En la conferencia, el presidente hizo que su vocero leyera casi íntegras dos columnas mías y presentó dos videos con fragmentos de entrevistas que realicé hace años. Uno de los videos, como no lo encontraban en ese momento, le fue entregado improvisadamente por el comandante de la Guardia Nacional por orden del secretario de Seguridad. El simbolismo no pudo ser más desafortunado, si no es que francamente intimidante: en un momento de crisis por la violencia en México, los jefes del cuerpo militar creado para combatir al crimen organizado ocupan su tiempo en proveer elementos para calumniar a la prensa.
López Obrador no quiere hablar de la pandemia, la crisis económica o la crisis de seguridad. Como dentro de un año hay elecciones para renovar la Cámara de Diputados y su popularidad ha ido cayendo dramáticamente, teme perder la mayoría que su partido, Morena, tiene en el Congreso y truncar sus planes. Así que está en campaña y prefiere atacar a la prensa, así sea mintiendo abiertamente, inventando entrevistas inexistentes, confundiendo videos y alterando la secuencia de hechos hasta por años. Y una vez que él da el banderazo, sus huestes digitales se activan para redondear el acoso en redes sociales.
El mal ejemplo presidencial cunde. Recientemente Sanjuana Martínez, la directora de la agencia de noticias estatal, Notimex, emprendió una campaña sucia en redes que no escatimó en ataques personales contra Carmen Aristegui —comunicadora que difícilmente podría incluirse en la lista de críticos del gobierno— por haber publicado una investigación. El presidente, que se sabe que tiene cariño por ambas, dijo que les creía a las dos, y con ello legitimó el ataque.
En los últimos días, el gobernador de Baja California, Jaime Bonilla, del mismo partido que el presidente, arremetió públicamente contra el semanario Zeta y su directora, Adela Navarro, por haber exhibido sus cifras contradictorias sobre la pandemia.
¿Dónde está el peligro? En un país como México, donde 98% de los crímenes quedan impunes, la actitud del presidente contra los periodistas y los medios —varios hemos sido sistemáticamente atacados por él— motiva a que cualquier autoridad, de cualquier nivel de gobierno, se sienta con la bendición presidencial para agredir a cualquier reportero, editor o comentarista que lo critique.
El tema se
complica si consideramos que, en 2019, México fue el segundo país del
mundo en el que murieron más periodistas a consecuencia de su profesión,
solo detrás de Siria (que está en guerra), de acuerdo con el Comité de Protección de Periodistas. La organización Human Rights Watch contabiliza 19 asesinatos de colegas en el poco más de año y medio que lleva el gobierno lopezobradorista.
Esos dos organismos, además de la Sociedad Interamericana de Prensa, ya han señalado los peligros de estas amenazas y hostigamiento presidencial a la prensa.
Para
López Obrador, “todos los buenos periodistas de la historia siempre han
apostado a las transformaciones”, y él ha dicho que quiere encabezar
una. “Se está por la transformación del país o se está en contra”, ha
planteado.
El presidente demuestra así que no le gusta la democracia. No entiende
el papel de los periodistas en ella y no tolera la crítica. Su ADN
político es autoritario y por eso usa con descaro los instrumentos del
Estado para intimidar, calumniar y descalificar a los periodistas que no
lo alaban. En general, va contra quien no piense como él y se atreva a
decirlo, sean periodistas, científicos, intelectuales, mujeres
activistas o padres de niños con cáncer.
Su abuso del poder y la estructura que le brinda el cargo para el que
fue electo no tiene límite si se trata de ensuciar a ciudadanos que
simplemente ejercen la libertad de expresión.
Al ubicarse por encima de los mecanismos de control democrático
elementales, apunta hacia una presidencia que va hacia la megalomanía.
No
entiende el fundamento de la democracia: el derecho a pensar distinto a
quien está en el poder, y tener el derecho a expresarlo. Por eso, en su
mente, el periodista que documenta hechos de corrupción de su gobierno y
da a conocer información que no le gusta, debe responder a intereses
oscuros. No entiende que haya periodistas que hemos investigado,
criticado y cuestionado a todos los presidentes sobre los que nos ha
tocado informar, del color partidista que sean. Para él, los que no se
asumen como porristas de su presidencia son malvados, corruptos,
indignos de mancillar con una crítica o una investigación a su
santificada figura presidencial.
En
esa ecuación cuasi religiosa, la democracia no tiene cabida. Para usar
sus propias palabras: no entiende que México ya cambió. Y que ya dejó
atrás el régimen cerrado que tanto añora.
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