lunes, 3 de julio de 2017

Editorial de sanlunes/ O de atacar al mensajero no el mensaje

Estado del tiempo: clima anti-prensa
-Manuel Falcón

Casos recientes de ataques a la prensa (de momento, acéptese el término generalizador) como el del Bronco (ahora se sabe que el apodo deriva de su bronquitis infantil) contra un periodista y contra el propietario del periódico El Norte (misma cadena a la cual pertenecen Reforma y Mural); Donaldumb Trumpig  lanzando un videoclip de "lucha libre" contra la cadena CNN, así como insultando a dos conductores de la cadena MSNBC (vomitando su misoginia característica contra la periodista Mika Brzezinski); AMLO, el profeta transexenal, acusando al periódico El Universal de "pasquín del régimen", luego de que se publicaran los videos de Eva Cadena, entonces candidata de Morena, recibiendo dinero; o el mismo líder único de Morena pidiendo en un spot "mándalos por un tubo" a quienes lo describen (según él "los de la mafia del poder", pero muchos periodistas han formulado tales reflexiones) como populista y lo comparan con Maduro o Trump; Enrique Alfaro llamando "basuras" a los periódicos Mural, NTR y La Crónica (sigo sin comprender de qué manera concibió el alcalde semejante coctel); y la lista de ejemplos de políticos denostando y culpando a los medios podría ser interminable, pero interesa ahora señalar interconexiones, imbricaciones o coincidencias de lo que podría denominarse el fenómeno inhibitorio o debilitamiento global de la prensa y los periodistas en su acepción clásica de funciones que cumplen reporteros y editorialistas.

La prensa es un término muy holgado y ambiguo, pues incluye tanto a los propietarios de los medios como a los periodistas contratados por dichos propietarios. En ese sentido, cuando alguien nos interroga a quemarropa: "¿hay libertad de expresión en México?", conviene detenerse, respirar hondo e intentar matizar la cuestión respondiendo con una precisión de rigor: "depende de quién –o quiénes- sea el dueño del medio". Ya que no es lo mismo ser el propietario del barco que estar entre los que reman. Cuando el Bronco atacó primero al reportero y, ya desbocado, el (des)gobernador se fue contra el dueño Junco, evidenció su visión de bulto, por no decir, ignorancia del oficio periodístico. Lo mismo ocurre con los casos citados antes y la mayoría de las veces en que tal confusión conduce incluso al asesinato de periodistas de a pie. Se está configurando un fenómeno de poder contra los medios, que hace reventar el hilo por lo más delgado: los reporteros, los conductores, los de la talacha. Si se aúna dicha circunstancia con el debilitamiento global del periodismo de papel a causa de la era digital, se podrá entender el tamaño de la crisis que enfrenta el gremio periodístico de infantería.

De ahí lo contraproducente e irresponsable que resulta de parte de líderes políticos, locales, nacionales e internacionales, alentar el linchamiento de la "prensa-vendida" (que la hay, pero no es toda) o de los "medios-al-servicio-de-la-mafia-del-poder" (se solicita, aprovechando el viaje, la definición precisa del concepto mafia-del-poder y de qué manera, quien acuñó la frase, si surgió de dicho endriago, logró sobrevivir inmaculado); las redes sociales o el monstruo de los mil ojos que nunca duerme, Argos, están más que prestas a fulminar a periodistas, conductores o medios que sean señalados por el líder-profeta que los señale con dedo flamígero. El patán gringo, Trumpig, posee como su principal arma el Twitter no sólo porque le viene bien a sus manitas de ardilla y su condición de ágrafo-semianalfabeta (¡bastan unos poquitos caracteres para maldecir y pergeñar "covfefe"!) sino porque puede llevar a cabo su objetivo de pasar por encima -con toda su adiposa humanidad naranja- de los medios de comunicación convencionales críticos como CNN, New York Times o el Washington Post. Y luego viene la legión de imitadores y seguidores del estilo donaldrástico. Y ha emergido así, una arena salvaje y despiadada de trolls dispuestos a deturpar la liza política a grado tal, de pasar de los insultos al acto real de la violencia física, a legitimar la práctica del bullying tuitero, el espionaje cibernético de vidas privadas y, en el extremo de horror, al asesinato de periodistas. 
La atmósfera de virulencia contra los medios de comunicación y sus integrantes, denigrados a la categoría de creadores de fake-news, complots, dizque difamaciones o mentiras de plano, daña de manera peligrosa, la cultura democrática, inhibe la virtud de la tolerancia y la coexistencia pacífica, para imponer un régimen de terror y por ende, dictatorial. ¿Sobrevivirá el periodismo de papel? Sólo si los hombres de poder piromaníacos comprenden a fondo las funciones de libertad de expresión y crítica política. ¿Sobrevivirá el periodismo a secas? Sí, pésele a quien le pese. La era digital no es pretexto: una estrategia es recortar personal y otra, inaceptable, recortar libertades. Y sobre todo ahora, a punto de finalizar sexenio (el período psicohistórico de muerte y renacimiento de los mexicanos)  para ingresar todos enojados a la zona de turbulencia electoral.

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