"Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado, pues polvo eres, y al polvo volverás".
Conviene reparar entonces que "polvo" no es ceniza en sí: es una metáfora de la ceniza.
A propósito de ceniza no hay que olvidar a Cenicienta, un cuento que está en todas las culturas: hay más de 200 versiones del relato. Se sabe la trama. Al fallecer la madre de Cenicienta, el padre (ausente siempre) desposa a una madrastra con dos hijastras, trío que convierte en infierno la vida cotidiana de Cenicienta. Repárese en dicho apodo: "cenicienta", una mujer del color de la ceniza porque Cenicienta tenía el encargo de encender los fogones de la cocina y mantener la chimenea del hogar, de ahí sus manchas de ceniza, de que deambulara toda tiznada por la casa. Porque la madrastra la volvió criada y las hermanastras eran 'socialités' abocadas al ocio exhaustivo. Mas léase el cuento a otro nivel: la ceniza de Cenicienta se desprende del fuego interior, de la combustión interna, de incinerar y apagar en sí misma, cada día, la furia, la ira, el enojo por el maltrato recibido. Y presentar siempre su mejor cara, ser siempre buena, resignada, masoquista amable y silenciosa... con la música por dentro. Por eso Cenicienta acude al baile de Palacio. Y con zapatillas de vidrio soplado. Porque las llamaradas de su fuego interior forjaron una potente voluntad casi mágica con sabor a calabaza en tacha. Fue así imposible que el Príncipe no detectara dicho furor interno. De nada le sirvió a Cenicienta interrumpir el baile (deseo interruptus), intentar de nuevo apagar la lumbre interior, de nada le sirvió huir. Su ardor había quedado expuesto a la vista de todos, pues la zapatilla transparente era de cristal. Cenicienta ya no necesitó emplear un lanzallamas de desagravio familiar, pues al Príncipe - al reencontrarse con ella, generando la llama doble que surge del cariño, de la potencia incendiaria de Eros- le bastó un soplo para sepultar en cenizas a la madrastra y las hermanastras. Pues al final, incubar odio es incubar ceniza. Así que, arpías, "polvo son y al polvo vuelven"... en círculo vicioso.
En nuestra cultura católica, basta tiznarse los dedos con ceniza, en miércoles (día de Mercurio o Hermes, el del sentido hermético) para marcar la frente con una crucecita. Se ignora qué ocurre en la conciencia y cuerpo de cada creyente después de obtener el tatuaje efímero ¿Renace cada uno de sus cenizas cual Ave Fénix? Pero esa es otra historia.
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