miércoles, 28 de diciembre de 2016

Cuento para el puente Lupe-reyes

Los santos enanos inocentes

-Manuel Falcón

Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos diciendo:

-"¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle"

Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él.

Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas  del pueblo, Herodes les preguntó a los magos:

-"¿Dónde nació ese rey de los judíos que mencionan?"

Avisados los magos por el conejo blanco (mediante el cual, de pueblo en pueblo, escenificaban el truco del conejo que brotaba de súbito del turbante de terciopelo) sobre el temor de Herodes de ser despojado del poder por un rey recién nacido, los magos fingieron no haber escuchado bien la cuestión.

-"¿Podría, vuestra majestad, repetir la pregunta?"

Herodes se mostró desconcertado, ya que estaba seguro de haber hablado claro. De manera que alzando su afamada voz chillona que se quebró en un gallo, el rey preguntó de nuevo:

-"¿Dónde nacerá, ¡maldita sea!, el rey de los judíos que van a adorar?"

El lapso entre la turbación y el exabrupto de Herodes, proporcionó a los magos el tiempo suficiente para formular una ambigua respuesta:

-"Guiados por la estrella, oh, majestad" -contestó Gaspar con voz meliflua- "sabemos de cierto, que el rey de los judíos nacerá en Belenes".

Uno de los escribas que con toda diligencia redactaba en un acta cuanto Herodes y los magos declaraban, solicitó la palabra, a lo cual Herodes accedió:

-"Hago notar que en la primera intervención, los magos se refirieron a ‘Belén’ en singular y ahora mencionan ‘Belenes’ en plural. ¿Cuál es el nombre preciso del lugar donde nació ese rey al que dicen van prestos a adorar?"

Presos de un escalofrío súbito, los magos supieron mantener no obstante, la cabeza fría e invitaron a Herodes a extraer una baraja cualquiera de un mazo:

-"Escoja vuestra majestad, una carta de entre estas muchas que sostengo en abanico" –solicitó Baltasar con una amplia sonrisa que demandaba empatía-;  "elija una sola carta, pero ¡atención!: sin que yo la vea guárdela para sí".

Herodes, extrañado primero, atizado luego por la curiosidad, alargó el real brazo con ajorca de oro desde su trono que distaba dos escalones arriba del suelo de mármol donde se encontraban de pie los magos, y extrajo una carta del mazo de barajas que le aproximó Baltasar que de modo deliberado, torcía la cabeza viendo a sus espaldas, en sentido contrario del trono, para demostrar que le resultaba imposible ver cuál carta había elegido el rey que prorrumpió:

-"Bien: ya tengo el naipe en la palma de mi mano. ¿Ahora qué?"

Baltasar cerró los ojos, inhaló profundamente, y exclamó:

-"El gran rey Herodes, a quien deseamos suma gloria y larga vida, porta en su mano un as de corazones rojos".

Herodes, los principales sacerdotes, los escribas y el resto de la corte, con la boca abierta de sorpresa, exhalaron un largo "Oh" de estupor, intrigados sobre la manera en que el mago Baltasar había adivinado sin haber atisbado siquiera, el as de corazones.

Gaspar a su vez, se dirigió a los presentes que apenas se recuperaban del impacto que les había producido el truco de la baraja elegida, para mostrar a continuación un turbante de terciopelo color marrón el cual volteaba reiterada y ostentosamente al revés y al derecho.

-"Como bien podrá apreciar el majestuoso Herodes" –musitó Gaspar con dulzura- "no hay nada dentro ni fuera de este turbante".

Exasperado y víctima de la sospecha ante los actos de los magos, Herodes una vez más chilló a voz en cuello:

-"¡Vuestra cabeza cercenada quedará cubierta por ese turbante de terciopelo si no se me aclara al instante, el motivo de tales maniobras suyas!"

Con el alma en vilo, impertérrito, el mago Gaspar hundió la mano hasta la muñeca dentro del turbante de terciopelo marrón del cual extrajo un conejo blanco. Herodes, los principales sacerdotes y los escribas no pudieron evitar reaccionar con un salto hacia atrás en grupo a causa de la impresión. "¿De qué manera el mago Gaspar había hecho aparecer de la nada a un conejo?", se interrogaban entre sí, atónitos, los miembros de la corte.

El escriba sin embargo, con ese espíritu del deber que proporcionan largos años de tenacidad burocrática que llena actas, folios y formularios, arremetió de nuevo:

-"Solicito al rey Herodes conminar a responder, de una vez por todas, a los señores magos, si el rey de los judíos que visitarán, acaba de nacer en ‘Belén’ o en ‘Belenes’?"

Melchor, Gaspar y Baltasar formaron un corro para deliberar entre sí en voz baja. Herodes, ante lo que consideró una falta de cortesía que los magos se secretearan en público, aulló:

-"¿Y bien? ¿Qué responden a la duda del escriba?"

Con firmeza, los magos exclamaron al unísono: "Solicitamos a su majestad, no pensar en el enano de las zapatillas verdes que habita en Belenes".

Herodes ya francamente colmada su paciencia, abandonó su postura sedentaria en el trono, e irguiéndose aparatosamente, extrajo la espada real de su vaina, que apuntó amenazante hacia los magos.

-"¡A mí, el magnífico rey Herodes, nadie me dicta órdenes! Y si yo quiero pensar en un enano de zapatillas verdes que vive en Belenes, voy a pensar precisamente en dicho enano, pésele a quien le pese! Ningunos magos venidos de oriente todos desorientados y lampareados por una estrella, me  pueden prohibir nada ¿Estamos de acuerdo?"

Ante la punta de la espada que se meneaba frente a sus ojos, palideció incluso el más moreno de los magos quienes finalmente asintieron con la cabeza, para luego escuchar de nuevo la voz aguda de Herodes, ordenando al escriba:

-"Anote usted, funcionario escriba, la siguiente orden real: que la guardia imperial parta de inmediato rumbo a Belenes y ejecute a todos los enanos de zapatillas verdes que habiten en dicho lugar, pues entre uno de esos seres, se esconde el rey de los judíos fingiendo ser bebé recién nacido". Y dirigiéndose a los magos, remató Herodes: "¿Creyeron que me engañarían con el truco del enano disfrazado de bebé? Ja, cómo se ve lo poco que conocen la astucia del gran Herodes. Ahora, ¡largo de mi reino! No sin antes dejarme en prenda, el oro, incienso y mirra que, según me informan los agentes de aduana, cargáis en vuestras cabalgaduras".

Dicho lo cual, los magos partieron sin decir palabra, detrás de la estrella que los llevaría a Belén, mientras los esbirros de Herodes asesinaban a los enanos de zapatillas verdes que residían en Belenes.

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