viernes, 22 de enero de 2021

el 22 de enero de 1928, en Guanajuato, nació Jorge Ibargüengoitia

Malos Hábitos
Levantarse temprano


      El viernes pasado encontré en Revista de Revistas un artículo escrito por mi buen amigo Loubet que es una especie de oda a los que se levantan temprano. Además de bien escrito está bien ilustrado. Allí aparecen los panaderos, los lecheros, los barrenderos, los que van a hacer ejercicio en Chapultepec, los niños que piden aventón para llegar a clase de siete, etcétera.
      Esta lectura, unida a la circunstancia de que hoy tuve que levantarme a las cinco de la mañana, me han hecho recapacitar y llegar a la conclusión de que francamente, levantarse temprano no sólo es muy desagradable, sino completamente idiota.
      Ahora comprendo que los últimos veinte anos los he pasado en un mundo dado a la molicie.
      —Paso por ti cuando reviente el alba. Es decir, a las nueve y media de la mañana —dicen mis amigos.
      Pues sí, un mundo dado a la molicie del que no pienso salir.
      Los efectos de madrugar son de muchas índoles, pero todos ellos corrosivos de la personalidad. Hay quien se levanta temprano a fuerzas, se para frente al espejo a bostezar y a arreglarse el cabello y la cara con el objeto de dar la impresión de que se lavó. Este intento generalmente es patético. Si alcanza lugar sentado en el camión que lo lleva al trabajo se duerme sobre el hombro del vecino, desayuna en la esquina del lugar donde trabaja unos tamales, o bien dos huevos crudos metidos en jugo de naranja, pasa la mañana sintiéndose infeliz, trabajando un poquito y quitándose las lagañas; se va de bruces en el camión de regreso, a las seis de la tarde.
      Los que se levantan temprano a fuerzas constituyen un grupo social de descontentos, en donde se gestarían revoluciones si sus miembros no tuvieran la tendencia a quedarse dormidos con cualquier pretexto y en cualquier postura. En vez de revolucionar, gruñen y dicen que el destino les hizo trampa.
      Los que madrugan por gusto son peores.
      —Yo siento que la cama materialmente me avienta a las cinco de la mañana.
      —Mal veo despuntar el sol, brinco de la cama, abro la ventana y pregunto “¿solecito, solecito, qué quieres de mí hoy?”
      —Cuando me estoy rasurando oigo el canto del primer jilguero, después, un regaderazo con agua helada, me seco con una toalla especial de ixtle para que me abra el poro, y por último mi té de boldo. Quedo como nuevo.
      Esta clase de gente tiene la costumbre de salir a la calle de noche y caminar con paso vivaz por el centro del asfalto —le temen a la banqueta, porque creen que hay gente agazapada en los zaguanes, lista para asaltarlos; no se dan cuenta de que los asaltantes están dormidos a esa hora— dejan a su paso una estela de agua de Colonia o talco desodorante que queda flotando en el ambiente hasta que pasa el primer autobús. Van a misa de cinco, a la Adoración Nocturna, a hacer ejercicio, a pasear un perro desmañanado, o, peor todavía, a despertar al velador del edificio para que les abra el despacho.
      Son por lo general, gente de dinero y creen que la fortuna que tienen se las concedió Dios nomás por el gusto que le da verlos levantarse temprano. Aconsejan esta práctica saludable a todo el que encuentran -en realidad no tienen otro tema de conversación, inventarían refranes si pudieran, como no pueden, repiten el consabido de “al que madruga, Dios le ayuda”, que es una afirmación que carece de fundamento histórico.
      Esta clase de personajes también tiene la tendencia a obligar niños a que les piquen la panza con el dedo.
      —Mira niño, es como de fierro. Aprende: estoy así porque me levanto temprano. Tengo sesenta años y mírame.
     
     Los que inventaron que es bueno levantarse temprano son los que determinaron que los turnos de trabajo cambien rayando el sol, que los fusilamientos de lleven a cabo al amanecer, que se reparta la leche al alba, que no se permita la entrada de carga después de las siete de la mañana, etcétera. En resumen son los únicos responsables de que la ciudad empiece a funcionar a una hora de la que nada bueno puede esperarse. (18-vii-72)

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Tacos y tortas compuestas 

 Uno de los más importantes inventores que ha habido en la historia del Distrito Federal es el gran tortero Armando, inventor de las tortas que llevan su nombre. Su importancia en la evolución alimenticia de los mexicanos es tal que ya nadie se acuerda de como eran las tortas antes de Armando. 

