Vuelo de brujas, 1797, Francisco de Goya (amplíese la imagen)
Tres
brujas que padecieron amagos de la Inquisición, que las rapó para
estigmatizarlas y encima, les colocó cucuruchos en señal de
arrepentimiento, después de ser liberadas, decidieron continuar con
mayor intensidad sus prácticas. Goya las estampa en medio de un ritual
nocturno. Al hombre que acudió a consultarlas, las brujas le
prescribieron una ceremonia catártica, liberadora. Así, una vez que
desnudaron al sujeto, ellas se despojaron de sus ropas hasta quedar en
fondos (verde, amarillo y rosa). Y mediante toqueteos y besuqueos las
tres excitan al consultante que es elevado por los aires a fin de que
pierda literalmente, la gravedad; de forma que su problema, crisis,
conflicto o dolor, pierda peso. Lo cual surte efecto, pues el hombre
afloja el cuerpo, pende sonriente y se deja transportar por las
hechiceras que saben que Eros, ya liberado, es fuente de energía, de
vitalidad, de alegría. En cambio, debajo, a ras de tierra, se advierte a
los amigos que acompañaron al atribulado compadre a consulta con las
hechiceras. Ambos se hallan presas del pánico y se protegen como pueden,
pues aun cuando se abstuvieron de probar la pócima propiciadora, no
ignoran la fuerza de atracción de la ceremonia tri-brujeril. De manera
que uno, pecho a tierra, se cubre el rostro, no quiere ver, lucha con su
deseo de participar en la ceremonia, al menos como voyeur;
mientras que el otro, apresura el paso cubierto con una manta blanca,
pues llueven fluidos corporales gozosos, y en medio del silencio de la
noche profunda, resuenan gemidos, risas, chasquidos de lengua y susurros
indescifrables. El asno más abajo, aguarda a su amo que flota extático;
la condición bestial no le impide sentir el furor que invade la
atmósfera.
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