Derecho a saber
-Daniel Moreno, 20 ene 2019, Reforma
Vivo en una calle tranquila. O bueno, eso creía. Acabo de enterarme que,
en realidad, los robos y asaltos han ido en aumento. Hace apenas un mes
entraron a robar a un negocio que hay cruzando la calle. Por suerte
-esa muletilla tonta que usamos como consuelo- no hubo lesionados.
Al
menos todavía no se registran delitos graves. Probablemente ayuda que
vivo cerca de una taquería y que ahí recalan un par de patrullas todas
las noches. Tacos a cambio de paz.
Hoy sé lo que ocurre en mi
calle y puedo presumirles me enteré sin hacer ningún trámite. Es
información pública, abierta por el gobierno de la CDMX:
https://datos.cdmx.gob.mx/
La información no solo sirve para
asustar. En este ejemplo sencillo, la conclusión es simple: sabes qué
delitos ocurren, diseñas una política pública específica y, por si fuera
poco, quienes aquí vivimos podemos proponer soluciones y revisar
resultados. Así de fácil. Saber para diseñar. Saber para acompañar y
verificar.
Pero esto ha servido no solo para que sepa qué pasa en
mi calle. También para contrastar con la política de comunicación del
gobierno federal, decidido a tomar un camino contrario al gobierno
capitalino, a pesar de su mismo origen partidista. Uno abre, el otro
cierra.
¿Cómo puede hablarse de silencio, si nunca habíamos tenido un presidente que se "enfrentara" tantas veces a la prensa?
Las
conferencias matutinas no responden a una estrategia en favor de la
transparencia. Es una estrategia -muy efectiva, según las encuestas- de
comunicación y propaganda. Útil para eludir intermediarios. Poco útil
para rendir cuentas.
La prueba es que, en temas capitales, las preguntas se acumulan y la confusión predomina.
Ejemplos:
En plena coyuntura sobre el combate al robo de combustible y aun cuando
es su obligación legal, el gobierno no ha abierto las estadísticas
sobre producción, importaciones, demanda y nivel de inventarios de
petrolíferos.
Algo similar a lo que sucede si quieres saber
cuántos homicidios han ocurrido en estos primeros 50 días. Pueden
consultarse tres fuentes oficiales, pero tendrás que creerle a la que
más te guste, porque los números no coinciden. En unos bajan, en otros
suben.
En estos temas, confusión. En otros, el silencio.
Por
ejemplo: ¿Cómo se ha diseñado el programa de 100 universidades? ¿Dónde
está el censo para los programas de Jóvenes Construyendo el Futuro o
Adultos Mayores? ¿Cuánto estamos pagando por mantener en Estados Unidos
el avión presidencial? ¿Por qué el contrato no está disponible? ¿Cuánto
va a costar la cancelación de Texcoco? ¿Por qué optar por hacer una
refinería en Dos Bocas?
Y podríamos seguir.
El gobierno,
cuando se trata de acceso a la información, va a la defensiva, confunde,
ignora. Más cuando se trata de periodismo. Como si preguntar fuera
oponerse, objetar, o como si verificar y contrastar fuera una trampa.
Como si nos pidieran -a periodistas, analistas o a cualquier ciudadano-
un acto de fe. Como si creyeran que 30 millones de votos validan
decisiones caprichosas.
Es cierto que van solo 50 días, pero ya
es tiempo de subrayar que dar conferencias diarias no es rendir cuentas.
Se requiere que este gobierno responda con datos verificables,
rigurosos, con transparencia metodológica. Bienvenidas las 100
universidades, si entendemos el cómo y el porqué.
La obscuridad
no puede ser la ruta, y rendición de cuentas y democracia, lo saben, van
de la mano. Queremos una política pública en favor de la transparencia,
sea para el periodismo, el análisis y hasta la simple curiosidad. Datos
para saber la verdad.
Aunque eso signifique perder la ilusión de que mi calle es tranquila y que la inseguridad no se frena con tacos gratis.
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