-Manuel
Falcón
Cuando Jesús
nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a
Jerusalén unos magos diciendo:
-"¿Dónde
está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el
oriente, y venimos a adorarle"
Oyendo esto,
el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él.
Y convocados
todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, Herodes les preguntó a los magos:
-"¿Dónde
nació ese rey de los judíos que mencionan?"
Avisados los
magos por el conejo blanco (mediante el cual, de pueblo en pueblo,
escenificaban el truco del conejo que brotaba de súbito del turbante de terciopelo) sobre el
temor de Herodes de ser despojado del poder por un rey recién nacido, los magos
fingieron no haber escuchado bien la cuestión.
-"¿Podría,
vuestra majestad, repetir la pregunta?"
Herodes se
mostró desconcertado, ya que estaba seguro de haber hablado claro. De manera que
alzando su afamada voz chillona que se quebró en un gallo, el rey preguntó de
nuevo:
-"¿Dónde
nacerá, ¡maldita sea!, el rey de los judíos que van a adorar?"
El lapso
entre la turbación y el exabrupto de Herodes, proporcionó a los magos el tiempo
suficiente para formular una ambigua respuesta:
-"Guiados
por la estrella, oh, majestad" -contestó Gaspar con voz meliflua- "sabemos de
cierto, que el rey de los judíos nacerá en Belenes".
Uno de los
escribas que con toda diligencia redactaba en un acta cuanto Herodes y los magos
declaraban, solicitó la palabra, a lo cual Herodes accedió:
-"Hago notar
que en la primera intervención, los magos se refirieron a ‘Belén’ en singular y
ahora mencionan ‘Belenes’ en plural. ¿Cuál es el nombre preciso del lugar donde
nació ese rey al que dicen van prestos a adorar?"
Presos de un
escalofrío súbito, los magos supieron mantener no obstante, la cabeza fría e
invitaron a Herodes a extraer una baraja cualquiera de un mazo:
-"Escoja vuestra
majestad, una carta de entre estas muchas que sostengo en abanico" –solicitó
Baltasar con una amplia sonrisa que demandaba empatía-; "elija una sola carta, pero ¡atención!: sin
que yo la vea guárdela para sí".
Herodes,
extrañado primero, atizado luego por la curiosidad, alargó el real brazo con
ajorca de oro desde su trono que distaba dos escalones arriba del suelo de
mármol donde se encontraban de pie los magos, y extrajo una carta del mazo de
barajas que le aproximó Baltasar que de modo deliberado, torcía la cabeza
viendo a sus espaldas, en sentido contrario del trono, para demostrar que le
resultaba imposible ver cuál carta había elegido el rey que prorrumpió:
-"Bien: ya
tengo el naipe en la palma de mi mano. ¿Ahora qué?"
Baltasar
cerró los ojos, inhaló profundamente, y exclamó:
-"El gran
rey Herodes, a quien deseamos suma gloria y larga vida, porta en su mano un as
de corazones rojos".
Herodes, los
principales sacerdotes, los escribas y el resto de la corte, con la boca abierta
de sorpresa, exhalaron un largo "Oh" de estupor, intrigados sobre la manera en
que el mago Baltasar había adivinado sin haber atisbado siquiera, el as de
corazones.
Gaspar a su
vez, se dirigió a los presentes que apenas se recuperaban del impacto
que les había producido el truco de la baraja elegida, para mostrar a
continuación un turbante de terciopelo color marrón el cual volteaba reiterada y ostentosamente
al revés y al derecho.
-"Como bien podrá
apreciar el majestuoso Herodes" –musitó Gaspar con dulzura- "no hay nada dentro
ni fuera de este turbante".
Exasperado
y víctima de la sospecha ante los actos de los magos, Herodes una vez más chilló a voz en cuello:
-"¡Vuestra
cabeza cercenada quedará cubierta por ese turbante de terciopelo si no se me
aclara al instante, el motivo de tales maniobras suyas!"
Con el alma
en vilo, impertérrito, el mago Gaspar hundió la mano hasta la muñeca dentro del
turbante de terciopelo marrón del cual extrajo un conejo blanco. Herodes, los
principales sacerdotes y los escribas no pudieron evitar reaccionar con un
salto hacia atrás en grupo a causa de la impresión. "¿De qué manera el mago Gaspar había
hecho aparecer de la nada a un conejo?", se interrogaban entre sí, atónitos, los
miembros de la corte.
El escriba
sin embargo, con ese espíritu del deber que proporcionan largos años de
tenacidad burocrática que llena actas, folios y formularios, arremetió de nuevo:
-"Solicito
al rey Herodes conminar a responder, de una vez por todas, a los señores magos, si el rey de los judíos que visitarán,
acaba de nacer en ‘Belén’ o en ‘Belenes’?"
Melchor,
Gaspar y Baltasar formaron un corro para deliberar entre sí en voz baja.
Herodes, ante lo que consideró una falta de cortesía que los magos se secretearan
en público, aulló:
-"¿Y bien?
¿Qué responden a la duda del escriba?"
Con firmeza,
los magos exclamaron al unísono: "Solicitamos a su majestad, no pensar en el
enano de las zapatillas verdes que habita en Belenes".
Herodes ya
francamente colmada su paciencia, abandonó su postura sedentaria en el trono, e
irguiéndose aparatosamente, extrajo la espada real de su vaina, que apuntó amenazante
hacia los magos.
-"¡A mí, el magnífico
rey Herodes, nadie me dicta órdenes! Y si yo quiero pensar en un enano de
zapatillas verdes que vive en Belenes, voy a pensar precisamente en dicho
enano, pésele a quien le pese! Ningunos magos venidos de oriente todos
desorientados y lampareados por una estrella, me pueden prohibir nada ¿Estamos de acuerdo?"
Ante la punta
de la espada que se meneaba frente a sus ojos, palideció incluso el más moreno de
los magos quienes finalmente asintieron con la cabeza, para luego escuchar de nuevo
la voz aguda de Herodes, ordenando al escriba:
-"Anote
usted, funcionario escriba, la siguiente orden real: que la guardia imperial parta
de inmediato rumbo a Belenes y ejecute a todos los enanos de zapatillas verdes
que habiten en dicho lugar, pues entre uno de esos seres, se esconde el rey de
los judíos fingiendo ser bebé recién nacido". Y dirigiéndose a los magos,
remató Herodes: "¿Creyeron que me engañarían con el truco del enano disfrazado
de bebé? Ja, cómo se ve lo poco que conocen la astucia del gran Herodes. Ahora,
¡largo de mi reino! No sin antes dejarme en prenda, el oro, incienso y mirra
que, según me informan los agentes de aduana, cargáis en vuestras cabalgaduras".
Dicho lo
cual, los magos partieron sin decir palabra, detrás de la estrella que los
llevaría a Belén, mientras los esbirros de Herodes asesinaban a los enanos de
zapatillas verdes que residían en Belenes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario