lunes, 8 de agosto de 2016

Editorial de Sanlunes

Juegos Olímpicamente de Poder
-Manuel Falcón
En coincidencia feliz (para las agencias publicitarias), el espectáculo masivo hipermediatizado de los Juegos Olímpicos coincidió con las vacaciones de verano; es decir, con público cautivo. Incluso el presidente Peña Nieto se tomó la semana para descansar del gel que lo tiene hasta el copete, siempre tensionado (imagen súbita en la playa del Ejecutivo en tanga y desgreñado como baterista de heavy-metal). Sin embargo, la realidad política se cuela aun en las Olimpíadas. Porque el deporte de la política (o la política del deporte) es omnipresente. Cierto que la estrategia de pan y circo proporciona respiración (artificial) a los hombres de poder, pues las masas, transmutadas en bestias maníacodeportivas, se concentran en tirar la baba y rugir eufóricas ante las mil y un acrobacias y destrezas corporales (el efecto podio) que se exhiben en Brasil; nuestros espectadores nativos, por ejemplo, lanzan sus penas al viento mientras hacen la ola ante el extraordinario despliegue de futbol patito con el que México le ganó a las Islas Fiji (que ningún jugador mexicano, entrenador incluido, sabían de su existencia). Conviene recordar empero, que es ahora Brasil la sede que recibe once mil atletas, mientras ¡oh, paradoja de paradojas!, su principal atleta (no el rejego Pelé), la presidenta castigada, vuelta contra la pared, Dilma Rousseff, dejó al descubierto la gigantesca crisis política de su país (y de la clase política de todo el mundo, para no exagerar) durante la inauguración de los XXXI juegos olímpicos en Maracaná, gracias a la rechifla que agradeció sudando copiosamente, el presidente interino balín, Michel (de) Temer.
Pareciera que la crisis global ha rebajado el fino arte de la política a mero deporte del espectáculo, esto es, a meras formas sin sustancia; a individuos que compiten descaradamente (haiga-sido-como-haiga-sido) por treparse a la cima del podio para no descender jamás. En ese sentido, los Juegos Olímpicos, impregnados del deporte de la grilla, ofrecen como muestra representativa inmejorable de la clásica transa, a los atletas de Putin, empeñados en doparse por órdenes oficiales. En suma, las antaño ingenuas e inocentes Olimpíadas (lo supo Díaz Ordaz en el 68) constituyen una excelente metáfora de los juegos de poder. Son el poder por otra vía. Se conmina así, a la terca realidad histórica a que desmienta el anterior aserto o intente esconderlo bajo la alfombra olímpica, con Europa histérica ante la plaga de terroristas y millones de refugiados más los brutos británicos aislándose en sus islas en un intento por regresar al útero de la pérfida Albión; Estados Unidos que no logra parar los chillidos del racista cerdo albino Trumpudo; China clonando (campeón de clavados en Río de) tequila; Japón disuadiendo a su emperador de practicar a solas el deporte del hara-kiri; y en América Latina, Venezuela con el Inmaduro Pajarito (de Chávez) y secuaces dictadores democráticos al estilo de Cuba con los Hermanos Castro adictos al eterno retorno (trascendió que Fidel está de nuevo en pañales); en Bolivia, Evo el supino ignorante: no se olvide su intervención en la Cumbre sobre Cambio Climático: “el pollo está cargado de hormonas femeninas; por eso, cuando los hombres comen pollo tienen desviaciones en su ser como hombres”; Daniel Ortega, San Dino (saurio), el violador serial, en Nicaragua; Rafael Correa, el censor inquisitorial de los medios, en Ecuador –que continúa dándole asilo al perdido políticamente, Julian Assange, compañero de hackeo de Snowden y Putin, que peligrosa e imprudentemente, ya no distingue entre lo privado y lo público, es decir, entre seguridad privada y seguridad pública; y finalmente, México, compitiendo en esgrima, tae-kwon-do, box, barras paralelas, gimnasia artística y de a tiro con arco contra el CNTE.
Se diría que en la era digital, en plena revolución tecnológica de los instrumentos de comunicación, debiese ser obligado un mayor y mejor nivel de los “atletas” de la política, entre los que  abundan improvisados, amateurs y dopados. Por eso conviene reiterarlo: a la clase política le falta clase. Se antoja deseable así, que corriese paralela a la revolución técnica de los artilugios (gadgets y apps), una revolución política que eleve a los actores políticos a la era digital; esto es, que los extraiga de la era pre-digital paleozoica para que de veras compitan, no por conseguir la medalla de oro en velocidad para llevarse el oro a su domicilio particular (“el presupuesto gubernamental es mío, me lo robé con mi propio esfuerzo”), sino que se dediquen a competir por romper récords en materia de eficiencia en servicio público y eficacia en el arte del poder, en transparentar los gastos públicos y administrarlos racionalmente. "Ni que fuéramos Escuadrón suicida", protestarán los políticos. Y quizá en algo les quepa razón: son vacaciones, hay deportes todo el santo día, así que lo anteriormente apuntado no importa nada; lo relevante y trascendental es que en futbol, la religión a nivel de cancha, ¡le ganamos a Fiji! (que no es nombre de perrita french poodle sino de república).

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