Según la leyenda, la carrera de Armando culminó en una misión diplomática. Dicen que con motivo de algún suceso espectacular: el centenario de la consumación de la Independencia, por ejemplo, se decidió que la embajada de México en Francia diera un fiestón. Para atender debidamente al cuerpo diplomático y a los funcionarios del Gobierno francés, viajó a Francia, en barco, Armando, con un canasto de aguacates.

 La torta de Armando es una creación barroca en la que intervienen aproximadamente veinticinco elementos —entre los que se cuentan el filo del cuchillo y la habilidad del operador para rebanar la lechuga—en un orden riguroso. Si se altera el orden —por ejemplo, si se pone primero el chipotle y después el queso— o si la calidad de alguno de los elementos falla —que el aguacate sea pagua— lo que se come uno no es torta de Armando.

 Las tortas de Armando se hacían con carnes que a nadie le gustan ahora —lengua, galantina, queso de puerco— y se debían comer acompañadas de un vaso chicha y de encurtidos en vinagre de los que había amplia provisión en cada mesa, y que consumidos en abundancia provocaron la extremaunción de cuando menos un cliente, que yo sepa.

 Conviene agregar que el cliente se recuperó y que vivió cuarenta años más, que empleó en narrar su proeza y repetirla varias veces.

 La torta de Armando es clásica, y como tal, pasó a la historia. En lo complicado de su concepción, en la variedad de los elementos que intervenían en su composición y en la pericia necesaria para elaborarla, estaban las semillas de su muerte. La torta de Armando no pudo adaptarse a las necesidades de la vida moderna ni a las condiciones del mercado, y fue sustituida por algo mucho mas práctico: la torta caliente de pavo, que es otro invento genial.

 La torta caliente de pavo deslumbra por su sencillez. No tiene más que rebanadas de pavo asado y guacamole. La tapa de la telera va mojada en la salsa del pavo. Esta torta tuvo su apogeo en la época de Alemán y es coetánea del principio de nuestra industrialización y con la idea —desechada hoy en día— de que el guajolote es el animal mas suculento. 

La torta de pavo caliente a su vez, fue sustituida por la torta caliente de pierna —que empezó a tomar impulso a fines del periodo de Ruiz Cortines, y llegó a su apogeo en la época de López Mateos—. No se diferencia de la anterior más que en el animal del que proviene la carne de que está hecha. 

La torta de pierna tiene aceptación todavía en la actualidad, pero es evidente que va de salida. Al estudiar la evolución anterior, se puede prever que la próxima mutación implicará un cambio de animal, probablemente hacia uno más grande —del guajolote al puerco y del puerco a la res— y una simplificación en la fabricación de la torta. Es decir, partir un bolillo y meterle un bistec en medio: la torta del futuro es el pepito.

 Un día, cuando yo era niño, llegó mi abuelo a la casa y mientras se quitaba los guantes anunció con cierta solemnidad que acababa de ver, en la esquina de 16 de Septiembre y San Juan de Letrán, a unos hombres que vendían tacos que estaban envueltos en un "jorongo colorado".

 —Me comí tres y no están mal —dijo. 

La introducción en el mercado de los tacos sudados constituye uno de los momentos culminantes de la tecnología mexicana, comparable en importancia a la invención de la tortilladora automática o a la creación del primer taco al pastor. El taco sudado es el Volkswagen de los tacos: algo práctico, bueno y económico. Entre que pide uno los tacos y se limpia uno la boca satisfecho, no tienen por qué haber pasado más de cinco minutos. Se conservaron en primera línea durante seis periodos presidenciales y si han caído últimamente en desuso se debe únicamente a la idea, neurótica pero en boga, de que todo alimento que no se elabora en presencia del cliente es venenoso.

 En lo que respecta a los tacos al carbón, cabe decir lo siguiente: es una lástima que el mexicano haya necesitado cuatrocientos años para darse cuenta de que también de carne de res se pueden hacer tacos y que este descubrimiento haya ocurrido en la época en que nuestra riqueza forestal daba las ultimas boqueadas. Tecnológicamente son un retroceso. Fracaso de la técnica, pero triunfo de la mercadotecnia. Algo inventado para aumentar los precios haciéndole creer al cliente que está comiendo regalado.

 —¡Hombre, un bistec y dos tortillas por tres pesos! ¿Qué mas puede uno pedir?

 Nadie le advierte que puede comerse ocho sin sentirse satisfecho


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