-Javier Lafuente, 2 de julio de 2020, El País
Carlos Urzúa (Aguascalientes, 1955) habla de economía de forma apasionada. Durante una hora, va y viene con detallados análisis y reflexiones que complementa con anécdotas, la mayoría de su etapa de funcionario público, primero como secretario de Finanzas del entonces DF (2000-2003) y después como secretario de Hacienda del actual Gobierno, cargo que abandonó en julio de 2019. La salida de Urzúa supuso un portazo a la Cuarta Transformación por parte de alguien que no es que crea que los objetivos del presidente, Andrés Manuel López Obrador, no sean los correctos, sino por la formas en que se opera dentro del Gobierno. Sin entrar a valorar su salida, Urzúa, recién terminados los exámenes como profesor del Tecnológico de Monterrey que es a lo que dedica la mayor parte de su tiempo, repasa, a través de videoconferencia, la actualidad económica del país y reflexiona sobre los desafíos que encara México.
Pregunta. ¿Cómo definiría el estado de la economía de México?
Respuesta. Yo diría que es malo. Ya veníamos enfrentando problemas desde el año pasado y la crisis de la covid nos hundió y nos mandó por una espiral hacia abajo;
pero el problema ya se veía venir desde antes. Entender lo que está
pasando en México, al menos en términos económicos, no es difícil porque
está muy bien diagnosticado desde hace mucho tiempo. ¿Cuál es el
problema principal, seas el Gobierno federal o los estatales, que
enfrentas? Esencialmente que no tienes dinero. La recaudación tributaria
es ahorita del orden del 14% del PIB. Cuando tú tienes una recaudación
así, a no ser que tengas ganancias extras muy grandes por derechos de
hidrocarburos o del cobre, como en Chile, o cosas de ese tipo, no va a
salir bien nada porque es demasiado poco dinero para la magnitud de los
problemas que enfrentas. La gran mayoría de los países en Latinoamérica
tienen al menos una recaudación tributaria del 20% del PIB. Si tú
quieres ser un país que de manera, digamos, ordenada pueda progresar,
donde la justicia misma sea evidente en el trato diario por parte del
Gobierno a sus ciudadanos, donde haya grandes oportunidades de
educación, de salud, etcétera, pues tienes que tener una cierta cantidad
de dinero y México no la ha tenido. De vez en cuando nos salvan
yacimientos petroleros como Cantarell, en la época de López Portillo,
pero ahora sí estamos enfrentando el asunto de manera muy descarnada,
simplemente no hay dinero, esa es la primera cosa.
La
segunda es que si quieres crecer como país debes tener al menos una
inversión del orden del 25%. La inversión pública ha ido reduciéndose a
lo largo de los años. Cuando yo hablaba antes de entrar al Gobierno de
lo que pretendíamos hacer, me gustaba mucho citar las cifras que en ese
momento existían. Si mal no recuerdo, era de 22,4% en 2018. 3,3% era
inversión pública, 19,1% era inversión privada, tanto nacional como
extranjera. A mí me gustaba mucho decir que lo que íbamos a tratar de
hacer era subirlo a un 25%. ¿Con qué? Con mayor inversión privada,
nacional y extranjera, pero también esforzándonos nosotros como Gobierno
y también me gustaba decir que ese 3,3% de inversión pública en el
Gobierno anterior de Peña Nieto, como lo sigo creyendo, era de muy mala
calidad, por corrupción, por malos diseños. Entonces, a mí me gustaba
mucho decir: “Nuestra inversión va a ser buena. Nuestra inversión
pública va a ser de mucha calidad”. ¿Qué es lo que pasó ya para 2019?
Que en lugar del 22,9% del PIB acabó siendo 20,2% del PIB. ¿Por qué?
Porque la inversión pública cayó, porque ya no hay dinero; que la
inversión privada también cayó. ¿Por qué? Pues, por una falta de
confianza, me parece a mí, en el Gobierno federal.
P.
