El presidente López Obrador ha hecho en su discurso de toma de posesión un retrato rotundo de los males de la "era neoliberal" (1982 a 2018). No le ha concedido a esos años ni siquiera el mérito de haber creado las reglas de competencia democrática que lo trajeron a él a la Presidencia.
La verdad es que podrían intentarse aguafuertes de similar saldo negativo con los momentos de nuestra historia que el Presidente admira: la Independencia, la Reforma y la Revolución. Basta cargar los dados en la elección de los daños y no en los beneficios.
La Independencia puede verse como un proceso de destrucción que dio paso a la época de mayor inestabilidad política de nuestra historia y, con ella, a la pérdida de la mitad del territorio a manos de una nación que crecía y se expandía territorialmente con un propósito claro, en lugar de achicarse y dividirse como la nuestra.
Pocas experiencias más tristes hay que la lectura de historias de aquellos años tontos, disparatados y mezquinos de México: los años del México independiente. La reforma liberal triunfó sobre la intervención y restauró la República, pero solo para descubrir que tampoco podía gobernar cabalmente el país, abriendo paso así a las revueltas que llevaron al poder a Porfirio Díaz, , y a las tres décadas de gobierno porfirista que el presidente López Obrador cita como antecedente oprobioso de la presente "era neoliberal".
La mirada del historiador no es nunca neutra, pero puesta a tomar partido puede llegar a ser sólo una caricatura.
Medida con la parcialidad y la pasión política con que López Obrador mide la era neoliberal, toda la historia de la nación podría verse como un solo, continuo, gigantesco desatino.
-Héctor Aguilar Camín
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