jueves, 20 de marzo de 2014

Momo y Eros II/ Ergo, de-lego


El conjuro



   De un tremebundo lego acompañado,


fue a exorcizar un padre jubilado


a una joven hermosa y desgraciada


que del maligno estaba atormentada.


Empezó su conjuro  

y el espíritu impuro,


haciendo resistencia,


agitaba a la joven con violencia


obligándola a tales contorsiones,


que la infeliz mostraba en ocasiones


las partes de su cuerpo más secretas:


ya descubría las redondas tetas


de brillante blancura,


ya, alzando la delgada vestidura,


manifestaba un bosque bien poblado


de crespo vello en hebras mil rizado,


a cuyo centro daba colorido


un breve ojal, de rosas guarnecido.


El lego, que miraba tal belleza,


sentía novedad grande en su pieza,


y el fraile, que lo mismo recelaba,


con los ojos cerrados conjuraba


hasta que al fin, cansado


de haber a la doncella exorcizado


dos horas vanamente,


para que sosegase la paciente


y él volviese con fuerzas a su empleo,


al campo salió un rato de paseo,


diciendo al lego hiciera compañía


a la doncella en tanto que él volvía.


Fuese, pues, y el donado,


de lujuria inflamado,


apenas quedó solo con la hermosa


cuando, esgrimiendo su terrible cosa,


sin temor de que estaba


el diablo en aquel cuerpo que atacaba,


la tendió y por tres veces la introdujo


de sus riñones el ardiente flujo.


Mientras que así se holgaba el lego diestro,


a la casa volviendo su maestro,


vio que en la barandilla


de la escalera, puesto en la perilla,


estaba encaramado


el diablo, confundido y asustado,


y díjole el cura riendo:


- ¡Hola, parece que saliste huyendo


del cuerpo en que te hallabas mal seguro,


por no sufrir dos veces mi conjuro!


Yo me alegro infinito;


mas, ¿qué esperas aquí? ¡Dilo, maldito!


- Espero, dijo el diablo sofocado,


que sepas que tú no me has expulsado


de esa pobre mujer por conjurarme,


sino tu lego que intentó amolarme


con su tercia de dura culebrina,


buscándome el ojete en su vagina,


y pensé: ¡Guarda, Pablo!,


propio es de lego motilón ladino


que no respete virgo femenino,


¡pero que deje con el suyo al diablo!

-en El Jardín de Venus,  1780,
Félix María de Samaniego

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