lunes, 19 de septiembre de 2016

Editorial de sanlunes/ Gabinetología

¿Gabinete automático o de cambios?
-Manuel Falcón
La agitación telúrica, el reacomodo y deslizamiento de capas tectónicas del poder político, vulgo, grilla subterránea, tarde o temprano emerge a la superficie como crisis de gabinete, por ejemplo (o en caso severo, cual terremoto- a 31 años de aquel devastador de la Ciudad de México- como caída del mismísimo Ejecutivo. Remember Guillermo Cosío en 1992, luego del Pemexazo de Guadalajara). Así, la renuncia de un miembro del gabinete, es la erupción que expulsa al secretario en cuestión a fin de evitar que los temblores, en escalera ascendente, sacudan al Ejecutivo. Adviértase en ese sentido, el nado sincronizado del gobernador Aristóteles y del presidente Peña Nieto con sus respectivas reacciones ante la presión de lava que busca salida. Se diría que ambos ejecutivos ofrecen resistencia a arrojar por la borda a un miembro de su exclusivo club de íntimos del gabinete, que ha quedado colocado fatal y generalmente en el ojo del huracán de la opinión pública. ¿Cuánto tiempo tardó Peña Nieto en invitar a cerrar la puerta por fuera a Murillo Karam; cuánto tiempo se resistió Aristóteles a que Nájera soltara la Fiscalía? ¿Por qué la resistencia? Porque despedir a un secretario del gabinete es despedirse de la infalibilidad y poderes sobrehumanos del Ejecutivo: es mostrar debilidad. Sin embargo, el costo de mantener en su puesto a un fusible calcinado (y su camarilla de sub-fusibles), puede provocar un cortocircuito de gobierno que deje a oscuras la credibilidad ya sea de un gobernador ya de un presidente.
De ahí la necesidad de mantener estrechamente vigilada y evaluada dicha figura jurídico-administrativa denominada “gabinete” (de cocina de la grilla); de ahí por ende, la importancia de la figura de “jefe de gabinete”, una especie de perro pastor alemán que ladra a las ovejas descarriadas o aleladas, antes de que sea demasiado tarde y el lobo feroz de las redes sociales, las devore. Es clave por tanto, integrar desde el principio del sexenio, un gabinete basado en la eficiencia, profesionalismo y colmillo político, no en el simple cuatachismo (“tú eres mi amigo del alma realmente mi amigo”), como suele suceder. Lo que se comprueba cuando aparece la crisis: la fuerza centrípeta del amiguismo (o el progresivo achicamiento del anillo íntimo del gabinete: “no es miedo, es precaución, pero júntense más, espalda con espalda”), el arrinconamiento ante la adversidad, impera sobre el criterio de hacer frente a los problemas con eficiencia, profesionalismo y colmillo político redoblado. Gobernador o presidente debiesen adelantarse así, haciendo gala de buen olfato político, a los ajustes y cambios necesarios de colaboradores, antes de que éstos se paseen sonrientes con la cola en llamas. ¿Por qué se fue el secretario de Obra Pública de Jalisco (daba-los-moches-a-subalterna)? ¿Por qué se fue Videgaray (vicevirrey-caray)? Porque la presión de la opinión pública había transmutado a dichos funcionarios en bombas de tiempo (preferible a la expresión “Papa caliente” para no herir susceptibilidades de la levantisca Iglesia católica) que más pronto que ya estallarían en manos del Ejecutivo.
El gabinete así, no equivale a un consejo de administración de empresa privada, como se ha divulgado falazmente en tiempos de capitalismo feroz y sus recurrentes crisis económicas (por cierto, ¿cuál fue la primer crisis económica de México? ¿Cuando Hernán Cortés le recortó el sueldo de traductora a la Malinche y ésta lo dejó hablando a señas?). En un buen gobierno que se jacte de serlo, el gabinete es antes que nada, un consejo administrativo público que funciona a modo de contrapeso de la figura individual del Ejecutivo, para bajarle los humos y evitar que se asuma como Llanero Solitario, Supermán o Juan Charrasqueado (Jalisco nunca pierde y cuando pierde… ¿quién trae mi cartera?), que a todas va y todas las puede. Un gabinete es para que el Ejecutivo disponga de interlocutores técnica e intelectualmente válidos (de preferencia no mucho más mensos que quien los designa) constituidos en órgano colegiado donde se ponderen, en grupo, proyectos y problemas que se resuelvan mediante consenso por profesionales (cada uno en su ramo), con experiencia y don de mando ¿Qué caso tiene formar un gabinete cual olla de grillos o jacuzzi de cuates? No hay sexenio que dure… más de seis años. Y no hay hombre de poder inmortal (aun cuando él mismo así se sienta, se va a acostar). De manera que la salvación de un buen Ejecutivo, estatal o federal, no reside en aislarse con sus amigos (“todos al sauna”) sino en crear un buen equipo de poder que incluso forme cuadros (no cuadrados) políticos para el futuro. Porque el sexenio se acaba. Y el presupuesto también: Meade Kuribreña llegó con apellidos que suenan a tijeras.

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