jueves, 20 de marzo de 2014

Momo y Eros III/ O de la doble vía

Las lavativas



Cierta joven soltera,


de quien un oficial era el amante,


pensaba a cada instante


cómo con su galán dormir pudiera,


porque una vieja tía


gozar de sus amores la impedía.


Discurrió al fin meter al penitente


en su casa y, fingiendo que la daba


un cólico bilioso de repente,


hizo a la vieja, que cegata estaba,


que un colchón separase


y en diferente cama se acostase.


Ella en la suya en tanto


tuvo con su oficial lindo recreo,


dándole al dengue tanto


que a media voz, en dulce regodeo,


suspiraba y decía:


- ¡Ay...!, ¡ay...!, ¡cuánto me aprieta esta agonía!


La vieja cuidadosa,


que no estaba durmiendo,


los suspiros oyendo,


a su sobrina dijo cariñosa:


- Si tienes convulsiones aflictivas,


niña, yo te echaré unas lavativas.


- No, tía, ella responde, que me asustan.


- Pues si son un remedio soberano.


- ¿Y qué, si no me gustan?


- Con todo, te he de echar dos por mi mano.


Dijo, y en un momento levantada,


fue a cargar y a traer la arma vedada.


La mozuela, que estaba embebecida


cuando llegó este apuro,


gozando una fortísima embestida,


pensó un medio seguro


para que la función no se dejase


si a su galán la tía allí encontrase.


Montó en él ensartada,


tapándole su cuerpo y puesta en popa,


mientras la tía de manguera armada


llegó a la cama, levantó la ropa


por un lado y, como mejor pudo,


enfiló el ojo del rollizo escudo.


En tanto que empujaba


el cilindro con cuidado,


la sobrina gozosa respingaba


sobre el cañón de su galán armado,


y la vieja, notando el movimiento,


la dijo: - ¿Ves como te dan contento


las lavativas, y que no te asustan?


¡Apuesto a que te gustan!


-Félix Ma. de Samaniego

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