Un día en que
dormía en la ribera del río Pactolo, en la ladera del monte Tmolo, no
muy lejos de la ciudad de Sardes, al joven Giges, pastor de las ovejas
del rey lidio Candaules, lo despertó el estruendo de un rayo que cayó a
pocos metros de él. La tormenta ni siquiera se había insinuado en el
horizonte antes de que se quedara dormido, así que Giges tardó en
sobreponerse al sobresalto de su despertar. Cuando al fin lo logró, se
acercó a contemplar cómo terminaba de consumirse en llamas un arbusto al
que había alcanzado el rayo. Tras ese arbusto, en las rocas por las que
trepaba, vio entonces Giges la entrada de una cueva que hasta ese
momento mantenía oculta el arbusto, aunque en su inocencia pensó que el
rayo había creado la cueva rompiendo las rocas.
No
sin temor, Giges comprobó que la boca de la cueva daba a una estancia
amplia desde la que se accedía a otras estancias por diversos
corredores. Como la lluvia arreciaba, Giges decidió guarecerse allí con
el ganado, y en ello estaba cuando, persiguiendo a un lechal que se
había apartado de su madre, encontró, alzado en el centro de una de las
estancias de la cueva, un imponente caballo de bronce. La curiosidad
pudo de nuevo más que el temor, así que Giges acabó trepando al caballo y
encontrando la puerta que daba acceso a su interior, en donde
descansaba el cadáver incorrupto de un hombre cuya estatura doblaba la
de un lidio. En la mano de aquel cadáver brillaba un anillo de oro.
Envalentonado por la facilidad con que la fortuna lo había buscado,
Giges le arrancó el anillo al cadáver y se lo colocó en el anular.
Cuando escampó, el pastor se dispuso a abandonar la cueva con el
ganado, pero aunque llegó a patear a las ovejas, no lo obedecían.
Decidió ir a Sardes en busca de la ayuda de un amigo, aunque una vez
allí, para su sorpresa, todos hacían oídos sordos a sus palabras.
Intuyendo al fin lo que ocurría, fue a casa en busca del espejo de
obsidiana de su madre, y comprobó que no lo reflejaba. Aterrorizado,
achacó la desaparición de su imagen a su profanación del cadáver, se
sacó el anillo del dedo y en ese momento su madre lanzó un grito: había
aparecido ante ella repentinamente al quitarse el anillo.
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