lunes, 26 de septiembre de 2016

Editorial de sanlunes/ O del no absol(br)uto a la política

El rechazo de la política o el origen de una confusión milenaria (millennial)

La política debe ser realista; la política debe ser idealista:
dos principios que son ciertos cuando se complementan
y falsos cuando se mantienen separados
-M. Bluntschli

-Manuel Falcón
Hoy debatirán Hillary y Trump, los contendientes por la Casa Blanca. De acuerdo con encuestas generales, los duelistas se encuentran empatados en preferencias electorales. ¿Cómo se explica semejante hecho cuando resulta evidente la disparidad en cuanto a calidad política de ambos personajes? Hillary es la única calificada para el puesto de presidente. ¿Por qué tiene frente a ella, ladrando y levantando la pata para rociarla, a Ricky-Ricón (Richie Rich), un junior heredero millonario discapacitado para la política (o con capacidades diferentes para no incurrir en lenguaje discriminatorio) que ha llegado a trompicones al ring del poder supremo de los Estados Unidos? Se debe a un suceso de la era global actual: la política (el ejercicio y la experiencia en el uso del poder público) y su practicante, el político, representan ahora, al malo de la película. Nadie quiere saber hoy en día ni de políticos ni de política. Se trata de una rara alergia diríase, enfermedad infecciosa de la democracia: el nihilismo político (del latín nihil: "nada") como la nueva utopía (con la careta de Anonymus). El arquetipo ideal es ahora el del ciudadano puro, impecable y potable, sin contaminación alguna de la política. De ahí la clave del tóxico éxito de Donald Trump (no importa que el apellido sea ya sinónimo de emético). De ahí el éxito en México de los autodenominados candidatos ciudadanos independientes (¿cómo va de manso el Bronco? ¿Qué tal el rollo de sushi Kumamoto?) y el consiguiente rechazo a los partidos políticos.
El paradigma que se rechaza en la actualidad es el realismo político (la Realpolitik), la práctica pragmática, efectiva, racional y juiciosa del poder. Los millennials o la generación de chavos anti-política "de siempre" (politics as usual) anhelan una política pura, idealista, donde no existan intereses, negociaciones, grilla ni lucha por el poder. Un sueño nihilista de sociedad sin partidos, sin políticos ni gobierno. Es decir, los millennials ignoran todo sobre política; o mejor dicho, prefieren otorgar su indiferencia absoluta al ámbito de la política. Incluso no les interesa saber ni informarse de política: los Buenos serán así los Bernie Sanders, los Donald Trump, los AMLO, los Broncos ¿Por qué? Porque confunden dos conceptos: la Realpolitik (ya entrados en germanismos) con la Machtpolitik o la política pura, la política de fuerza. Recuérdese a Giovanni Sartori: "la política pura o política de fuerza denota un tipo de política ajena a ideales y basada enteramente en la fuerza, el fraude y el uso, abuso, implacable del poder" (en Los límites del realismo político, 1995). Pero el realismo político no es lo mismo que la política pura. En la realidad real, histórica, el mejor político es el que da muestras de máximo realismo político; esto es, que exhibe una combinación de buen juicio político para plantear metas sociales realistas (no ideales, o sueños nihilistas: "por una sociedad sin Estado"; "por una isla para cada Robinson Crusoe"). Rechazar así, al político realista porque se rechaza (y con razón) al político puro y duro (el de la fuerza), es confundir la gimnasia con la magnesia que se inyectan los atletas de Putin. Es tirar al bebé de la democracia, después de bañarlo, junto con el agua sucia.
Hipótesis con ojos entrecerrados: las nuevas generaciones rechazan la política realmente posible, la que existe en la realidad real, en el mundo real, por la absorción/introyección que han sufrido de parte del mundo virtual (cabe aquí, de manera descriptiva precisa, la palabra "absortos"). No en balde se admira a los hackers disruptivos como Edward Snowden (adviértase al ingenuo director de cine para bobos apolíticos, Oliver Stone, convirtiendo en héroe al gringo refugiado en ¡la antidemocrática Rusia del zar Putin!) o Julian Assange (el cabecita blanca tan dispuesto a hackear al comité de campaña de Hillary, pero tan indispuesto a hacer los mismo con don peluca mostaza, Trump). México al borde del cambio de sexenio, debe apurar así, en debate público, la clarificación de conceptos que subyacen a los movimientos políticos anti-políticos que han cobrado un auge inusitado en el mundo a raíz del hartazgo de la política de fuerza; y que de manera paradójica, abren el abismo para el resurgimiento de fuerzas primitivas como el nazismo, racismo, xenofobia, homofobia (Frente Nacional por la Familia Fascista) y al final, totalitarismo. Para que subsista la democracia, es preciso rescatar el concepto de realismo político no el de realismo político mágico (que busca el poder, oh, ingenuos millennials, en el mundo de tecnología de punta cavernícola previo al Estado; o en el post-Estado: ¿una sociedad de ONGs en campus party perpetuo?) ni la política-ficción que sólo da crédito a teorías de la conspiración (Hillary y Obama inventaron el Estado Islámico/ Peña Nieto inventó a los narcos Rojos y a Guerreros Unidos).

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