¿Gabinete automático o de cambios?
-Manuel Falcón
La agitación telúrica, el reacomodo y deslizamiento de capas
tectónicas del poder político, vulgo, grilla subterránea, tarde o temprano
emerge a la superficie como crisis de gabinete, por ejemplo (o en caso severo,
cual terremoto- a 31 años de aquel devastador de la Ciudad de México- como
caída del mismísimo Ejecutivo. Remember
Guillermo Cosío en 1992, luego del Pemexazo de Guadalajara). Así, la renuncia
de un miembro del gabinete, es la erupción que expulsa al secretario en
cuestión a fin de evitar que los temblores, en escalera ascendente, sacudan al
Ejecutivo. Adviértase en ese sentido, el nado sincronizado del gobernador
Aristóteles y del presidente Peña Nieto con sus respectivas reacciones ante la
presión de lava que busca salida. Se diría que ambos ejecutivos ofrecen resistencia
a arrojar por la borda a un miembro de su exclusivo club de íntimos del
gabinete, que ha quedado colocado fatal y generalmente en el ojo del huracán de
la opinión pública. ¿Cuánto tiempo tardó Peña Nieto en invitar a cerrar la
puerta por fuera a Murillo Karam; cuánto tiempo se resistió Aristóteles a que Nájera
soltara la Fiscalía? ¿Por qué la resistencia? Porque despedir a un secretario del
gabinete es despedirse de la infalibilidad y poderes sobrehumanos del Ejecutivo:
es mostrar debilidad. Sin embargo, el costo de mantener en su puesto a un
fusible calcinado (y su camarilla de sub-fusibles), puede provocar un
cortocircuito de gobierno que deje a oscuras la credibilidad ya sea de un
gobernador ya de un presidente.
De ahí la necesidad de mantener estrechamente
vigilada y evaluada dicha figura jurídico-administrativa denominada “gabinete” (de cocina
de la grilla); de ahí por ende, la importancia de la figura de “jefe de
gabinete”, una especie de perro pastor alemán que ladra a las ovejas
descarriadas o aleladas, antes de que sea demasiado tarde y el lobo feroz de
las redes sociales, las devore. Es clave por tanto, integrar desde el principio
del sexenio, un gabinete basado en la eficiencia, profesionalismo y colmillo
político, no en el simple cuatachismo (“tú eres mi amigo del alma realmente mi
amigo”), como suele suceder. Lo que se comprueba cuando aparece la crisis: la
fuerza centrípeta del amiguismo (o el progresivo achicamiento del anillo íntimo
del gabinete: “no es miedo, es precaución, pero júntense más, espalda con
espalda”), el arrinconamiento ante la adversidad, impera sobre el criterio de
hacer frente a los problemas con eficiencia, profesionalismo y colmillo
político redoblado. Gobernador o presidente debiesen adelantarse así, haciendo
gala de buen olfato político, a los ajustes y cambios necesarios de colaboradores,
antes de que éstos se paseen sonrientes con la cola en llamas. ¿Por qué se fue
el secretario de Obra Pública de Jalisco (daba-los-moches-a-subalterna)?
¿Por qué se fue Videgaray (vicevirrey-caray)? Porque la presión de la opinión
pública había transmutado a dichos funcionarios en bombas de tiempo (preferible
a la expresión “Papa caliente” para no herir susceptibilidades de la levantisca Iglesia católica) que más pronto que ya estallarían en manos del
Ejecutivo.
El gabinete así, no equivale a un consejo de
administración de empresa privada, como se ha divulgado falazmente en tiempos
de capitalismo feroz y sus recurrentes crisis económicas (por cierto, ¿cuál fue
la primer crisis económica de México? ¿Cuando Hernán Cortés le recortó el
sueldo de traductora a la Malinche y ésta lo dejó hablando a señas?). En un buen
gobierno que se jacte de serlo, el gabinete es antes que nada, un consejo
administrativo público que funciona a modo de contrapeso de la figura individual
del Ejecutivo, para bajarle los humos y evitar que se asuma como Llanero
Solitario, Supermán o Juan Charrasqueado (Jalisco nunca pierde y cuando pierde… ¿quién trae mi cartera?), que a todas va y todas las puede. Un gabinete es para que el Ejecutivo disponga de interlocutores técnica e intelectualmente válidos (de preferencia no mucho más
mensos que quien los designa) constituidos en órgano colegiado
donde se ponderen, en grupo, proyectos y problemas que se resuelvan mediante
consenso por profesionales (cada uno en su ramo), con experiencia y don de
mando ¿Qué caso tiene formar un gabinete cual olla de grillos o jacuzzi de
cuates? No hay sexenio que dure… más de seis años. Y no hay hombre
de poder inmortal (aun cuando él mismo así se sienta, se va a acostar). De
manera que la salvación de un buen Ejecutivo, estatal o federal, no reside en
aislarse con sus amigos (“todos al sauna”) sino en crear un buen equipo de
poder que incluso forme cuadros (no cuadrados) políticos para el futuro. Porque
el sexenio se acaba. Y el presupuesto también: Meade Kuribreña llegó con apellidos que suenan a tijeras.
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