"Quiero decirles ahora, que de verdad valió la pena haber
nacido en este siglo y en este país por el bello hecho de ser
mexicano y de ser Juan Gabriel"
Había una vez una ciudad llamada Juárez en la frontera de México con
Estados Unidos. Allí vivía un adolescente solitario, ajeno a la política
y a la cultura, aficionado irredento de las cantantes de ranchero, de
Lola Beltrán y Lucha Villa y Amalia Mendoza la Tariácuri… y ese joven,
furiosamente provinciano (cosmopolita de trasmano, nacionalista del puro
sentimiento) creaba por su cuenta una realidad musical nomás suya, la
síntesis de todas sus predilecciones que no existía en lado alguno, y
para su empresa disponía de la memoria (en donde resguardaba las
melodías que no podía llevar al papel pautado), del ánimo prolífico, de
una guitarra, de muchos sueños y de la casualidad de que en el país
decenas de miles intentaban lo mismo: componer para hacerse famosos,
componer no por hacer arte sino con tal de representar sentimientos y
situaciones (enamorarse, desenamorarse, frustrarse, narrarle a todos el
dolor de no poder contarle a nadie el sufrimiento, desahogar el rencor,
aceptar que todo acabó y todo empieza).
(...)
-Carlos Monsiváis, fragmento del ensayo: "Instituciones: Juan Gabriel", en Escenas de pudor y liviandad
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