-Manuel Falcón
Casos recientes de ataques a la prensa (de momento, acéptese
el término generalizador) como el del Bronco (ahora se sabe que el apodo deriva
de su bronquitis infantil) contra un periodista y contra el propietario del
periódico El Norte (misma cadena a la cual pertenecen Reforma y Mural);
Donaldumb Trumpig lanzando un videoclip
de "lucha libre" contra la cadena CNN, así como insultando a dos conductores de
la cadena MSNBC (vomitando su misoginia característica contra la periodista
Mika Brzezinski); AMLO, el profeta transexenal, acusando al periódico El Universal
de "pasquín del régimen", luego de que se publicaran los videos de Eva Cadena,
entonces candidata de Morena, recibiendo dinero; o el mismo líder único de
Morena pidiendo en un spot "mándalos por un tubo" a quienes lo describen
(según él "los de la mafia del poder", pero muchos periodistas han formulado
tales reflexiones) como populista y lo comparan con Maduro o Trump; Enrique
Alfaro llamando "basuras" a los periódicos Mural, NTR y La Crónica (sigo sin comprender
de qué manera concibió el alcalde semejante coctel); y la lista de ejemplos de
políticos denostando y culpando a los medios podría ser interminable, pero
interesa ahora señalar interconexiones, imbricaciones o coincidencias de lo que
podría denominarse el fenómeno inhibitorio o debilitamiento global de la prensa
y los periodistas en su acepción clásica de funciones que cumplen reporteros y
editorialistas.
La prensa es un término muy holgado y ambiguo, pues incluye
tanto a los propietarios de los medios como a los periodistas contratados por
dichos propietarios. En ese sentido, cuando alguien nos interroga a quemarropa: "¿hay libertad de expresión en México?", conviene detenerse, respirar hondo e
intentar matizar la cuestión respondiendo con una precisión de rigor: "depende
de quién –o quiénes- sea el dueño del medio". Ya que no es lo mismo ser el propietario
del barco que estar entre los que reman. Cuando el Bronco atacó primero al
reportero y, ya desbocado, el (des)gobernador se fue contra el dueño Junco,
evidenció su visión de bulto, por no decir, ignorancia del oficio periodístico.
Lo mismo ocurre con los casos citados antes y la mayoría de las veces en que
tal confusión conduce incluso al asesinato de periodistas de a pie. Se está
configurando un fenómeno de poder contra los medios, que hace reventar el hilo
por lo más delgado: los reporteros, los conductores, los de la talacha. Si se
aúna dicha circunstancia con el debilitamiento global del periodismo de papel a
causa de la era digital, se podrá entender el tamaño de la crisis que enfrenta
el gremio periodístico de infantería.
De ahí lo contraproducente e irresponsable que resulta de
parte de líderes políticos, locales, nacionales e internacionales, alentar el
linchamiento de la "prensa-vendida" (que la hay, pero no es toda) o de los "medios-al-servicio-de-la-mafia-del-poder"
(se solicita, aprovechando el viaje, la definición precisa del concepto mafia-del-poder
y de qué manera, quien acuñó la frase, si surgió de dicho endriago, logró
sobrevivir inmaculado); las redes sociales o el monstruo de los mil ojos que
nunca duerme, Argos, están más que prestas a fulminar a periodistas,
conductores o medios que sean señalados por el líder-profeta que los señale con
dedo flamígero. El patán gringo, Trumpig, posee como su principal arma el Twitter no sólo porque le viene bien a sus manitas de ardilla y su condición de ágrafo-semianalfabeta (¡bastan unos poquitos caracteres para maldecir y pergeñar "covfefe"!) sino porque puede llevar a cabo su objetivo de pasar por encima -con toda su adiposa humanidad naranja- de los medios de comunicación convencionales críticos como CNN, New York Times o el Washington Post. Y luego viene la legión de imitadores y seguidores del estilo donaldrástico. Y ha emergido así, una arena salvaje y despiadada de trolls dispuestos
a deturpar la liza política a grado tal, de pasar de los insultos al acto real
de la violencia física, a legitimar la práctica del bullying tuitero, el espionaje cibernético de vidas privadas y, en
el extremo de horror, al asesinato de periodistas.
La atmósfera de virulencia contra los
medios de comunicación y sus integrantes, denigrados a la categoría de
creadores de fake-news, complots, dizque
difamaciones o mentiras de plano, daña de manera peligrosa, la cultura
democrática, inhibe la virtud de la tolerancia y la coexistencia pacífica, para
imponer un régimen de terror y por ende, dictatorial. ¿Sobrevivirá el
periodismo de papel? Sólo si los hombres de poder piromaníacos comprenden a
fondo las funciones de libertad de expresión y crítica política. ¿Sobrevivirá
el periodismo a secas? Sí, pésele a quien le pese. La era digital no es
pretexto: una estrategia es recortar personal y otra, inaceptable, recortar libertades. Y sobre todo ahora, a punto de finalizar sexenio (el período psicohistórico de muerte y renacimiento de los mexicanos) para ingresar todos enojados a la zona de turbulencia electoral.
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