jueves, 29 de noviembre de 2018

¿(Am)lo real? (Am)lo simbólico

La fuga de López Obrador al universo simbólico cobra, por lo pronto, una víctima: la eficacia. Fascinada por la alegoría, la política se desentiende de la consecuencia. Si el deseo presidencial lo puede todo, no tiene por qué perder el tiempo con cálculos de presupuestos, fastidios administrativos, restricciones legales. La mecánica es sencilla: proclámese el deseo y hágase ratificar por el Pueblo bueno. El único esmero es escénico. Hay que romper la estatua del pasado sin calcular el efecto del destrozo. Reducida a gesto, la política engendra lo contrario a lo que desea. El ahorro termina siendo dispendioso; la ruptura resulta una victoria del pasado, la inclusión, una farsa. No niego la importancia de ese lenguaje simbólico porque sé que no hay política sin relato, sin imaginación, sin fantasía. El problema es que termina siendo muy mala política aquella que se queda en pura teatralidad, aquella que se desentiende de las restricciones, la que se somete al imperio de las apariencias, la que, por contar cuentos, deja de hacer las cuentas. Esa parece ser la trampa a la que quiere entregarse el nuevo Gobierno mexicano. Su intención de inaugurar una nueva era de la historia topa con el desprecio a los instrumentos concretos de la acción política. Así se acerca Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México, como cirujano con machete. 

-Jesús Silva-Herzog Márquez

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