El abrazo y la pax pejiana
-Diego Petersen, 11 mar 2019
¿Hay algo más falso que el abrazo de un político? Desde el de Acatempan, cuando Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero se abrazaron efusivamente para sellar el fin de la guerra de Independencia y el comienzo de la era de las traiciones, los abrazos gozan de poca credibilidad en la política nacional. Entre los participantes de estos curiosos rituales políticos se dice que entre más mal te cae el de enfrente más efusivo y sonoro debe ser el abrazo.
A diferencia del abrazo amoroso o el amistoso en el que el gesto de fundir los cuerpos anudándolos con los brazos tiene como fin transmitir y recibir calidez, el abrazo político es estrictamente gestual. Lo que importa es la forma, es solo un símbolo vaciado de contenido. Son abrazos estudiados, muchas veces protocolizados (dos palmadas en los hombros; evite el contacto más allá de lo necesario) y que tienen como objetivo mandar un mensaje de concordia cuando ésta es evidentemente inexistente.
El abrazo del gobernador de Jalisco Enrique Alfaro y el delegado de programas sociales del Gobierno federal, Carlos Lomelí, en la Plaza de la República, fue un gesto de reconciliación. López Obrador los usó para mandar un mensaje de que parará, por ahora, el protocolo, el abucheo a los gobernadores de oposición, como bien lo definió Ignacio Peralta, gobernador de Colima. El abrazo es el símbolo de un cambio de estrategia en la relación con los gobernadores de oposición. Quizá porque ya se dio cuenta de que la oposición, aún pequeña y dividida como está, existe y pesa cuando se trata de reformas constitucionales y de nombramientos, quizá solo porque quiere llegar a los 100 días con el mensaje de amor y paz que no practicó en los primeros 98.
A Jalisco le viene bien que las voluntades políticas se alineen, que por encima de las diferencias políticas se den acuerdos que beneficien políticamente a los participantes de la vida pública, pero sobre todo a los ciudadanos. Lomelí y Alfaro se van a volver a dar con todo cuando se acerque el momento electoral. Diferenciarse y evidenciar al adversario es parte esencial de la democracia y el abrazo se olvidará para regresar a los balazos verbales.
La pax pejiana, pues, no durará mucho, si nos va bien 18, máximo 20 meses cuando el caldero electoral comience a agarrar calor, pero es probable que sea menos, que en algún momento entre ahora y el fin de 2020 cualquiera de ellos se vea en la necesidad de salir de un atolladero político atacando al de enfrente y rompa unilateralmente con el pacto de paz.
Bienvenida la pax pejiana y el abrazo que la simboliza, aunque éste sea más falso que un billete de tres pesos.
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