lunes, 9 de septiembre de 2013

La leyenda histórica del anillo de Giges

Giges espía en la alcoba del rey Candaules, Jean Leon Gerome
Un día en que dormía en la ribera del río Pactolo, en la ladera del monte Tmolo, no muy lejos de la ciudad de Sardes, al joven Giges, pastor de las ovejas del rey lidio Candaules, lo despertó el estruendo de un rayo que cayó a pocos metros de él. La tormenta ni siquiera se había insinuado en el horizonte antes de que se quedara dormido, así que Giges tardó en sobreponerse al sobresalto de su despertar. Cuando al fin lo logró, se acercó a contemplar cómo terminaba de consumirse en llamas un arbusto al que había alcanzado el rayo. Tras ese arbusto, en las rocas por las que trepaba, vio entonces Giges la entrada de una cueva que hasta ese momento mantenía oculta el arbusto, aunque en su inocencia pensó que el rayo había creado la cueva rompiendo las rocas.
No sin temor, Giges comprobó que la boca de la cueva daba a una estancia amplia desde la que se accedía a otras estancias por diversos corredores. Como la lluvia arreciaba, Giges decidió guarecerse allí con el ganado, y en ello estaba cuando, persiguiendo a un lechal que se había apartado de su madre, encontró, alzado en el centro de una de las estancias de la cueva, un imponente caballo de bronce. La curiosidad pudo de nuevo más que el temor, así que Giges acabó trepando al caballo y encontrando la puerta que daba acceso a su interior, en donde descansaba el cadáver incorrupto de un hombre cuya estatura doblaba la de un lidio. En la mano de aquel cadáver brillaba un anillo de oro. Envalentonado por la facilidad con que la fortuna lo había buscado, Giges le arrancó el anillo al cadáver y se lo colocó en el anular.
Cuando escampó, el pastor se dispuso a abandonar la cueva con el ganado, pero aunque llegó a patear a las ovejas, no lo obedecían. Decidió ir a Sardes en busca de la ayuda de un amigo, aunque una vez allí, para su sorpresa, todos hacían oídos sordos a sus palabras. Intuyendo al fin lo que ocurría, fue a casa en busca del espejo de obsidiana de su madre, y comprobó que no lo reflejaba. Aterrorizado, achacó la desaparición de su imagen a su profanación del cadáver, se sacó el anillo del dedo y en ese momento su madre lanzó un grito: había aparecido ante ella repentinamente al quitarse el anillo.
Pues bien, el rey Candaules, como es bien sabido, gustaba de esa perversión que hoy llamamos candaulismo y que consiste en disfrutar mostrándoles a otros la propia mujer desnuda u observándolos fornicar con ella, y, para dar rienda suelta a su vicio, usaba siempre como tercero a su pastor Giges, que, enamorado de la reina y harto de soportar al monarca fisgando a sus espaldas cuando se lo hacía con ella, al ser consciente de la impunidad que le proporcionaba su nuevo anillo, comenzó a visitar a escondidas a la reina, terminó de seducirla fácilmente, pues lo más difícil ya estaba hecho con la complicidad del rey, y la convenció para que matara a su esposo y compartiera con él, Giges, el invisible, el gobierno de Lidia. Con Giges comenzó la dinastía Mermnada, que gobernó Lidia durante varios años de prosperidad. (Javier Azpeitia)

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