lunes, 27 de marzo de 2017

Editorial de sanlunes/ O de la posverdad medio mentira

Pos la mera posverdad, en México ya existía el término
 Miénteme más, que me hace tu maldad feliz 
-Los Tres Diamantes 

-Manuel Falcón
Una de las consecuencias internacionales del triunfo del Donaldrástico Trumpig en EEUU y de la geoesquizofrénica flema inglesa para dizque abandonar la Unión Europea (Brexit), fue la acuñación del vocablo anglosajón, súbitamente popular, de post-truth, aceptado de inmediato por el Diccionario de Oxford e incluido en su edición de 2016. En español se tradujo de manera literal como "posverdad" (aun con las ambigüedades a que se presta dicha traducción en el español mexicano que pronuncia "pos" en vez de "pues"; verbigracia: - "¡cuánto calor se avecina este verano!/-pos’ verdad que sí"). 
Y a propósito del concepto de "posverdad", en entrevista reciente, el antropólogo Roger Bartra Murià, sostiene que en México "está el terreno abonado para que estas llamadas posverdades (difundidas mediante la microlectura de tuits y mensajes cortos) fructifiquen y crezcan en una sociedad funcionalmente analfabeta en su mayor parte, en la que sólo 5 por ciento de sus miembros son lectores habituales de libros" (en periódico Reforma, 26 de marzo de 2017). La palabra posverdad denota circunstancias en que los hechos objetivos (facts) son sustituidos en la opinión pública, por creencias y dogmas emotivos, a los cuales ha de subordinarse la verdad que pasa así, a segundo término. Cabe observar, no obstante, que el origen anglosajón del término post-truth, está determinado de forma lógica por el contexto de las instituciones públicas gringas y británicas, donde efectivamente los poderes funcionan de manera autónoma, pero venir a México con la palabrita "posverdad" como hallazgo lingüístico, es vanagloriarse de haber descubierto el hilo negro.
En efecto, la "posverdad" sólo es detectable en las democracias donde existen contrapesos institucionales efectivos. Sobra apuntar que la posverdad hace ya mucho tiempo que existe en nuestro país, donde las instituciones públicas autónomas (que podrían hacer contrapeso a la figura presidencial o de gobernador) son la excepción no la norma. ¿O de veras existe por ejemplo, una autonomía real entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial? Su autonomía en México es una posverdad (o verdad a medias). ¿O existe de veras una autonomía real de los medios de comunicación masiva (Televisa, TV Azteca, la radio comercial, las cadenas -y familias feudales- de periódicos) como contrapeso efectivo de los poderes de gobierno? Su autonomía es una posverdad (o verdad a medias). "Pos’ verdad de Dios que tiene Ud. razón", exclamarán sinceros los dueños de las respectivas concesiones mediáticas, "pero no me pagan para que les pegue". ¿Existe en México la libertad de expresión? La pregunta es retórica, pero la respuesta depende de a cuál de los dueños de los grandes medios se refiera. Si se escucha el rumor del caracol prehispánico, el concepto de posverdad era ya conocido entre los mexicas como "choro mareador": "¿Ustedes le creen a Hernán Cortés que dice que viene en son de paz?", interrogó Moctezuma a sus sacerdotes que debieron responderle: "pura madre… la Coatlicue"; o es conocida ya entre los connacionales la posverdad como realidad oculta (o sin transparencia: "ay, olvidé incluir en mi declaración patrimonial el departamento palaciego de Miami y el jet de mi abuelita"). El contexto político-jurídico lo es todo: en Estados Unidos, por ejemplo, la Suprema Corte, el Congreso, las grandes compañías de medios de comunicación, constituyen poderes efectivos que sí funcionan de manera autónoma respecto de la Casa Blanca. Dígalo si no, el revés que recién acaba de sufrir el Trumpuerco en su intento de abolir el seguro social de salud (Obamacare). Su discurso demagogo posverdadero sobre la existencia de un mucho mejor Plan de Salud del Partido Republicano, quedó develado como vil mentira.
En México, sin embargo, sabemos que los poderes no son autónomos o su margen de maniobra es mínimo y obedece más bien, a usos y costumbres ("nos podemos arreglar"). Así, los partidos políticos meten mano en todo: en la designación de ministros de la Suprema Corte; en el favoritismo al entregar las concesiones de medios (¿quién le dio el monopolio de Telmex y Telcel a Carlos Slim?/-"perdón, ¿dijo usted Carlos?"); en el nombramiento de consejeros del Instituto Nacional Electoral, etcétera. Aunque todos los medios de comunicación se declaren independientes y heraldos de la verdad en nuestro país, sabemos por experiencia histórica que dicha circunstancia es una posverdad (o verdad a medias) sujeta a la verdad verdadera de la publicidad oficial. De ahí el silogismo simple de los ciudadanos: Azcárraga no busca la verdad sino el dinero; Televisa miente; ergo, Facebook y Twitter dicen la verdad. El éxito sensacional de las redes sociales se debe a tal conclusión posverdadera (o verdad a medias), pues es paradójicamente en internet donde proliferan las posverdades como moscas en basurero de laptops; las teorías de la conspiración fluyen vía You-tube cual tiburones en alberca. Las elecciones del 2018 se avizoran así, como guerra de panfletos o pastelazos de posverdades. Concluye Bartra Murià: "México es tierra fértil para la posverdad". Ya era. Y parió la abuela en plena era digital.

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