En efigies monumentales, en pirámides de piedra y en momias, los
egipcios buscaron eternidad; es razonable que en su país haya surgido el
mito de un pájaro inmortal y periódico, si bien la elaboración ulterior
es obra de los griegos y de los romanos. Erman escribe que en la
mitología de Heliópolis, el Fénix (benu) es el señor de los
jubileos, o de los largos ciclos de tiempo; Herodoto, en un pasaje
famoso (II, 73), refiere con repetida incredulidad una primera forma de
la leyenda:
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"Otra ave sagrada hay allí que sólo he visto en pintura, cuyo nombre es
el de Fénix. Raras son, en efecto, las veces que se deja ver, y tan de
tarde en tarde, que según los de Heliópolis, sólo viene a Egipto cada
quinientos años, a saber cuando fallece su padre. Si en su tamaño y
conformación es tal como la describen, su mole y figura son muy
parecidas a las del águila, y sus plumas, en parte doradas, en parte de
color carmesí. Tales son los prodigios que de ella nos cuentan, que
aunque para mí poco dignos de fe, no omitiré el referirlos. Para
trasladar el cadáver de su padre desde Arabia hasta el Templo del Sol,
se vale de la siguiente maniobra: forma ante todo un huevo sólido de
mirra, tan grande cuanto sus fuerzas alcancen para llevarlo, probando su
peso después de formado para experimentar si es con ellas compatible;
va después vaciándolo hasta abrir un hueco donde pueda encerrar el
cadáver de su padre, el cual ajusta con otra porción de mirra y atesta
de ella la concavidad, hasta que el peso del huevo preñado con el
cadáver iguale al que cuando sólido tenía; cierra después la abertura,
carga con su huevo, y lo lleva al Templo del Sol en Egipto. He aquí, sea
lo que fuere, lo que de aquel pájaro refieren".
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Unos quinientos años después, Tácito y Plinio retomaron la prodigiosa
historia; el primero rectamente observó que toda antigüedad es oscura,
pero que una tradición ha fijado el plazo de la vida del Fénix en mil
cuatrocientos sesenta y un años (Anales, VI, 28). También el segundo
investigó la cronología del Fénix; registró (X, 2) que, según Manilio,
aquél vive un año platónico, o año magno. Año platónico es el tiempo que
requieren el sol, la luna y los cinco planetas para volver a su
posición inicial; Tácito, en el Diálogo de los oradores, lo hace
abarcar doce mil novecientos noventa y cuatro años comunes. Los antiguos
creyeron que, cumplido ese enorme ciclo astronómico, la historia
universal se repetiría en todos sus detalles, por repetirse los influjos
de los planetas; el Fénix vendría a ser un espejo o una imagen del
universo. Para mayor analogía, los estoicos enseñaron que el universo
muere en el fuego y renace del fuego y que el proceso no tendrá fin y no
tuvo principio.
Los años simplificaron el mecanismo de la generación del Fénix. Herodoto
menciona un huevo, y Plinio, un gusano, pero Claudiano, a fines del
siglo IV, ya versifica un pájaro inmortal que resurge de su ceniza, un
heredero de sí mismo y un testigo de las edades.
Pocos mitos habrá tan
difundidos como el del Fénix. A los autores ya enumerados cabe agregar:
Ovidio (Metamorfosis, XV), Dante (Infierno, XXIV), Shakespeare (Enrique VIII, v, 4), Pellicer (El Fénix y su historia natural), Quevedo (Parnaso español, VI), Milton (Samson Agonistes, in fine). Mencionaremos asimismo el poema latino De Ave Phoenice,
que ha sido atribuido a Lactancio, y una imitación anglosajona de ese
poema, del siglo VIII. Tertuliano, San Ambrosio y Cirilo de Jerusalén
han alegado el Fénix como prueba de la resurrección de la carne. Plinio
se burla de los terapeutas que prescriben remedios extraídos del nido y
de las cenizas del Fénix.
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