lunes, 29 de agosto de 2016

Editorial de Sanlunes/ O 'ya me anda por ser gobernador'

¿El llamado del relevo?
-Manuel Falcón
Cuando apenas está por presentarse el 4° informe presidencial, ya se ve, ya se siente, ya se murmura a gritos el relevo sexenal. Ya se barajan nombres de candidatos, ya se exhiben encuestas, ya el Peje (que participará también en la elección presidencial del 2024) avisa que les perdonará la vida a todos. Las mentadas reformas estructurales (tan exitosamente aprobadas y cacareadas, pacto de por medio, en el puro arranque del sexenio) ya se cimbran, se  desestructuran ante el embate de los candidatos presidenciales de oposición (supuestos, repuestos e indispuestos). ¿Aguantará erguido el copete federal o de plano cederá el gel, se doblegará la figura Ejecutiva antes de alcanzar al fatídico sexto año? Pues ya se sabe: los mexicanos (en esencia y apariencia, en cuanto todos viven del presupuesto) somos sexenales y justo cada seis años se repiten las variantes del libreto apocalíptico: “el país ya no aguanta más”; “el ave cruje aunque la rama cante; “el presidente y su gabinete de juguete -del destino- fallaron”, etcétera. Proliferan los profetas y agoreros del desastre. “Se perdió otro sexenio”; “los girones en que dejaron Fox y Calderón la investidura presidencial, se redujeron a tanga roja de Peña Nieto, que apenas cubre las expectativas”, etcétera.
En dicho contexto ominoso ha de contemplarse la movilización, en Jalisco, de Movimiento Ciudadano… rumbo al relevo de la gubernatura. Pues a propósito de la toma de protesta, con muchedumbre invitada (35 mil almas, según reportó a simple ojo orozquiano, el Hombre de Fuego) en la explanada del Cabañas, de la “Comisión Operativa Municipal de Guadalajara” (o la gerencia de la gerencia de la gerencia) denominada “la Fuerza del Movimiento”, el líder de los naranjas, Enrique Alfaro, saltó al ruedo para defenderse de los dimes y diretes que buscan enredarlo con la siniestra y ubicua presencia, entre la clase política, de un tal Kurt-Schmidt que ahora resulta que, salvo el Mencho, nadie (re)conoce. Alfaro aprovechó la mala leche de la acusación de connivencia con el narco, para defenderse con todo su equipo cítrico presente (incluido el Dante que alguna vez bajó al infierno de las ergástulas), esgrimiendo su calidad moral como dirigente frente a la desgastada imagen del Club de los Copetitos tricolores. Es secreto a voces chillonas que Alfaro carece aún (“¿Zamorita, sigues ahí?”-clama Aris) de rival priista en la ruta para habitar Casa Jalisco; por lo mismo, le convendría al ahora alcalde tapatío, no sólo recurrir a su fuerza moral como escudo sino presentar un proyecto más nítido de gobierno. Es decir, en el entendido de que ya se desató la carrera por la gubernatura (y la presidencia federal-que van juntas con pegadas), está haciendo falta una narrativa naranja; esto es, el relato de poder de Movimiento Ciudadano sobre Jalisco.
Para alcanzar la silla estatal, no basta con exhibir lo brilloso y aceitado del buen ejercicio del poder municipal (o de la zona metropolitana): es urgente para todos los ciudadanos jalis-quisquillosos, el  concepto naranja del poder. En efecto, ¿para qué quiere Enrique Alfaro la silla de gobernador? ¿Qué se propone hacer con ella? No es suficiente alegar mayor calidad moral que los priistas; hace falta relatar la originalidad, la peculiaridad, el sello de la casa MC en el uso del poder. Un proyecto político de oposición requiere de un discurso articulado con las metas y medios que se proponen desplegar una vez llegados a la cima del gobierno de Jalisco. De otra manera, sin relato claro de poder, cualquier buscapiés, cualquier escándalo por cualquier secreto revelado (“ahí está en la foto recibiendo el beso de Kurt”), decolorará el color anaranjado que habrá que estar repintando en cada descarapelada. Sobra mencionar la necesidad también del colmillo para enfrentar el colmillote. O dicho en palabras de Carl Schmitt: “sólo el poder secreto logra derrotar al poder secreto de otro, la conspiración, la conjura, el complot” (el peje-mantra). En la Teoría del combatiente, el politólogo Schmitt (que no Schmidt), habla de la lucha por el poder ya no en un escenario abierto de confrontación, sino en un “espacio de profundidad” típico de las emboscadas comparable más bien, a “la guerra con submarinos”. Hacia allá apunta el fin de sexenio: hacia un intercambio de torpedos. A poner(se) buzos.   

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