Como tantas veces, en México se diagnostican las fallas, pero si se
conocen tan bien, ¿qué motivo impide que se adopten esas medidas que
pueden mejorar la situación?
R. Bueno, en México,
la gente y las empresas no están acostumbradas a pagar muchos impuestos.
Cuando se tiene la oportunidad de quitar algún impuesto, los
gobernantes lo hacen, en vez de ponerlo. El mejor ejemplo es el impuesto
por la tenencia vehicular, que lo quitó en realidad, de manera
implícita, no de manera directa, Felipe Calderón. Ese impuesto, que era
federal y que lo administraban los Gobiernos locales y que lo
usufructuaban los Gobiernos estatales era federal por la simple y
sencilla razón de que si no, sucedería lo que acabó sucediendo: la
carrera hacia el fondo donde todos los Estados empiezan a reducir sus
impuestos y al final es lo que tenemos. Morelos no cobra tenencia
vehicular. Los coches más valiosos en Ciudad de México. Hay una
tradición de no pagar, una tradición incluso fomentada, yo diría, por
las propias autoridades que impiden, no que impiden, pero que, supongo,
ahuyenta, atemoriza a los gobernantes que empiezan su sexenio. López
Obrador ha sido muy claro desde siempre. Él no quiere impuestos. Creo
que no lo debía haber dicho, pero lo dice y lo repite todo el tiempo.
Una de las razones por las que lo hizo fue obviamente para ganar votos.
P. ¿Cuáles son los mayores riesgos ahora mismo que enfrenta México en materia económica?
R. Creo que lo que se nos viene encima va a ser sumamente complejo por muchas razones. El mayor riesgo que yo veo es este enfrentamiento que está germinando,
pero que eventualmente se va a dar, muy pronto, entre los Gobiernos,
sobre todo estatales y el Gobierno federal, porque no hay dinero. La
gran mayoría de sus ingresos provienen de las participaciones federales,
pero las participaciones federales dependen de cuánto recaudas y eso
depende de la dinámica que tiene tu economía, y en este momento todo se
esta cayendo. Todavía no hay cifras respecto a mayo, por ejemplo, pero
seguramente el impuesto sobre la renta y el IVA se desplomaron. Eso,
desde un punto de vista de la ley de coordinación fiscal, significaría
que también las participaciones disminuirían de manera dramática, no
solo las del Gobierno federal. Por fortuna, hay un fondo de
estabilización de ingresos estatales que debe tener todavía unos 60.000
millones de pesos que nos pueden ayudar unos tres, cuatro o cinco meses,
pero no más que eso, y hay también un fondo federal que nos puede
ayudar, que debe tener ahorita unos 140.000 o 150.000 millones de pesos y
que nos puede ayudar a paliar un poco la situación, pero no mucho. Hay
un segundo riesgo que sí es muy preocupante y del que nosotros estábamos
muy conscientes desde el inicio, que es el asunto de las pensiones, que
a final del día es una bomba de tiempo que va a estallar.
P. Y ante esta perspectiva, ¿cuáles son las medidas más urgentes que se deben adoptar?
R.
Muchos hemos sido muy críticos con el Gobierno federal respecto a esta
falta, me parece a mí, de conocimiento económico. Dejemos el
conocimiento económico, de solidaridad social. Yo creo que el Gobierno
mexicano ha mostrado una frialdad que pocos Gobiernos podrían haber
mostrado con lo que está pasando. Realmente, el gasto que tiene dedicado
el Gobierno a paliar este problema es cualquier cosita, básicamente
nulo, ¿no? Creo que la política fiscal ha sido muy mala,
pero sobre todo creo que no se ha cuidado. Todavía no se ha entendido
la importancia del sector formal en México. Estamos castigando la
formalidad en México, y ahora a los empresarios y a los trabajadores,
seguimos insistiendo en que deben estar cotizando en la seguridad social
cuando no tienen dinero, cuando muchos de ellos no tienen capital de
trabajo, están mermando su propia riqueza, la poca que van a tener en el
futuro, y posiblemente pongan en riesgo incluso su situación de
servicios médicos cuando estén viejos. Esencialmente, debió haberse subsidiado el empleo formal,
al menos el Gobierno pagando las contribuciones del trabajador y del
empresario hasta, digamos, cinco salarios mínimos y también, me parece a
mí, ayudando un poco a esta gente que está acudiendo a sus afores, y en
este momento, dando eso que está retirando, devolviéndolo o al menos
cambiando la ley para que no se necesiten tener 1.250 semanas para poder
tener servicios médicos cuando estés viejo. Ahora, yo también he sido
muy crítico, y tengo muchos amigos que me critican por ello, con la postura monetaria del Banco de México.
