El
sábado, día de reposo de los judíos, había pasado, y empezaban a
desvanecerse las sombras de la noche ante la alborada del domingo más
memorable de toda la historia, y mientras tanto la guardia romana
vigilaba el sepulcro sellado dentro del cual yacía el cuerpo del Señor
Jesús. Estando todavía obscuro, la tierra empezó a temblar; un ángel del
Señor descendió en gloria, quitó la inmensa piedra de la entrada del
sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto brillaba como un relámpago y
sus vestidos eran blancos como la nieve. Los soldados, paralizados de
temor, cayeron a tierra y se quedaron como muertos. Cuando se hubieron
recobrado parcialmente de su espanto, huyeron aterrados del sitio. Ni
aun el rigor de la disciplina romana, que decretaba una muerte sumaria a
todo soldado que desertaba su puesto, pudo detenerlos. Además, ya no
había qué vigilar; el sello de autoridad fue hecho pedazos, y el
sepulcro se hallaba abierto y vacío.(Evangelio según San Mateo, 28. 1-5)
Al
manifestarse las primeras señales de la aurora, la devota María
Magdalena y las otras fieles mujeres se dirigieron al sepulcro, llevando
especias y ungüentos que habían preparado para acabar de embalsamar el
cuerpo de Jesús. Algunas de ellas habían presenciado el sepelio y visto
la prisa forzosa con que José y Nicodemo habían envuelto el cuerpo
momentos antes que empezara el día de reposo; y ahora estas piadosas
mujeres llegaron temprano para prestar sus servicios cariñosos mediante
una unción y embalsamamiento externo y más completo del cuerpo. Mientras
se dirigían, conversando tristemente, parece que por primera vez se
dieron cuenta de la dificultad que tendrían para entrar en la caverna "¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?"—se
preguntaban unas a otras. Evidentemente nada sabían del sello ni de la
guardia. Al llegar a la tumba vieron al ángel, y tuvieron miedo. "Mas el
ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo
sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha
resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E
id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y
he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. He aquí, os lo
he dicho." (Evangelio según San Mateo, 28. 5-7)
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