
"para eso le pagamos impuestos al gobierno: para que nos sirva". Y el
gobierno sirve el gasolinazo. ¿Es que no
se ha entendido aún que al Estado público se la acabaron las barajas
("¿a nadie le quedó por ahí algún as de diamantes?", interroga ansioso
Peña Miento a su gabinete) ; que el
vetusto ogro filantrópico ("si no fuera porque el sistema occidental del
Estado
del bienestar" –apunta Sloterdijk- "como útero de ayuda social ha tenido
cierta
capacidad de funcionamiento, la ausencia de una tarea común evidente
hubiera
triturado ya las sociedades democráticas") carece ya de respuestas y
liderazgos para la
nueva era digital del poder. Salvo que Videgaray de veras adivine cómo
despojar
al monstruo de garras y colmillos, ya podemos irnos acomodando en
nuestras
butacas para presenciar el más grande espectáculo de regresión histórica
jamás
antes visto.
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