P. El Banco de México ha sido más timorato que otros bancos centrales.
R.
Yo creo que sí. Es decir, tienen al final del día miedo de hacer algo
que de alguna manera pueda hacer surgir de nueva cuenta la inflación.
Técnicamente, el banco central de México es bueno, pero desde siempre,
después de su autonomía, ha sido muy cauteloso, muy conservador. En la
crisis de 2009 teníamos unas tasas altísimas. Las tasas eran del 8,25% a
fines de 2008 cuando ya todo mundo, en todos los países del mundo,
habían bajado sus tasas de manera increíble. Ahora está sucediendo
parcialmente lo mismo. Si uno les dice: “Oye, ve lo que están haciendo
todos los demás países del mundo, todos los demás bancos centrales”,
ellos dicen: “Es que la inflación… porque si tú te fijas bien, en el
último dato de inflación, los alimentos subieron mucho”. Bueno, sí, los
alimentos subieron mucho en muchos lados precisamente porque la gente no
puede siquiera ir al supermercado, pero la verdad es que la presunción
que todo mundo tiene en el resto del mundo es que los precios de los
alimentos van a caer eventualmente porque la gente no tiene dinero ni
siquiera para comer. Las tasas de las hipotecas todavía están muy altas.
La gente está estrangulada. Las empresas van a tener problemas muy
graves y esto es quizá otro asunto que yo diría que me preocupa mucho,
no solo en México, ahora sí como latinoamericano. Me preocupa mucho la situación de la deuda latinoamericana externa
de nueva cuenta. Creo que la situación va a ser más dramática de lo que
la gente piensa. Argentina es un ejemplo muy claro, pero pronto se les
va a ir para arriba a muchos países de América Latina. A nosotros
también. El Gobierno dice: “No, es que no quiero aumentar mi deuda”. La
deuda la vas a tener que aumentar, para empezar, porque vas a tener que
cubrir huecos, pero para terminar no es un asunto nada más del déficit,
es un asunto de cuánto es tu deuda respecto a tu PIB y tu PIB va a caer
de forma extraordinaria.
P. La decisión de no
endeudarse ha sido una de las más controvertidas. ¿Cómo lo interpreta?
¿A qué atribuye esa decisión y qué consecuencias puede tener?
R.
Bueno, esto es bien sabido, yo incluso lo he dicho. El estilo personal
de gobernar del presidente es muy autoritario y él, en particular, creo
que tiene menos interés en escuchar a economistas que el que mostraban
muchos presidentes anteriormente. Yo diría que hay que remontarse a la
época de Luis Echeverría, cuando llegó un momento en que la presidencia
decidía en materia económica, pero algo así está sucediendo ahora. Creo
que es un poco por ignorancia, con todo respeto para el presidente, él
no tiene por qué saber mucho de economía, la verdad. También creo que es
porque fue una de sus banderas. Él tenía varias banderas económicas. La
primera era no alzar impuestos y la segunda: “No se apuren, todos estos
déficits y deuda que hemos tenido es simplemente porque hay una
corrupción dentro del Gobierno federal, porque se dan unos lujos que
nosotros no vamos a tener”. Entonces, es susceptible a creer, digamos,
en estas ideas que no tienen mucho fundamento.
