Mientras que el EI controla amplias franjas de Siria e Irak, Al Qaeda central se encuentra recluida desde 2002, bajo la protección de islamistas radicales, en las áreas tribales de Pakistán. Mientras que Al Qaeda pretende, desde al menos mediada la década de los noventa, restablecer el califato, el Estado Islámico lo ha proclamado en la práctica —aunque administrativamente delimitado entre Alepo y Diyala— y ha convertido a su propio líder
Abu Bakr al-Bagdhadi en el nuevo califa que reclama autoridad política y religiosa sobre todos los musulmanes del planeta. Poco importa que los dirigentes de aquella insistan una y otra vez en que aún no se dan las condiciones favorables para crear y consolidar el califato. Habiéndose anticipado en ello y disponiendo de una base territorial donde ejerce poder y que otorga credibilidad a su propaganda, al EI se le atribuyen un éxito y unas expectativas de éxito que le son negadas a Al Qaeda En suma, lo que Al Qaeda ofrece a jóvenes musulmanes radicalizados (o vulnerables a la radicalización) es pertenecer a una organización yihadista que, aunque degradada en su núcleo, mantiene capacidades operativas nada desdeñables en determinadas áreas del mundo islámico y persigue la restauración del califato. Lo que el EI ofrece a esos mismos individuos es algo más: les ofrece nada menos que formar parte de una sociedad yihadista, de un califato con territorio reducido pero al que sus arquitectos logran dar visos de expansión, de un orden social y político en el que reiniciar sus vidas, incluso emigrando en familia, con un nuevo significado y una nueva identidad colectiva en la que reconocerse a sí mismos y ser reconocidos por los demás.
-Fernando Reinares en El País ********************************************************************************
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