Aquél que era tan sabio,
está bajo el poder de lo inconsciente,
de modo que incurre en una honda
culpa mientras estaba en lo alto. Y cae
Edipo y la esfinge, 1983, Francis Bacon
El mito edípico, que narra la relación entre lo divino y lo humano, constituye una anomalía. El héroe no es enviado por nadie. Por el contrario, actúa por la fuerza de su soberbia y desmesura (hybris). Huyendo de la nefasta predicción del oráculo, asesina a Layo en una reyerta callejera, porque no acepta la prioridad de paso del anciano. Su furia se descarga en ese incidente y no en un combate en el que su vida corra riesgos. Cuando enfrenta a la Esfinge – "la cruel cantora"- no lucha con ella armas en mano. Por el contrario, su única arma es su ingenio, el logos que lo convierte en "el primero entre los hombres" y no son sus manos las que matan al monstruo. La Esfinge se suicida arrojándose de lo alto de un barranco al ser descifrado el enigma mediante la única respuesta: "el hombre". De un solo golpe de inteligencia, sin tener que afrontar demasiados esfuerzos y sin poner en riesgo su vida en el combate, logra la destrucción de la "comedora de carne cruda". Su triunfo es "autodidacta, ateo e intelectual", ya que no invoca la ayuda de los dioses, ni reconoce a nadie como su maestro. La soberbia de Edipo, la verdadera desmesura, se expresa en ese desafío a las tradiciones y la religión. Su acción intelectual es el pecado más grave, que será castigado con su destino de parricidio e incesto. Es la primacía del pensamiento sobre la sumisión a las tradiciones y a los mayores. El que creía saberlo todo deberá enfrentarse con el desconocimiento de sí mismo, con el monstruo que lo habita. De allí en adelante el problema del hombre será el autoconocimiento, la realización de la máxima : conócete a ti mismo.
-Carlos Guzzetti
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