Hay que
recordar que él siempre estuvo muy preocupado, creo que correctamente,
por la manera en que se rescató el sistema financiero tras la crisis de
1994-1996. El sector bancario particular estaba en una situación muy
mala. Primero, porque habían sido vendido los bancos de manera
totalmente, ¿qué diré?, absurda. Teníamos una banca bastante buena para
estándares de un país subdesarrollado hasta que López Portillo la
nacionalizó en 1982, y cuando la privatiza Carlos Salinas de Gortari lo
hizo de una manera muy mala. En lugar de vender a banqueros, lo vende a casa bolseros y así nos fue. Son dos animales muy diferentes los casa bolseros
a los banqueros. Estaba la situación muy complicada, se tenía que
rescatar la banca, pero se rescató de una manera muy poco transparente.
López Obrador siempre ha puesto mucho énfasis en lo que pasó en ese
momento; de hecho, escribe un libro sobre el Fobaproa con datos que no
están tan mal. Yo no sé quién se los haya pasado, pero no estaban tan
mal. Es un libro interesante. Entonces, yo creo que él se ha confundido,
con todo respeto, no entendió realmente la petición de las empresas.
Una cosa es que venga a pedirte el sector financiero que lo rescate y
otra cosa es que venga el sector real a decirte: “¿Sabes qué? Ayúdame a
que no tenga que despedir a tanta gente. Ayúdame con costos de seguridad
social, costos laborales”. Es lo mismo que los casa bolseros y los
banqueros, son dos animales muy diferentes y es muy riesgoso realmente
dejar caer al sector real. Dada la crítica tan feroz que siempre hizo al
Fobaproa de alguna manera u otra dentro de su interior, pues pensó que
él no quería hacer algo similar.
P. Sobre el
enfrentamiento con el sector privado, ¿cree que es pasajero, algo que se
puede dominar, o se ha entrado en un camino de no retorno?
R.
Eso sería casi, casi la puntilla para la economía. Del 22,4% del PIB de
inversión en 2018, 19,1% fue privada, nacional y extranjera, y 3,3%
pública. Cuando termina 2019, era 20,2%. Cae la inversión pública de
3,3% a 2,8% porque, simplemente, no hay dinero, no hay espacio fiscal
ya. Pero lo notable es que baja la inversión privada de 19,1% a 17,9%.
Ese es el signo más desalentador y más peligroso, aparte del asunto
humano, el desempleo y la pobreza. Es una cifra dramática porque eso
explica la falta de confianza por parte del sector privado. Yo tenía una
gran esperanza en que pudiera ser un buen Gobierno y por eso acepté
integrarme de nuevo a su equipo. Creo que el momento en que ya todo
cambia es en esta decisión que toma de detener el aeropuerto de Texcoco.
Creo que esa fue una idea errónea. Nosotros se lo decíamos, yo se lo
decía, otros se lo decíamos dentro del Gabinete, otros dentro del
gabinete decían lo contrario, pero era una decisión —me parece a mí—
extraordinariamente costosa, en términos primero de lo que ya tenías ahí
adentro, un costo hundido de más de 100.000 millones de pesos. Segundo,
del impacto que tendría sobre las empresas constructoras, muchas de
ellas mexicanas por cierto, muy pocas extranjeras, para las que ese era
su gran proyecto para los siguientes dos o tres años. Pero aparte, el
impacto que iba a tener sobre la inversión privada, sobre los
inversionistas nacionales. Es algo que yo creo que nunca se debió haber
hecho. ¿Por qué lo hizo? La verdad, no sé, pero fue una muy mala
decisión. Creo que fue la peor decisión de todas, junto con su discurso,
que la verdad también… Él ya había ganado y ya era presidente. No
entiendo todavía este discurso diario que es tan polarizante, tan
maniqueo, ¿no?, que simplemente no le ayuda a un presidente en ningún
lado, ni siquiera a Trump en Estados Unidos. En fin.
