jueves, 19 de enero de 2017

Eneas y la sibila

 La sibila 

~Ovidio
 Las Metamorfosis, XIV

Cuando el héroe Eneas llegó a las riberas
De Cumas y encontró el antro donde habita
La vieja Sibila, le pidió un permiso:
Bajar al mundo de los muertos para ver
A su padre. Ella, durante un buen rato,
Fijó los ojos en el suelo, y luego
Habló con cálida ironía: "Casi no
Pides nada, mi ilustre héroe. Sabemos
De la fama que la espada ha otorgado
A tu brazo; y del modo en que las llamas
Han pulido tu lealtad. 

                                     Deja de lado

Tu inquietud y obtendrás—casi nada—
Lo que pides. Voy a servirte de guía
En la casa del Elíseo, el reino extremo
Del mundo. Ahí verás la sombra querida
De tu padre.

                                     Eneas, eres virtuoso

Y la virtud es la mitad del acceso
Al camino".

                                     Le mostró entonces la rama

Dorada de Proserpina, la Juno del
Inframundo, y le ordenó que la arrancara
De su tronco. En cuanto Eneas arrancó
La rama del árbol, todas las riquezas
Del Averno se abrieron ante él. Miró
Incluso a sus abuelos; miró la sombra
De su padre, el buen Anquises. Pudo saber
Los peligros que tendría en nuevas guerras.
Conoció las leyes del averno.

                                     Luego

 Tomó con la Sibila por un camino
Tortuoso, atravesando un crepúsculo
Sombrío, y el héroe aligeró la ruta
Conversando con su guía, la Sibila.
"No sé si tú seas una diosa, o sólo
Alguien grata a los dioses. Pero, quien seas,
Ya eres para mí una divinidad.
Tú me llevaste al reino de la muerte, y más:
Me sacaste de ahí con vida. Por eso
En cuanto vuelva a los espacios
Surcados por el aire de los cielos, tú
Cuenta con un templo que habré de construir
En tu honor, donde arderá siempre el incienso".

La Sibila respondió con un suspiro.
Luego dijo: "Ahórrate el incienso. Yo
No soy una diosa. Voy a revelarte
Lo ocurrido. La luz eterna habría sido
Mía de haberle dado mi virginidad
A Febo, que me amaba. Él me cortejó
Y entre sus regalos para seducirme
Incluyó uno en especial. ‘Muchacha de
Cumas’, me dijo un día, ‘escoge lo que
Quieras, y yo voy a dártelo’. Yo tomé
Un puñado de polvo, y se lo mostré
Por idiota, diciéndole que deseaba
Vivir tantos años como breves granos
De arena hubiera en aquel montoncito.
Faltó un detalle: añadir a mi petición
Que esos años incluyeran la juventud.
Luego del regalo le negué mi amor a
Febo, y me dispuse a conservarme virgen.
Y ya pasó mi edad feliz, y llegó a mí
La humillación de envejecer. He vivido
Ya siete siglos; la cuenta va así: para
Igualar los granos de arena restantes
He de ver trescientas mieses y trescientos
Vinos nuevos. Habrá de llegar el día
Tras la lenta sucesión de largos días,
En que habrá de reducirse mi estatura
Lo mismo que mis miembros, pequeñísimos
Y consumidos por la vejez. Entonces,
¿Quién creerá que un dios me amó cuando fui joven
Y bella? Tal vez ni el mismo Febo podrá
Reconocerme, o en todo caso dirá
Que no me amó. Tanto así habré cambiado.
Y llegará el momento en que nadie podrá
Verme: seré una voz. Diré así quién soy y
Fui. Todo por cortesía del destino".


En: Fábulas de Ovidio (43 a. C.-17 ó 18 d. C.)

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