lunes, 7 de mayo de 2018

Sobre la (s)elección de "nuestro" líder político ideal/ Tiempos preelectorales

La masa que posee un líder es una reunión de individuos que han reemplazado su ideal del yo por un mismo objeto, con lo cual se ha establecido entre ellos una general y recíproca identificación del yo. El individuo renuncia a su ideal del yo, cambiándolo por el ideal de la masa, encarnado en el líder. Simultáneamente a este "abandono" del yo al objeto/líder (que ya no se diferencia del abandono sublimado a una idea abstracta), cesan las funciones del ideal del yo. La crítica ejercida por éste calla, y todo lo que el objeto/líder hace es bueno e irreprochable. La conciencia moral deja de intervenir, se vive ya sin remordimientos. El objeto/líder ha ocupado el lugar del ideal del yo. La relación hipnótica presenta un elemento clave de la compleja estructura de la masa: la actitud del individuo con respecto al líder. En la identificación, el yo se "enriquece" con las cualidades del objeto, se lo "introyecta"; en el enamoramiento, el yo se "empobrece", entregándose totalmente al objeto. Del enamoramiento a la hipnosis no hay una gran distancia. El hipnotizado, con respecto al hipnotizador, da las mismas pruebas de sumisión, docilidad y ausencia de crítica, que el enamorado con respecto del objeto de su amor; el mismo renunciamiento a toda iniciativa personal. El hipnotizador se ha situado en el lugar del ideal del yo.


Aceptamos, pues, que el gran hombre influye de doble manera sobre sus semejantes: merced a su personalidad y por medio de la idea que sustenta. Esta idea bien puede acentuar un antiguo deseo de las masas, o señalarles una nueva orientación de sus deseos, o bien cautivarlas aún en otra forma. A veces -y éste seguramente es el caso más primitivo- actúa sólo la personalidad, y la idea desempeña un papel muy insignificante. En todo caso, la causa de que el gran hombre adquiera, en principio, su importancia, no nos ofrece la menor dificultad, pues sabemos que la inmensa mayoría de los seres necesitan imperiosamente tener una autoridad a la cual puedan admirar, bajo la que puedan someterse, por la que puedan ser dominados y, eventualmente, aun maltratados. La psicología del individuo nos ha enseñado de dónde procede esta necesidad de las masas. Se trata de la añoranza del padre, que cada uno de nosotros alimenta desde su niñez. Y ahora advertimos quizá que todos los rasgos con que dotamos al gran hombre no son sino rasgos paternos, que la esencia del gran hombre, infructuosamente buscada por nosotros, reside precisamente en esta similitud. La decisión de sus ideas, la fuerza de su voluntad, el poderío de sus acciones, forman parte de la imagen del padre, pero sobre todo le corresponden la autonomía e independencia del gran hombre, su olímpica impavidez, que puede exacerbarse hasta la falta de todo escrúpulo. Se debe admirarlo, se puede confiar en él, pero es imposible dejar de temerlo. Habríamos hecho bien dejándonos llevar por el significado cabal de las palabras, pues ¡quién sino el padre pudo haber sido en la infancia el "hombre grande"! (...)
-El gran hombre, capítulo de Moisés y la religión monoteísta, Sigmund Freud, Alianza editorial, traducción de Ramón Rey Ardid

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