P. Otro tema del que usted ha escrito es el desprecio por la energía limpia. En este sentido, ¿cuál cree que es el plan del Gobierno para el sector energético?
R. Nunca estuve muy cercano al
sector energético y no soy, digamos, muy cercano tampoco a Manuel
Bartlett ni a Rocío Nahle. Cuando el presidente y la gente de la
Secretaría de Energía habla de autosuficiencia energética, con todo
respeto, hay una ignorancia absoluta. Es decir, no está solamente el
petróleo, pues es, para empezar, el gas. Nosotros no estamos produciendo
en absoluto gas para todos los volúmenes que necesitamos y el gas,
eventualmente, ya pronto en unos años, va a ganarle la partida al
petróleo en términos de la fuente energética por excelencia. Pero
aparte, tenemos todo este asunto, la energía solar, la fotovoltaica, la
energía eólica, geotérmica, donde México podría tener realmente un
futuro muy promisorio. ¿Por qué se dio esto que se está dando? Al
inicio, no había una gran atención a la Comisión Federal de
Electricidad. Yo diría que era sobre todo a Pemex. El presidente está
obsesionado con Pemex y casi todas las discusiones versaban sobre Pemex.
En el caso de la Comisión Federal de Electricidad, yo creo que, poco a
poco, fue ganando terreno Manuel Bartlett. Creo que él es un político
muy astuto. Creo que es una persona que tiene un desconocimiento
absoluto acerca de la compañía de electricidad, pero es un hombre
sumamente astuto y es un hombre que, en cierta medida, creo yo, refleja
parte de lo que siempre fue López Obrador. López Obrador fue un priista
cuando era joven, pero un priista setentero, que tenía estas ideas de
Echeverría, de López Portillo. Creo que Bartlett ha jugado muy bien su
juego. La primera noción de que algo andaba mal, de que esta
administración de la CFE quería dibujar una línea respecto a la anterior
fue con el asunto de los gasoductos, que ya estaban concluidos y que la
CFE no quería pagar. Allí fue cuando yo empecé a sentirme incómodo y ya
más cuando Manuel [Bartlett] empieza a hablar de una manera —esto lo he
manifestado públicamente también— de una manera muy tonta; es decir,
realmente sin entender lo que es el valor presente. Yo se lo manifesté
al presidente y básicamente lo que me dijo fue: “No te metas”, y yo sí
estuve muy preocupado. Yo sí creo que pudo haber estado en riesgo el
T-MEC por esto. Por fortuna, se resolvió, no como quería la CFE, sino
simplemente se alargó la concesión. Yo creo que esta aversión por la
energía limpia es genuina. De inmediato llegaron muchos actores fuertes
—tanto de dentro como de fuera de México— , y eso hace que alguien con
esta postura tan nacionalista, o estatista, como la de Bartlett, y
también de López Obrador, le dé un tinte no correcto políticamente a
estas energías limpias.
P. Uno de los mayores
desplantes que usa no solo el presidente, sino buena parte de su
gabinete o afines, es acusar de neoliberal, de conservador, a todo el
que discrepa, pero, ¿acaso la economía mexicana no es neoliberal
también?
R. Claro. Mire, yo diría que él usa la
palabra ‘neoliberal’ como un insulto. Es decir, en lugar de decir
‘pendejo’ o ‘chinga tu madre’, dice ‘neoliberal’ porque él generalmente
no dice malas palabras. Creo que es absurda la manera en cómo él y cómo
Morena, en general, emplean el término. La economía mexicana es muy
neoliberal. De hecho, nosotros somos una economía extraordinariamente
abierta para estándares internacionales y dependemos totalmente del
comercio exterior. Nuestra suerte está echada desde 1994 y si el T-MEC
no florece como yo espero que florezca, pues a ver qué sucede con
México. Entonces, la economía mexicana es totalmente neoliberal. Lo
único que no es neoliberal, probablemente sea esta intervención en el
sector de energía. Y ya.
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