miércoles, 15 de abril de 2020

El virus de la corrección

Asepsia
-Pablo Majluf, 15 de abril, 2020  
La corrección política de los movimientos identitarios y las escuelas del resentimiento ya nos había llevado a cierto aislamiento antes del coronavirus. Impuso nuevos códigos de conducta, sobre todo lingüísticos, cuyo fin ulterior fue la purificación de las ideas.
Jonathan Haidt y Greg Lukianoff documentaron bien cómo las humanidades y las ciencias sociales en las universidades se empezaron a llenar de controles y censuras -safe spaces- para proteger a las nuevas generaciones de ideas nocivas: racismo, sexismo, clasismo y xenofobia, lo que inevitablemente desembocó en actitudes persecutorias e inquisitoriales hacia quienes portaban el virus de la imprudencia. 

No que la discriminación no existiera, sino que cualquier quejoso podía servirse de ella para victimizarse y suprimir a quien considerara incómodo. 

En Suicidio de Occidente, Jonah Goldberg también describió cómo en los años de Obama el ala radical del Partido Demócrata atribuía al racismo cualquier crítica al presidente, lo que trivializó el verdadero racismo del que éste era objeto y engendró una reacción -esa sí, auténticamente racista- en Trump, quien azuzó fantasmas fundacionales. Estos reaccionarios ahora juegan en el otro extremo: estiran la liga de la incorrección hasta lo vulgar y, más que nada, lo peligroso y lo feo. 

La campaña de pureza también llegó a las artes. Películas, pinturas, libros y piezas musicales se volvieron sospechosos de traer el virus. Sobran imágenes de pequeñas turbas de indignados que clausuraban exhibiciones, conciertos o la publicación de una autobiografía por considerarla sucia, movimiento que se llamó con precisión cancel culture, o la cultura de la cancelación, que se elevó al ridículo de proscribir -y en el peor de los casos modificar- obras de siglos remotos, a merced de sabotajes masivos a los que museos, empresas y medios de comunicación a menudo cedieron. 

El ciberespacio ha sido el lugar predilecto para los juicios sumarios dada la facilidad que presta al anonimato, la descontextualización, la mentira y el boicot. Pero como los medios son -parafraseando a Marshall McLuhan- extensiones del hombre, las reputaciones y vidas que ahí se han arruinado son de carne y hueso, así como reales las medidas de higiene aplicadas. 

Si bien ya son lugares comunes, ilustran el antecedente de lo que nos aqueja hoy: las normas ya habían pretendido instalar (no digo que lo hayan logrado) un confinamiento del individuo, porque su derecho más preciado -la libertad, sobre todo de expresión- estuvo bajo ataque. Llevamos años teniendo que aplicar gel antibacterial a nuestras palabras. Veo al coronavirus como una metáfora de esa pulsión: la esterilización masiva, el distanciamiento, el encierro son expresiones de esa inercia en fase superior. La diferencia es que la pandemia fue involuntaria. La cuarentena, empero, nos advierte las consecuencias de la asepsia excesiva: limitar al individuo produce, inadvertidamente, desintegración.

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